Mover las tarifas del transporte público en su modalidad de taxis, significa para el gobierno agarrar una papa caliente, hirviendo, y tratar de enfriarla en la palma de la mano, por eso los gobiernos anteriores prefirieron no meterse. Que bueno que este que encabeza la gobernadora de Morena Rocío Nahle sí, porque además de que ya son algo así como veinte años de mantener las mismas, son un desorden, una anarquía en la que mandan los trabajadores del volante quienes a capricho aplican las tarifas que les da la gana conduciendo vehículos en mal estado, cochinos, porque la autoridad de la Dirección de Transito y Transporte Público (un nido de corrupción) así lo permite en contubernio con los pulpos del transporte. Pero cuidado porque para establecer nuevas tarifas el gobierno se juega su habilidad para la negociación política, aquí hay que imponer una regla que si se viola tendrá un castigo, es decir, las nuevas tarifas que se deben poner en un lugar visible del vehículo debieron haber sido analizadas, consesuadas, estudiadas, de tal manera que el resultado final sea en beneficio de los usuarios y los transportistas, a nadie se le puede dañar por capricho e ignorancia y menos amenazar a los transportistas a quienes viven de esta actividad, a que si no respetan la tarifa “se les cancelará la concesión” porque esa amenaza suena a grito de guerra y los taxistas están muy unidos, actúan en bloque y como son miles en un momento ponen de cabeza una ciudad y al gobierno contra la pared.
Si las nuevas tarifas que ya están en función son el resultado de un cálculo hecho sobre las rodillas, o de un capricho de alguien a quien le encargaron armarlas y no corresponden a las necesidades de usuarios y trabajadores del volante aguas, le acaban de jalar muy fuerte los bigotes al tigre, ya lo despertaron a ver quién lo aplaca.


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