La reciente crisis diplomática con Estados Unidos le ha caído a López Obrador como anillo al dedo.

El Presidente se propone cumplir al menos dos objetivos: de cara a las elecciones del 2024, mostrarse como un Presidente fuerte frente a Estados Unidos, con una retórica sostenida en la soberanía e independencia de México como respuesta al histórico intervencionismo gringo. El nacionalismo como propaganda electoral.

El segundo, y tal vez el más importante para su futuro personal y el de su círculo más cercano, es limpiarse la cara respecto de las acusaciones y señalamientos –lo mismo de delincuentes durante el juicio contra García Luna que de funcionarios de alto nivel del gobierno de Estados Unidos-, sobre sus vínculos y el financiamiento que habría recibido por años por parte de los cárteles del narco. El nacionalismo como supervivencia.

El último desencuentro con Estados Unidos a causa de la muerte de connacionales, los pocos resultados en la lucha contra el narcotráfico y el trasiego de fentanilo resultaron la excusa perfecta para crear un nuevo y muy mediático adversario.

De acuerdo con una propuesta conjunta por parte de la Cámara de Representantes, los cárteles mexicanos podrían ser combatidos por el Ejército de Estados Unidos en nuestro territorio si se les considera organizaciones terroristas.

Pero los marines estadunidenses no vendrán a México a combatir los cárteles del narcotráfico porque también se trata de propaganda electoral. Como propaganda resulta también el renovado nacionalismo utilizado por el Presidente López Obrador para atajar las intenciones de algunos congresistas norteamericanos.

México no es “un protectorado de Estados Unidos ni una colonia de Estados Unidos. México es un país libre, independiente, soberano. No recibimos órdenes de nadie”, arengó el presidente el jueves pasado, sin embargo, la complacencia ante las imposiciones del gobierno vecino muestra lo contrario.

Durante el gobierno de López Obrador, se han cometido casi 150 mil homicidios –la mayor parte de ellos son ejecuciones por parte del crimen organizado-. Sin embargo, sólo en casos excepcionales se ha actuado con la eficacia y celeridad con la que se resolvió el secuestro de cuatro jóvenes estadounidenses, dos de ellos asesinados, en la ciudad de Matamoros.

La presión del gobierno estadunidense llevó a lo insólito: que los responsables pidieran disculpas, a pesar de que las dos víctimas contaban con un récord criminal que incluía distribución y venta de drogas.

Casi al mismo tiempo, México aceptó nombrar a la mismísima secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez Velázquez, como el “zar” de la lucha contra el tráfico de fentanilo en nuestro país, un tema estratégico en la agenda del gobierno de Joe Biden, pero no para México.

A la Casa Blanca poco le importa las arengas nacionalistas, siempre y cuando se cumplan los acuerdos impuestos. López Obrador rechaza en lo público lo que acepta en lo privado.

De ahora en adelante, se flagelará como una víctima más del “imperio”, como antes lo ha dicho de los “conservadores, la oligarquía, los intelectuales o la clase media”, hasta que el destino y la justicia lo alcancen.

La puntita

Durante la pandemia por Covid-19, mientras miles de mexicanos morían por no tener acceso a servicio médico en hospitales o ni siquiera a un respirador artificial, la familia imperial recibía tratamiento VIP en el Hospital Militar. ¡Primero los pobres!