Sobre el rocío de céfiro muerto, balanceante el vaivén del viento crespa los maizales, y allá en lo alto de las colinas silenciosas un buitre se alimenta del tiempo. Desairada la primavera sucumbe, su pecho yace inmutable bajo la paz de la expiación, los cantos de las aves y de los grillos fenecen, quedando apenas y el sonido del pasto. Todo deja de ser menos la muerte, quien adherida a la vida renace mil veces muerta, así, el amor en su permanencia, a ese limbo entre lo funesto y la savia pertenece.

 

 

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