Giselle Ordoñez llevaba 21 días ‘menstruando’. Sabía que algo andaba mal, pero como su ciclo menstrual suele ser un tanto irregular los médicos le dijeron que era normal. Un día, saliendo del trabajo, casi se desmaya del dolor. Pero los médicos le repetían que se calmara, que era normal. Una tarde ya no consiguió levantarse de la cama.
«El dolor me durmió el cuerpo y me rajé en llanto», narra a través de Facebook. Tuvo que llamar a una ambulancia y la llevaron a un hospital en La Habana, Cuba. Cuando le hicieron pruebas finalmente vieron que se trataba de un embarazo ectópico tubario derecho. Como resultado, hubo que extirparle la trompa derecha. La recuperación fue larga y dolorosa. «Fue como volver a aprender a caminar de nuevo», recuerda.
Pero la cosa no quedó ahí. Tiempo después volvió a sentir dolores, sangramientos, piernas adormecidas. No se veía nada en el ultrasonido. Ella pedía por favor que le hicieran un test de orina, pero los médicos le aseguraban que no era necesario, que en el ultrasonido no había salido nada, que los dolores seguro tenían que ver con su irregular ciclo menstrual. Le mandaron reposo y relajación, porque parecía estresada.
Finalmente, un día el dolor volvió a tirarla al suelo. Llegó al hospital de urgencias y le explicó a los doctores que ya había vivido algo similar y que había sido un embarazo ectópico. Los médicos no le hicieron caso pero pruebas posteriores le dieron la razón. Era otro embarazo ectópico tubario, esta vez en la trompa izquierda.
Giselle tenía apenas 28 años y no tenía hijos. Asegura que gracias a que su padre era amigo del director del hospital no le extirparon la trompa izquierda, pero quedó dañada. Un año después volvió a quedar embarazada; pero esa vez hubo suerte y fue un embarazo normal que la convirtió en madre de un niño que ahora tiene 7 años.
Un año después del nacimiento de su hijo, volvieron a repetirse los síntomas que ya conocía y temía: sangramiento oscuro, piernas adormecidas, dolores intensos. Se fue corriendo al hospital explicando sus antecedentes. Sabía que estaba embarazada y sería un embarazo ectópico, ya lo había sufrido antes, pero una vez más los médicos le dijeron que exageraba, que no sabía lo que decía, que estaba alterada. Al final hubo que intervenirla por laparoscopía, un procedimiento para observar el interior del abdomen, y tuvo un paro respiratorio.
«Sobreviví de milagro. Volví a nacer y estoy viva, no estoy loca», declaró.
También en La Habana, Massiel Rubio empezó a experimentar crisis cardíacas. Generalmente ocurrían cuando tenía algún disgusto. El corazón se le aceleraba, se le comprimía el pecho, llegaba incluso a vomitar. Sin hacerle pruebas, los médicos le dijeron que eran ataques de pánico y ella misma lo interiorizó como tal. Ya pasaba de los 30 y empezó a asumir que padecía crisis de ansiedad.
«Yo misma durante años creí todo esto, yo misma me trataba como una persona con ciertos padecimientos de salud mental que me llevaban a tener estas crisis ante el menor disgusto. No solo eso, estoy segura de que casi todos los que me rodeaban creían lo mismo», declaró. «Nunca, en ninguna de las crisis, les dio por pensar que la compresión en el pecho era una especie de angina, que el ahogo era por sobreesfuerzo del corazón, que el vómito era una reacción a todo ello, un aviso…».
Varios años y sustos después, ya viviendo en España, Massiel fue finalmente diagnosticada y medicada de por vida. Ha tenido que cambiar hábitos dada su patología cardíaca, que le impide hacer varias cosas que hasta entonces hacía con normalidad. Agradece a las personas de su entorno que «pensaron que eso que me pasaba no podía ser normal y me obligaron a atenderme».
«Gracias a eso, mi hermana también fue estudiada para prevenir a tiempo esta situación que parece ser genética, herencias paternas. Es muy importante hablar de estas cosas. En muchos casos, se trata de salvar vidas», agregó.
El sesgo de género condiciona la atención médica y retrasa diagnósticos
Aunque ambas ocurrieron en Cuba, las historias de Giselle y Massiel no son aisladas ni exclusivas de la isla caribeña. El sesgo de género en la atención médica parece estar bastante extendido a nivel global. Todas las expertas consultadas en este artículo han estado de acuerdo en que existe, que se estudia y que aunque se ha avanzado bastante en el tema, en algunas áreas más que en otras, queda mucho camino por recorrer.
Justamente las patologías cardiovasculares han sido un claro ejemplo de ello, y en situaciones como dolores en el pecho (sean o no síntomas de alguna patología o accidente cardiovascular), el problema ha sido ampliamente reconocido y documentado, aunque no erradicado del todo.
Un estudio publicado en la revista Journal of Women Health en 2009, concluía que la combinación entre el género y la edad de las pacientes (mujeres jóvenes) solía «engañar» a los médicos, particularmente «hacia diagnósticos alternativos de salud mental».
«Los médicos deben ser conscientes de la posibilidad de que los síntomas psicológicos asuman erróneamente un papel central en el diagnóstico de las mujeres más jóvenes», concluye la investigación.
Sin embargo, otro estudio científico, publicado en la Journal of the American Heart Association más de dos décadas después, en mayo de 2022, documenta que, aunque por un margen que ha ido disminuyendo, las mujeres que acudieron a urgencias médicas con dolor en el pecho esperaron más que los hombres en ser evaluadas por posibles ataques cardíacos.
El estudio empleó datos de la Encuesta Nacional de Atención Médica Hospitalaria Ambulatoria en Estados Unidos, entre 2014 y 2018. Las personas encuestadas eran adultos jóvenes, menores de 55 años, que habían acudido a urgencias con dolor en el pecho.
El estudio encontró que en general las mujeres fueron menos catalogadas como una paciente de urgencia en el triaje (el 19.1% de las mujeres lo fueron, frente al 23.3% de los hombres), enviadas con menor frecuencia a que se les realizara un electrocardiograma (al 74% de las mujeres se les ordenó, frente al 78.8% de los hombres) y admitidas en menor número en una unidad de observación (el 12.4% de las mujeres versus el 17.9% de los hombres). Solo hubo paridad en las prescripciones de realizarles biomarcadores cardíacos.
En sus conclusiones, la publicación señala: «Las diferencias de sexo en las tasas de admisión deben evaluarse más a fondo para dilucidar si esto representa diferencias en el diagnóstico final, que este estudio no pudo evaluar, o diferencias en la toma de decisiones basadas en las características de los pacientes».
El sesgo frente al dolor femenino cuando se trata de infartos se empezó a estudiar desde los años ’90, “tras 30 años desde la descripción del retraso diagnóstico en mujeres que padecían un infarto agudo de miocardio porque presentaban síntomas diferentes a los considerados típicos, que eran los síntomas de los hombres”, explicó a Newtral.es la bióloga y doctora en Salud Pública Elisa Chilet Rosell, especializada en salud y desigualdad de género. Es curioso que en el caso de las mujeres, a la sintomatología del infarto agudo al miocardio se le llama «dolor torácico atípico».
Hasta el momento, el modelo para el estudio del infarto, como también ocurre con otras enfermedades o afecciones, había sido el que experimentaba el cuerpo masculino, el cual se extrapoló a las mujeres, a pesar de que hay importantes diferencias en sus procesos biológicos.
Algo parecido sucede, por ejemplo, con el alcoholismo, un trastorno que suele asociarse más a los hombres. Además, los patrones de consumo de alcohol entre hombres y mujeres también han sido históricamente diferentes por lo que este problema en las mujeres suele estar invisibilizado, hasta que ya se convierte en un fenómeno muy disruptivo en sus vidas.
«Además de diagnosticarse menos, los programas de deshabituación e incluso las campañas preventivas para el consumo de sustancias están diseñadas pensando en los patrones de consumo masculinos, de manera que las mujeres no solo se diagnostican peor y más tarde, sino que además se benefician menos de los recursos existentes para el tratamiento de este problema de salud», explicó a Univision Noticias Lucia Martínez Manrique, médica de familia y residente de Medicina Preventiva y Salud Pública de Madrid, España.
En general, el sesgo de género en la atención médica, por todas su razones y en todas sus formas, es responsable de retrasar diagnósticos en las mujeres, lo cual puede terminar siendo mortal, grave y/o exponiendo a las mujeres a dolores y afecciones cuya causa desconoce y por tanto, no tiene las herramientas adecuadas para tratar.
Un informe de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) reveló que al menos en ese país las mujeres tardan hasta un un 13.6% más que los hombres en ser derivadas a un especialista.
El caso de la endometriosis
Uno de los cuadros dolorosos que más suele tardar en ser diagnosticado en las mujeres es la endometriosis, «una enfermedad caracterizada por la presencia de tejido similar al endometrio (el revestimiento del útero) fuera del útero», lo cual «provoca una reacción inflamatoria crónica que puede dar lugar a la formación de tejido cicatricial (adherencias, fibrosis) dentro de la pelvis y otras partes del cuerpo», según la definición de la Organización Mundial de la Salud.
La endometriosis es una enfermedad que puede llegar a causar infertilidad y ocasiona fuertes dolores a las mujeres que la padecen. Su diagnóstico suele tardar un promedio de 7 años en concretarse, en los cuales la paciente probablemente estará padeciendo un dolor recurrente e intenso, acudiendo al médico con frecuencia, rodando por consultas de especialistas que muchas veces le asegurarán que no tiene nada, o que son dolores «normales» asociados a la menstruación.
Aunque esto ha empezado a cambiar, el diagnóstico de la endometriosis sigue llegando demasiado tarde, y por tanto su tratamiento, dificultando o incluso haciendo imposible el embarazo, además de exponer a la paciente a intervenciones quirúrgicas y procesos invasivos, dolorosos y hasta incapacitantes.
A Kira Walker, una periodista canadiense radicada en España, le tomó un tiempo ser diagnosticada de endometriosis. Su cuerpo estaba combatiendo la enfermedad de manera bastante eficiente y silenciosa, pero una trombosis lo cambió todo. Walker, de 37 años, padeció un trombo y hubo que administrarle anticoagulantes, lo cual aceleró dramáticamente la endometriosis, según cuenta a Univision Noticias.
Recientemente tuvo una revisión para ver si su endometrioma había crecido, ya que durante el último mes había tenido un dolor más fuerte que nunca. Sin embargo, asegura que al decírselo a la ginecóloga, esta le respondió: «Ahora que sabes que tienes endometriosis, probablemente esté en tu cabeza».
«Me puse furiosa, pero seguí adelante con la revisión porque necesitaba saber cómo estaban las cosas. El endometrioma había duplicado su tamaño. Después, ella admitió tímidamente que por eso me dolía más. Pero no se disculpó por sus comentarios anteriores. Más tarde, expresé mi decepción a mi médico de cabecera y en lugar de reconocer que había sido un comentario inapropiado y poco profesional, se excusó diciendo que los médicos están sobrecargados de trabajo debido a la pandemia. Otra decepción», se lamenta Walker.
También se queja de la incredulidad de los médicos Tatiana Romero, una mexicana residente en Madrid. Ella tuvo la suerte de que la diagnosticaron temprano de endometriosis. Su madre también padece la enfermedad y se empeñó en que estudiaran a su hija, quien desde que le vino la menstruación a los 13 años pasaba dolores insoportables.
Sin embargo, Romero asegura que a pesar de los fuertes dolores que sigue padeciendo por la enfermedad, los médicos siempre le hacen creer que está exagerando o le hacen otras pruebas. «Cuando vivía en Berlín, un par de veces terminé en el hospital por el dolor. Me hicieron muchas pruebas. Yo explicaba que estaba diagnosticada con endometriosis, pero tendían a hacerme otras pruebas, como para apendicitis, deslegitimando mis propios conocimientos sobre mi cuerpo y sobre lo que me pasa», se queja Romero.
Se estima que entre el 10 y el 15% de la población femenina mundial en edad fértil se ve afectada por la endometriosis, a pesar de lo cual es una enfermedad muy poco visibilizada y estudiada, al punto de que todavía no está claro su origen, a pesar de que su manifestación es recurrente, muy dolorosa y puede llegar a incapacitar a la mujer.
«Me pregunto qué sucedería si hubiera una patología que afectase solo a hombres y que, además de causar dolor que puede llegar a ser incapacitante, causase complicaciones que puedan llegar a requerir cirugías y secuelas que puedan llegar a provocar infertilidad», se cuestiona la doctora Lucía Martínez Manrique, citada con antelación. «Supongo que la investigación y los esfuerzos diagnósticos y terapéuticos avanzarían más rápido de lo que está sucediendo con la endometriosis», agregó.
Los hombres como ‘talla única’: el cuerpo femenino ausente en la investigación médica
«Son muchas las formas en que la medicina clínica actual sesga la visibilidad de los diagnósticos más prevalentes entre las mujeres a lo largo de toda su vida, desde el desconocimiento de los trastornos de la menstruación en la adolescencia hasta la magnificación de las consecuencias del hecho natural de que se retire la menstruación, junto con la aparición de patologías crónicas que producen dolor y que son más frecuentes entre las mujeres», explica en su artículo ‘La mujer invisible para la medicina’, publicado en la revista InMujer, la doctora española Carme Valls-Llobet, experta en Medicina con Perspectiva de Género y directora del programa Mujeres, Salud y Calidad de Vida.
Históricamente la medicina o el manejo público de información de salud han ignorado en buena medida las patologías femeninas asociadas de una forma u otra con la sexualidad y el aparato reproductivo; tanto por pudores moralistas como por falta de estudios y de voces femeninas que articulen discursos propios.
Pero la invisibilidad de la mujer en la medicina va más allá de la menstruación y también abarca todo tipo de patologías generales, ya que la tendencia en la investigación científica ha sido estudiar a los hombres y sus cuerpos como ‘talla única’, aplicando luego esos resultados a ambos sexos/géneros, como si fueran equiparables, cuando no necesariamente lo son, como en el caso ya mencionado del infarto al miocardio.
«El sesgo en la investigación se produce de varias maneras o en varios niveles, por un lado a la hora de definir qué temas o problemas de salud se estudian (generalmente se destinan más recursos a problemas que afectan mayoritariamente -o exclusivamente- a los hombres), por otro lado por cómo se estudian las patologías o situaciones seleccionadas. Si no se incluye análisis diferencial por sexo, es muy difícil saber qué afecta a mujeres y a hombres o de qué manera nos afecta a unas y otros», declaró Lucia Martínez Manrique.
La percepción del dolor femenino: fibromialgia y salud mental
Existe una percepción bastante extendida de que las mujeres se quejan y asisten a consultas médicas mucho más que los hombres, por lo que hay una tendencia a pensar que cuando un hombre va al médico es que hay un problema real o grave, mientras que muchas veces a las mujeres se les deriva a salud mental.
Un ejemplo en el que las expertas ven claros sesgos de género con respecto a la asistencia al dolor femenino es en los diagnósticos de fibromialgia.
Según los Centros para la Prevención y Control de Enfermedades de EEUU (CDC), la fibromialgia «es una afección que causa dolor en todo el cuerpo (que también se conoce como dolor generalizado), problemas para dormir, fatiga y con frecuencia aflicción emocional y mental».
Esta enfermedad, cuyas causas se desconocen, afecta a unos 4 millones de adultos en Estados Unidos, aproximadamente el 2% de la población adulta, pero las mujeres tienen el doble de probabilidades de ser diagnosticadas con fibromialgia que los hombres.
«Es una de esas patologías que, por ser ‘típicamente femenina’, se ha psicologizado pensando que la causa son problemas emocionales, etc. Esto dificulta el manejo de las pacientes (en ocasiones sienten que sus síntomas no tienen credibilidad) y también contribuye a que la investigación no avance demasiado para aclarar las causas y mecanismos de este problema de salud, explicó Martínez Manríquez.
En sus cerca de 12 años en una consulta de salud mental en un municipio al sur de Madrid, la psiquiatra y psicoterapeuta Carmen Ramírez asegura que la mayoría de pacientes con fibromialgia que ha atendido son mujeres. Estas pacientes, asegura Ramírez, ruedan por diversos especialistas que tienden a medicalizarlas sin que ningún fármaco resulte claramente en una mejoría notable. Así terminan en consultas de salud mental, muchas veces sintiéndose mal, culpables o con poca credibilidad, ya que su dolor no parece tener una causa médica determinada.
«Así la rueda del encarnizamiento terapéutico se pone en marcha, junto a la desesperanza de estas mujeres, y a la frustración de los especialistas que las tratan», dice Ramírez, quien asegura que el diagnóstico de fibromialgia «recoge mucho más que dolor crónico». «En mi opinión se trata de una dolencia psico-médica-social. Se intenta encajar dentro del modelo médico una problemática que abarca otros ámbitos», declaró a Univision Noticias.
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Por su parte, la experta Carme Valls-Llobet explica que existe evidencia de que en la asistencia a mujeres es más probable que las quejas o los síntomas sean considerados psicosomáticos y se medicalicen con ansiolíticos y antidepresivos.
«Teniendo en cuenta que el primer motivo de consulta de las mujeres en atención primaria es el dolor y el cansancio como síntomas difusos e inespecíficos, sin tener un diagnóstico claro, a las mujeres se les medicaliza más y se les deriva más a servicios de salud mental pensando que sus problemas no son físicos, sino mentales», asegura Valls-Llobet.
Pero incluso, desde la salud mental tampoco se han aproximado al tema de manera adecuada en muchos casos, dice Valls-Llobet. «Los expertos en salud mental han obviado las inequidades estructurales y las desventajas sociales que sufren las mujeres a la hora de abordar su salud en general, y la mental en particular. ¿Por qué las mujeres tienen una peor salud mental? ¿Se aborda realmente lo que está pasando en la base de esa peor salud mental? En general, no, no se aplica una salud mental con perspectiva de género y se tiende a medicalizar los malestares de las mujeres», agrega la experta.
Para Carmen Martínez, existen dos polos del mismo problema. «El dolor femenino no es bien escuchado, bien sea por exceso o por defecto. El exceso nos llevaría a medicalizar (con las consecuencias que ello supone) un problema mucho mayor, que escapa a la conceptualización puramente médica. El defecto nos conduce a restar valor a síntomas que pueden estar indicando una patología, por considerarlo normal en la condición femenina».
El camino, asegura Martínez, está en incrementar considerablemente la investigación diferencial que incorpore una mirada de género, porque «de otra forma seguiremos estando parcialmente incapacitadwos para la visión completa del puzzle».
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