La víspera de su fiesta
tomó un avión la calaca
para venir a Xalapa
a organizar una orquesta
que estuviera bien dispuesta
el día de la pachanga.
En busca de alguna ganga
para armar el reventón
se nutrió de información
en El jazz bajo la manga.

En esa columna supo
que había un festival de jazz
y sin meditarlo más
decidió armar un grupo
en el que tuvieran cupo
invitados y locales.
Mas, comenzaron sus males
cuando vio que los jazzeros
son pájaros agoreros
de invenciones musicales.

El primer susto le vino
-y se complicó la cosa-
al ver que Víctor Mendoza
bordaba muy alto y fino
una música que es trino
del pájaro de la vida,
se quedó tan confundida
ante que aquello que escuchó
que hasta el calzón le tembló
y fue a buscar la salida.

No han de ser de este planeta
-se dijo- Rafa Alcalá
ni Henry Cole ni Aldemar,
pues lo que tocan, la neta,
es música tan repleta
de contenido profundo
que debe ser de otro mundo.
Mejor los dejo en su coto
pues harán gran alboroto
si los llevo al inframundo.

Después oyó dos metales
ensamblados de tal modo
que hallarían acomodo
en orquestas siderales.
Para evitar muchos males
-profirió con decisión-
no los llevaré al panteón
pues arderá mi país
si allá toca Michael Dease
con Tim en el saxofón.

El Édgar Dorantes Trío
-se dijo la calavera-
saca de onda a cualquiera
con su swing y con su brío.
También me da escalofrío
una sirena cantora
y tenaz trabajadora
del verso y el pentagrama.
Marta G. Gómez se llama
la talentosa señora.

Un ensamble poderoso
vino de Estados Unidos
para colmar los oídos
de un sonido sospechoso.
Debe ser pecaminoso
tener una voz que prueba
que la música no es nueva
mas puede ser reinventada
con la baqueta ilustrada
de Rodrigo Villanueva.

Hasta un director de orquesta
lograron contaminar
los jazzistas, al tocar
su estrafalaria propuesta,
y el director que se presta
a trabajar con denuedo
para ser parte del credo
de un sacerdote sureño
que vino a sembrar un sueño
con su quinteto de miedo.

Con Tim, Paquito, Renato
y con Aldemar, Roberto
Picasso armó tal entuerto
que me mantuvo un buen rato
boquiabierta. Es insensato
tocar así, de ese modo
que los pone codo a codo
con los mejores del clan,
tocando así no hallarán
en mi comarca, acomodo.

Una pianista elegante
que llegó de Canadá
a estas alturas está
ya muy lejos de mi guante
pues su música inquietante
armaría un gran revuelo
en lo profundo del suelo
y seguro, los difuntos
armarían sus conjuntos
para ir a tocar al cielo.

Alex Mercado está loco,
¿que será lo que supone
cuando se sienta y compone
en estilo tan barroco?
Ignoro si me equivoco
pero creo que sus lenguajes
se quedan, como tatuajes,
suspendidos el aire.
Que me perdone el desaire,
nunca estará en mis Paisajes.

El aquelarre final
-se dijo, aterrorizada-
fue una muy mala jugada
o quizá fue una señal;
ese tipo no es normal,
en escena está cabrón
mejor me voy al panteón
a celebrar a mis muertos
organizando conciertos
de chunchaca y reguetón.

Ante tanta cosa extraña,
infausta y desconocida
la calaca, convencida
de renunciar a su hazaña
volvió a guardar la guadaña
y se quitó el antifaz
para poder ir en paz
a su terruño vetusto
y olvidarse del gran el susto
que le ocasionó el jazz.

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