Amigo, ¿qué le hicieron a tus ojos? Que tantas veces me miraron en su belleza de fulgor vívido. ¿Qué le hicieron a tus manos? Que tantas veces tomé para correr, para tomar un cigarro, para dirigir un rumbo. ¿Qué le hicieron a tu sexo? Que ha engendrado y hecho milagro. ¿Qué le hicieron a tu cuerpo? Que tantas veces abracé y abrazó y protegió y cobijó y dio consuelo. Amigo, ¿qué le hicieron a tu espíritu de vida y de combate? Yo no lo sé, pero muchas veces lo pienso mientras pienso en ti: pienso en ti al mirar el café que fue nuestro y donde vi por última vez a tu sonrisa. Pienso en ti en las canciones, en algunos libros que leí, en las calles que guardaron las huellas de nuestros pasos y te pienso cuando recuerdo las pláticas que se quedaron como un eco al igual que tu voz, y aquellas que prometimos tener y jamás llegaron. Yo no sé qué te hicieron, pero de todo lo que pudieron hacer, de tus armas que pudieron destruir, de tu honor que pudieron romper, lo único inquebrantable es tu espíritu y el amor que en nosotros, los que vivimos en tu ausencia, nos queda, además de las ganas de una justicia que nunca llega en el país de las tumbas con cruces anónimas. Aun así, seas éter, fuego fatuo o alma, eres.
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