Eso es karma. Ni el Presidente López Obrador ni Morena, desde que están en el poder, han podido realizar una elección interna o una encuesta democrática, porque resulta que la voluntad de los morenistas suele ser contraria a los deseos del Presidente.
¿De verdad pensaron que el Presidente iba a cambiar de opinión respecto a que la candidata presidencial sería Claudia Sheinbaum? ¿Qué hizo pensar a Marcelo que López Obrador, de un día para otro, se volvería un demócrata y haría una verdadera elección de su candidato?
Incluso antes de ser presidente, el tabasqueño impuso a las encuestas como el moderno dedazo, donde todos se tenían que someter al designio de un resultado que nadie conoció. Por ejemplo, nadie supo la forma ni la encuesta por la que Cuitláhuac García resultó candidato, cuando incluso ni siquiera tenía el control de Morena en Veracruz.
Simple y llanamente fue la voluntad del Presidente como sucedió en el resto de los estados. Así han salido, por encuestador dedazo, el resto de los candidatos a toda clase de cargos de elección popular. Todos mediante una encuesta que nadie sabe quien la hace, dónde y cuándo se levanta, quien la paga y cuál es el resultado.
Además de su egolatría y autoritarismo, López Obrador tiene razones fundadas para hacerlo. Basta recordar que Morena nunca pudo elegir al dirigente nacional de Morena por elección directa y tuvieron que imponer una encuesta que nadie conoció; lo mismo pasó en Veracruz con la dirigencia estatal. Ambas terminaron en tribunales.
Pero en la elección de las corcholatas, todos quisieron tomar un riesgo: López Obrador el riesgo de que Marcelo no aceptara el resultado –el resto de la comparsa está más que satisfecha por el reparto de huesos que ya se acordó-; Ebrard decidió correr el riesgo de que lo sacrificarán como lo han hecho con tantos otros, como fue el caso de Coahuila, donde la ruptura los mandó al sótano.
Como sea, Marcelo ha salido a pedir que la encuesta se vuelva a levantar, pero sin trampas, sin la intervención de los gobernadores, sin la injerencia del crimen organizado, sin la cargada a favor de Claudia Sheinbaum. Sabe que nadie le hará caso y que esta noche ungirán a la ex jefa de gobierno como la candidata presidencial de Morena.
Pero Ebrard necesitaba una coartada. Necesita una salida espectacular, en la que aparezca como la víctima y no como el villano. Todos apuestan que Marcelo, desde hace semanas, ya tenía el plan B que echó a andar, de manera milimétrica, horas antes de que se anunciara su derrota. Lo que venga ya lo tiene planeado.
A menos claro, que, en la oscura imaginación del Presidente, Marcelo se convierta en el caballo de Troya que arranque a Xóchitl Gálvez millones de votos de la ciudadanía apartidista.
Es un riesgo alto. La elección ha quedado manchada. La legitimidad se ha esfumado y ahora las fichas volverán a acomodarse de otra manera.
La necedad del presidente lo hizo perder el rumbo de su gobierno. Hoy esa necedad lo ha hecho perder el control de su propia sucesión, donde él mismo ha creado a sus peores adversarios: Xóchitl Gálvez y Marcelo Ebrard.
Quién lo iba a decir, que los propios morenistas exigieran al Presidente López Obrador la máxima que lo llevó al estrellato: voto por voto, encuesta por encuesta.
Si a la Sheinbaum se le cayó la línea 12 y la harán candidata presidencial. Si Javier May no terminó el Tren Maya y lo harán candidato al gobierno de Tabasco, entonces, ¿qué les hace pensar que Rocío Nahle no será la candidata al gobierno de Veracruz sólo por no terminar Dos Bocas?
El Presidente siempre engaña con la verdad.