La conseja popular, que suele ser infalible, afirma que los grandes nunca se van solos, lo hacen de tres en tres, así que cuando muere un artista, un intelectual o cualquier conspicuo personaje, sus símiles pueden ponerse a temblar porque a dos de ellos les espera el mismo destino. El año 2010 se sobrepasó, se fueron cinco grandes escritores, cuatro de ellos, mexicanos.

La razia comenzó el 28 de febrero, cuando murió en la Ciudad de México el poeta chihuahuense Carlos Montemayor. El 18 de junio, en su casa de la isla Lanzarote, dejó de ver el mar para siempre José Saramago, único Premio Nobel de Literatura que ha obtenido la lengua portuguesa. Al día siguiente, el 19 de junio, tocó el turno al escritor e intelectual mexicano Carlos Monsiváis, cientos de gatos quedaron en la orfandad. Después hubo una tregua que se interrumpió el 2 de septiembre con el deceso de otro mexicano grande, Germán Dehesa. Mes y medio después, el 22 de octubre, hubo que rezar un responso por el autor del Responso del peregrino, el poeta nayarita Alí Chumacero.

No es que tenga una memoria prodigiosa, es que el fin de semana Facebook me recordó que en noviembre de ese año escribí calaveras para tan notables personajes. Como sigue la inercia de la fiesta de todos los santos, las transcribo en esta entrega como humilde homenaje a ese entrañable quinteto.

 

 

Hoy tenemos el honor
que cinco celebridades
a estas festividades
llenen de vida y sabor.
Hoy, Carlos Montemayor
convive con don José,
la muerte, contenta, los ve
y le dice al Vaticano
¿mandas a Pepe a mi arcano?,
con Saramago, gané.

Y llena de algarabía
corre y corre entre el malpais,
va buscando a Monsiváis
para que ponga ironía
a la fiesta de este día.
Para tener la certeza
que, en el panteón, la tristeza
se cambiará por jolgorio
y será alegre el velorio,
se va por Germán Dehesa

Un Responso peregrino
se escucha por el sendero,
es el de Alí Chumacero
que va marcando el camino
para llegar al destino
de una noche funeraria
que sin rezos, sin plegaria,
sin pretensión vanidosa
haga a la muerte dichosa,
pues es muerte literaria.

 

 

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