Oswaldo, después de entregarle la manta al chico de sillas de ruedas, alcanzó a Luna sin concebir lo que acaba de pasar.
—¿Viste que no puede caminar? ¿Qué carajo te pasa? ¿Por qué no le ayudaste?
—Es un sin vergüenza, se lo merecía.
—Pero ¿no es el güey que te gusta?
—Me gustaba. Es un idiota.
—¿Nadie irá por él?
—¡Mierda, Oswaldo!
Harta de escucharlo echó los ojos para atrás y frenó el paso regresando al parque a ver si el chico todavía estaba, pero al llegar, la enfermera yacía con él, lo único que sucedió entre ellos fue un intercambio de miradas.
Y así era ella, y así eran ellos, todos con carácter horrible bien aprendido del amargado Oswaldo, el único que en verdad tenía buenas razones para ser como era. Tal vez un poco de remordimiento se vislumbraba entre su conciencia, mismo que se opacaba conforme iba llegando a «La negra».
—¡¿Cómo pudiste hacerle eso a un minusválido?! —preguntó exasperado Manuel en cuanto la vio entrar seguido por Laura.
—No mames, Luna, te pasaste.
—¿Por qué tenías que contarles? —respondió molesta aventando sus cosas sobre la silla.
—Fueron las sirenas, pero, ¿no que te gustaba?
—Quise ayudarlo y me trató mal. Y sí, me gusta, pero sin que abra la boca. Se burló de mi maquillaje cuando quise pasarle su manta, y si se van a unir para sermonearme, ahórrenselo, puedo beber en casa.
—Se burló de tu pintura y tú lo humillaste con sus piernas, es injusto. Te hubieras burlado… no sé, de su nariz, pero de sus piernas… Las sirenas están molestas contigo.
—Pues díganles que yo también, por chismosas. No vengas con tu doble moralidad, Manuel.
—Ya, relájense todos —intercedió Oswaldo riéndose de la escena—, hoy tenemos que festejar. Hace unos días le pedí a Luna que me escribiera un guion, ¿lo hiciste? ¡No!, bueno, nos han prestado un espacio en el café «Andaluz». Dije que vamos a montar una obra.
—¿Cuál obra?
—La que Luna haga.
Luna quedó mirándolo con desconcierto sin saber qué responder, la idea de crear algo para él en tan poco tiempo no era uno de sus anhelos cuando debía ganar más dinero por estar próximo el semestre de la universidad.
—Y… ¿como qué quieres que escriba? Digo, más bien, ¿por qué decidiste por mí… por nosotros?
—¿De qué hablas? —sus ojos estaban desconcertados, por su mente pasaba el recuerdo de habérselo comentado con anticipación, además, esa niña no tenía que pagar una renta ni comida, ella sólo gastaba en alcohol y en sus libros.
—¿Qué te costaba, Oswaldo? ¿Por qué decides por nosotros?
—Te dije desde hace días que te quería pedir una obra, ¿o no? Solamente has lo que te gusta hacer —su tono comenzaba a ser menos áspero—, simplemente escribe algo corto, lo que se te ocurra.
Ella permanecía con el ceño fruncido mientras que los demás no entendían muy bien lo que sucedía. El ambiente se estaba tensando entre el bebedero de cervezas y el estrés que todos sabían que tenía Oswaldo.
—No voy a tener nada listo para estos días.
—Luna, no seas berrinchuda. Sé que en tu cabecita quizá quieras debutar en Broadway, pero ¿qué crees?, aquí no hay Broadway, lo más que se te puede ofrecer es comenzar en el teatro del Estado o en el teatro de la ciudad —y se rio llevando su mano a la boca con aires de cinismo—. Luna… mira la edad que tienes, te estoy ofreciendo comenzar en lo que amas hacer y te pones así.
Ella más pareció molestarse, su mirada se sulfuraba conforme Oswaldo seguía riendo.
—Eres tan egocéntrico que necesitas de otros para poderte valer por ti mismo. Estoy a nada de empezar a estudiar, necesito dinero para pagar mis estudios, no me estarás haciendo ningún favor a menos que consideres pagarme.
—Oye —intercedió con ese tono apacible Manuel, tomándole la mano para intentar calmarla—, él no te está atacando. Tal vez no fue la forma de decírtelo, pero, va a quedarse sin casa si tú no lo ayudas. Lo único que te pide , que te pedimos, es un guion. ¿Qué te pasa? ¿Estás así por lo del tipo del parque?
Era, a lo mejor, un poco de eso en el infantilismo de Luna. La congoja y el malhumor del rechazo más la rota idealización la atormentaban, sentía muy dentro de sí, que no era justo quebrantar un anhelo tan rápido. Ella estaba acostumbrada al desapego forzado, desde muy niña había tenido que aprender a soltar; su primer encuentro con el desapego había sido cuando su cachorro, apenas nacido, le fue arrebatado para regalarlo a otra familia, ya que a Luna le habían diagnosticado asma. Después de eso, su mamá, tratando de animarla un poco, le había regalado un peluche de perrito con un pequeño moño rojo en el cuello, mas eso no bastaba. En la adolescencia había vivido tres mudanzas despegándose de sus conocidos que apenas comenzaban a ser amigos, así como de sus habitaciones: póster que acababa de pegar, debía despegarlo y guardarlo. Pero el mayor desapego en su vida había sucedido hacía pocos años, cuando su estrellita amarilla, el pequeño bebé, el sobrio de Luna, murió. Tan pronto comenzaba una idealización, según sentía, se le arrebataba, ahora se le había arrebatado la idealización del misterioso sujeto oculto tras sus lentes y las páginas de los libros, y eso, eso era injusto. También pensaba en la estúpida canción que en la secundaria le cantaban, esa burla hostil por soñar demasiado que le había arrebatado, en ese tiempo, al único amigo que creía tener cuando tuvo que cambiarse de escuela. Cómo olvidar a los pájaros cantores encerrados en jaulas, el primer indicio de la esclavitud y el desapego en el jardín de su vecina, la chismosa de la cuadra.
Luna respiraba profundo intentando entrar en razón de que Oswaldo no era con quien debía desquitarse, el pobre ya tenía suficientes dolencias con Teté, las sirenas y la renta.
—Discúlpame —pidió apenada con la vista en su cerveza.
—¡Ay, Luna! —azotó las manos en la mesa—, solo ayúdame con esto y, está bien, ¿quieres dinero?, te pago, te pago después de que haya podido pagar mi renta, pero —su dedo grueso y de uña larga la señaló con firmeza— nunca menosprecies la ayuda que se te da de corazón. Pude escribirlo yo, lo sabes, pero quiero que sea tuyo, quiero que te creas escritora y presentes tu trabajo en ese café donde va a menudo el director de la Facultad de Teatro y Cine. No te limites, no te subestimes, nosotros creemos en ti, aquí tienes a tus aliados, a tus amigos. Allá afuera, no lo sé, pero aquí, aquí está tu hogar.
(CONTINUARÁ)
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