Pero qué momento tan doloroso incluso entre el tacto de Oswaldo, qué instante tan más hijo de puta hasta que una prostituta se acercó corriendo en medio de taconeos torpes y gritando en el balbuceo del alcohol «¡Espérate, niña. Espérate!».

—A ver, señora, ¿qué quiere? —Oswaldo la detuvo con la mano para evitar que tocara a Luna— No esté chingando.

—A ti no te hablo, papacito. Le hablo a ella.

La mujer se seguía tambaleando vulgarmente hacia Luna sin importarle lo que Oswaldo dijera. Y es que a Mateo no le había dado tiempo de salir… corriendo para tratar de explicarle que no pagaba por servicios de sexo, sino por una mujer que le inspirará. «Nos llama ‹sus musas›, además paga muy bien sólo por sentarnos ahí a verlo escribir o pintar. Es un tipo grosero, pero de los mejores clientes». Oswaldo le aconsejaba a Luna no hacerle mucho caso, aunque no tuvo el tiempo para discernir si hacerle o no caso pues al arribo de los demás tuvo que irse. Manuel la llevaba del brazo, iban hacia la casa de Valeriano, pero pasarían primero por una botella de vino. Si bien en sus pensamientos yacía el rostro de Marco, elegía pensar mejor en Julián hasta que ese presente tomara las fuerzas suficientes para enterrar a su pasado que se había quedado cuadras atrás en la cantina.

En el camino miraba con recelo a las sirenas sin saber por qué estaba tan molesta con ellas, sería quizá porque desde un principio, esas pitonisas lo sabían y en vez de hablarle con directas le hablaron en acertijos tontos. Cuánto le enojaba la actitud infantil de ellas, cuánto le fastidiaba darles la razón, peor aún, darles la razón a Manuel y a Valeriano, a Laura y a Oswaldo sobre el sexo sobrepuesto al amor y al amor quebrantado para que pudiera ser.

—Ánimo, mi Lunita, a veces puede ser peor. Al menos tú ya estás un paso más adelante, encontraste a Julián… Sólo debes muchas veces centrar tu atención en otra parte, porque recuerda, hay una ley y las leyes son inquebrantables: tu mente tiene más fuerza que tus manos. Además puedes usar todo ese sentimiento para crear; transmútalo en arte.

—Entiendo, entiendo todo lo que me dices, pero la condena de los escritores es vivir de fantasmas.

—¿Vas a esperar a ver si Julián te rompe para disfrutar tu aquí y tú ahora? Eres muy tonta.

—¿Por qué hablamos de esto ahora? Tienes la razón, yo te doy la razón. Y tus consejos no los discuto, pero, Manuel, yo sólo quiero dormirme, ni siquiera ir a beber Sólo estar en mi cama, en mis cobijas y con mi mamá.

—¿Y por qué vienes?

—Porque no tengo cómo irme a casa.

Y lo que no sabía era que cada fin de semana sería lo mismo; salir noche, ir a beber y no tener cómo irse a casa. Al principio, después de esa primera noche, era divertido llegar a las cinco de la tarde al café, preparar sus líneas, recibir aplausos, estar entre las luces y la música y las acrobacias y el teatro; salir de madrugada, ir a beber a casa de Valeriano y amanecer ahí mismo para irse al café, luego a comer y en la tarde de nuevo al café para ir a casa, si acaso podía, a las diez de la noche. Entre semana la facultad la llenaba de trabajo y por las tardes iba al parque para juntar dinero, pero después de algunas semanas ansiaba su cama. Comenzaba a llegar a un punto de hastío en el que decidió dejar todo lo que no le gustaba quitándolo de raíz; adiós Carlos y sus estupideces, adiós a la facultad que le robaba tiempo para escribir teatro, adiós a Julián que no se decidía en dejar a la Lolita, adiós a Marco.

Dejar a Carlos no le había resultado tan sencillo como pensaba, y no era que lo quisiera, sino que él estaba aferrado a ella, decidido a que si alguien terminaba esa relación no debía ser Luna. Era la tarde del miércoles, había llovido y Luna estaba empapada, aun con ello estaba en el cuarto de Carlos decidida en dejarlo de una buena vez antes siquiera de dejar la universidad.

—Es raro tenerte aquí, supongo que vienes a terminarme.

—Relativamente sí porque nunca iniciamos algo real. ¿No me ofrecerás una toalla?

Carlos, de muy mala gana tomó la toalla que encontró en el mueble aventándosela.

—Luna, debo decirte que lo nuestro murió desde hace tiempo, desde la fiesta de Diego donde me dejaste solo y pude ver tu deslealtad.

—No me causarás remordimiento. Volvería a dejarte.

—Eres una perra, y eso sigue excitándome. Vamos a la cama. Julián sigue con Marlén, ¿no? Y es por él que me dejas. Entonces no tenemos nada que perder, hagamos esto como despedida.

Una vez más poniendo en prueba la razón que Valeriano y Manuel tenían, Luna interpuso al deseo entre su utopía y la esperanza yendo a la cama con él, e inimaginable e inconcebible Carlos había mejorado, cosa que a ella le preocupaba, le gustaba y le enojaba, y no tuvo que decir nada porque al término, inmediatamente él abrió la boca de manera airada.

—Te gusto, ¿eh? Bueno, Luna, debo decirte que en esa fiesta hubo alguien que no me dejó solo. ¿Y cómo sé que te gusta Julián? Marlén me lo dijo en la cama después de que prácticamente la corrieran. Fue a su casa y de ahí regresó a la fiesta.

Esa vez, sin disimulo, Luna estaba boquiabierta y con la cara desencajada sin saber qué pensar, sin entender ese enojo subiéndole hasta la cresta del cabello.

—Entonces me lo restregas para decirme que Marlén te enseñó muy bien, y sí, felicidades… También a Julián debió enseñarle y yo estoy dispuesta a aprender mejor con él.

Carlos se enderezó exasperado de la cama sin poder concebir cómo podía seguirlo humillando de esa manera.

—Estás mal, muy mal. ¡La vida te lo devolverá! Además, Julián no debe ser tan buena persona como tú crees. Marlén tenía diecisiete cuando se acostó por primera vez y fue con él. ¿Eso de qué te habla? ¿Eh?

—¿Quieres decir que ella era virgen?

En ese instante Carlos comprendió todo.

—¿Por qué? —preguntó vacilante y temeroso.

—Julián le enseñó a Marlén… Qué idiota eres.

Rápido se levantó para tomar sus cosas y largarse para siempre de ese cuarto.

—Julián sigue con ella.

—Claro, porque yo seguía contigo.

Salió de ahí dispuesta a escribirle a Julián, lista para arriesgar sus balas en una ruleta rusa en la que no había una de salva. Ya no estaba Marco, ya no estaba Carlos.
«Te veo en el bar amarillo si me quieres besar. Lo dejé».

 

(CONTINUARÁ)

 

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