Afínales de los años sesenta del siglo XX, en plena carrera espacial entre Rusia y Estados Unidos, un satélite de la fuerza aérea estadounidense de nombre Vela, detectó accidentalmente una serie de señales provenientes del espacio profundo.

Vela tenía como objetivo primordial vigilar las actividades militares rusas, aquellas que estaban relacionadas con ensayos nucleares. Una época, por cierto, convulsa, de mucha tensión entre estas dos grandes potencias.

Años más tarde se supo -gracias al pensamiento científico, el cual aprende de sus propios errores y aciertos- que estas misteriosas señales no eran producto de seres de otros planetas que quisiesen comunicarse con los habitantes de la Tierra, sino que en verdad se originaban en el espacio profundo, más allá del sistema solar. Se les bautizó como estallidos de rayos gamma.

Dichos estallidos son considerados como las explosiones más energéticas de ondas electromagnéticas conocidas en el universo y tienen su origen cuando explotan estrellas gigantes al final de sus días, así como por el colapso de agujeros negros, o bien cuando dos estrellas de neutrones colisionan.

Fue a principios de los años noventa, una vez que terminó la Guerra Fría, cuando los astrónomos se tomaron más en serio la búsqueda de estallidos de rayos gamma y, por ende, crearon un Observatorio dedicado a su estudio, el Compton Gamma Ray Observatory, el cual fue puesto en órbita el 5 de abril de 1991 por el Transbordador espacial Atlantis.

Este observatorio (ya no está en funcionamiento desde el año 2000) fue capaz de detectar alrededor de una explosión de rayos gamma cada día. Por lo que este fenómeno no es tan extraño como pareciera.

De hecho, hace unos días, el pasado domingo 9 de octubre, un equipo de científicos detectó una poderosa explosión de rayos gamma a la que consideran la más energética conocida hasta hoy.

Liberó tanta energía –18 teraelectronvoltios– que los astrónomos continúan analizando sus cálculos para determinar si no están equivocados porque la explosión de rayos gamma más energética conocida antes de ésta, produjo tan solo 10 teraelectronvoltios.

Hay que decir también que, al principio, la fuerza del destello confundió a los investigadores, ya que pensaron que debió de haberse producido por una fuente relativamente cercana. Inicialmente, también creyeron que la energía provenía de rayos X en lugar de rayos gamma.

Pero los análisis posteriores de la señal confirmaron que justamente se trataba de un estallido de rayos gamma cuya fuente estaría situada a unos 2,400 millones de años de la Tierra, en otra galaxia. Y, aunque sigue siendo una distancia bastante considerable, este estallido es el más cercano jamás visto hasta ahora.

Por otro lado, los estallidos de rayos gamma pueden ser letales para la supervivencia de la vida en la Tierra, inclusive aun cuando éstos se produzcan a miles de años luz.

Un estallido que golpease la Tierra despojaría al planeta de su capa de ozono y probablemente causaría una extinción masiva. De hecho, los científicos creen que uno de los mayores eventos de extinción masiva en la historia de la Tierra, la extinción del periodo Ordovícico, ocurrida hace unos 450 millones de años, pudo haber sido provocada por una explosión de rayos gamma.

Al estallido recientemente detectado se le denomina GRB221009A y, a pesar de que apareció veinte veces más cerca de la Tierra que un estallido de rayos gamma promedio, aún se encuentra lo suficientemente lejos para causar preocupación entre la comunidad científica.

Pero, ¿estará la Tierra a salvo de un estallido futuro de rayos gamma? Esto, por ahora, nadie lo puede predecir con toda seguridad. De hecho, en cualquier momento, podríamos estar ante la amenaza de que uno de estos estallidos ocurra sin que tengamos la capacidad tecnológica de prevenirlo, ni mucho menos de predecirlo.

Sobre todo, porque, si una de estas explosiones ocurrió hace millones de años, apenas estamos recibiendo la información de algo que sucedió en el pasado, de un evento que pudo haber ocurrido antes de que, inclusive, la Tierra se formase.

Ahora bien, ¿por qué las ondas electromagnéticas pueden ser tan destructivas? Resulta que estas ondas están formadas por fotones. Los fotones son las partículas que transportan la luz a través del espacio. La luz puede comportarse tanto como onda o como partícula.

Hay fotones más energéticos que otros. Por ejemplo, aquellos que transportan las ondas de radio de teléfonos celulares o de estaciones radiofónicas, no suelen ser dañinos (es radiación no ionizante).

Pero si nos movemos a la zona más energética del espectro electromagnético, donde convergen los rayos X o los rayos gamma, entonces sí que nuestra vida podría correr peligro ya que la radiación ionizante, aquella que se encuentra en este tipo de ondas extremadamente energéticas, podría modificar el ADN de nuestras células y provocarnos varias enfermedades o inclusive la muerte.

Por lo tanto, exponerse a rayos X o rayos gamma por largos periodos de tiempo no es para nada recomendable, aunque los primeros se utilicen comúnmente en la medicina para obtener radiografías del cuerpo humano.

El universo -que parece un sitio tranquilo donde todo fluye con armonía- en realidad está plagado de fenómenos violentos. Esta violencia es lo que permite que surja la complejidad de todo lo que observamos porque en la complejidad siempre hay cambio. Sin cambio, creo, no existiría tampoco la diversidad ni la belleza en todo lo que nos rodea.

Por ejemplo, si las primeras estrellas del universo no hubiesen explotado una vez que agotaron todo su combustible, no tendríamos ahora elementos químicos pesados como el oxígeno, el cual resulta fundamental para que exista la vida tal y como la conocemos. O como dijo Carl Sagan: “somos polvo de estrellas”.

Pero volviendo al descubrimiento de GRB221009A, el estallido de rayos gamma, en una entrevista concedida al portal de internet Science Alert, Gemma Anderson, astrónoma de la Universidad Curtin de Australia, mencionó que “cuando se trata de explosiones cósmicas que expulsan restos estelares a una velocidad cercana a la de la luz, dejando atrás agujeros negros, se está observando la física que se produce en los entornos más extremos que son imposibles de recrear en la Tierra”.

También comentó que “nosotros todavía no entendemos completamente este proceso. Una explosión tan cercana significa que podemos recopilar datos de muy alta calidad para estudiar y comprender cómo ocurren tales explosiones”.

Por lo que aún falta mucho para que los astrónomos comprendan cómo es que se producen exactamente estos estallidos de rayos gamma.

Seguramente será necesario poner en órbita algún tipo de satélite con tecnología de última generación para estudiar estos extraños fenómenos energéticos que suceden todos los días en el universo.

Un universo que, muchas veces, resulta completamente impredecible y sorpresivo, tanto desde el ámbito de la física teórica como desde la física experimental.

Fuente: aristeguinoticias.com