Por Bernardo Gutiérrez Parra
El pasado mes de noviembre el director del Diario de Xalapa, Víctor Murguía, publicó en la columna Glosario del Momento un comentario que le hizo el gobernador Duarte de Ochoa: “En la escalinata del avión presidencial, a punto de partir el mandatario nacional, Javier Duarte le manifestó:
– Sea o no mi amigo, vamos a ir, si usted así lo dispone Señor Presidente, con la carta más fuerte.
Tras escucharlo Peña Nieto respondió:
– Tienes toda mi confianza Javier, hasta ahora nunca me has quedado mal, pero ésta es tu decisión más importante, no puedes equivocarte.
También a finales de noviembre; el día 30 para ser exactos, día en que Javier Duarte cumplía cinco años como gobernador, tuvo una comida con columnistas xalapeños a quienes manifestó: “Tengo la enorme fortuna, pero además la gran responsabilidad, de gozar de la amistad y la confianza del Presidente Enrique Peña Nieto. En su más reciente visita en forma muy breve tocamos el tema de la sucesión en la entidad y él me reiteró que confía plenamente en mi, aunque me recordó que ésta será la decisión más importante de mi vida y que no me podía equivocar”.
El mensaje estaba más que claro, la definición del candidato a la gubernatura pasaría por sus manos, él llevaría la voz cantante. En pocas y coloquiales palabras, él sería el Gran Elector.
Quienes estuvieron en la reunión cuentan que cuando Duarte terminó de hablar las miradas convergieron en Alberto Silva Ramos, presidente estatal del PRI y candidato único del gobernador. Una gráfica de aquel momento muestra a Duarte contento y a Alberto realmente feliz.
En aquella ocasión manifesté mi recelo de que JDO estuviera pecando de indiscreto: “Si el Presidente le habló en esos términos era para que no se lo contara ni a la almohada. Una irreflexión o imprudencia de esa naturaleza pueden dar al traste con todo. Y al ser tan reiterativo en lo que le dijo el Presidente, Duarte está pecando de indiscreto…Qué pasará si Enrique Peña toma el teléfono y le dice: ‘Oye Javier, esto te lo comenté en corto, ¿para qué lo andas divulgando?’”
Durante la primera quincena de diciembre Silva Ramos multiplicó sus viajes a los municipios. En Martínez de la Torre, de plano presentó un proyecto de trabajo para dos años. De la noche a la mañana las encuestas comenzaron a favorecerlo y los columnistas defeños se ocuparon de su persona como el aspirante más viable a la candidatura del tricolor.
El único pero que sus seguidores le ponían era su empeño por magnificar la figura del gobernador. Éste por su parte cerró el año seguro de que, cuando llegaran los tiempos, su índice sería el que señalaría al candidato… a su candidato.
Pero algo se descompuso en el camino.
El martes 12 de enero, faltando dos días para la reunión con Manlio Fabio en la sede nacional del PRI, Alberto Silva andaba nervioso. “Es que el gobernador no le contesta las llamadas y tampoco sus mensajes de texto” me dijo uno de sus allegados.
Y llegó la reunión que originalmente estaba planeada para seis personas: Manlio Fabio Beltrones, Javier Duarte, Alberto Silva, José y Héctor Yunes y el convidado de piedra Erick Lagos. Pero a la que se agregaron la secretaria general del PRI, Carolina Monroy, Manuel Cavazos Lerma, Jesús Medellín Muñoz, Tomás Ruiz, Jorge Carvallo y Adolfo Mota.
Pero el Gran Elector por cuyas manos pasaría la definición del candidato no llegó.
El final ya lo sabes, lector. El elegido fue Héctor Yunes Landa y a partir de ese momento comenzó el derrumbe del duartismo.
¿Qué fue lo que pasó con Javier Duarte? ¿Por qué se vino abajo la decisión más importante de su vida? ¿Acaso porque pecó de indiscreto y esto enojó al Presidente?
No.
Lo cierto es que Enrique Peña Nieto jamás pensó delegarle una decisión tan trascendente y simplemente lo engañó como se engaña a un niño.