Pero el beso no llegaría en esa madrugada, y no por falta de deseo, sino porque ambos tenían responsabilidad con otros labios ausentes y el karma es cuestión sería. Él se conformó con abrazarla y ella con sentirlo cerca, pareciera que nada podía salir mal, que la muerte y el miedo, la existencia y la angustia eran inexistentes en ese paraíso con sensación a hogar, a un hogar azul en el que las aves andarían colores derrochados como ríos. Aunque a Luna le incomodaba dormir en cama y cuerpo ajeno, en el pecho de Julián hallaba reposo absoluto en tanto el sueño se hizo presente: era ella y era él hechos de cartón. En el pecho de Luna yacía un hueco del que, con la mano temblorosa, sacaba su corazón también de cartón. El corazón goteando sangre era de rojo volcán, y se lo entregaba a Julián, quien tenía colmillos de vampiro y ojos amarillos, cual ofrenda para hacerlo beber de él. En su mente muda sabía que hablaba diciendo: «bebe de mi sangre. Toma un poquito de mí, aunque pasado el tiempo, los días, los años, me dejes en sequía el alma. El alma seca no será regada con la saliva ni con la lluvia de las lágrimas, pero me he de arriesgar a que me comas, me comas tanto que te hartes de mí dejándome sola, desangrada y vacía».
Luna abrió los ojos exasperados y de un brinco se enderezó de la cama. En medio de la densa oscuridad de aquel cuarto lograba sentir la presencia de Julián y escuchar a su respiración calmándola. Nunca había tenido un sueño tan raro y mágico, tan triste y sublime. Qué ganas tenía de preguntarle a Jung lo que significaba, mas sólo le quedaban las sirenas dormidas al filo de la luna, tan plácidas que despertarlas era delito contra el universo.
Recobrar el sueño le resultaba difícil, por lo que tendría que aguardar el amanecer para salir corriendo a casa sin pensar más en Carlos o en Marco o en Julián. Un pánico la invadía no comprendiendo el por qué o el pánico de qué, sólo era miedo mezclado con las ganas de salir de ahí, de escaparse de los brazos y cabellos enredados de él, cabellos como de medusa en una Luna que se creía una torpe Ío. No teniendo opción volvió la cabeza al pecho de Julián esperando con impaciencia el amanecer. El amanecer parecía alejarse por cada segundo que avanzaba, entonces respiró hondo robando el aroma de los cabellos de él.
—¿Sigues sin poder dormir?
—¿Te desperté? Perdóname, es que me siento algo extraña.
—¡Oye! ¿Qué pasa? Ven, ven —y la acurrucó en sus brazos—, ¿por qué te sientes así?, ¿quieres contármelo?, ¿es por mí?
—¿¡Por ti!?, ¡no! No es por ti, es sólo que esta noche he tomado decisiones muy extrañas y egoístas.
—¿Crees que el egoísmo es malo?
—No, es sólo que a veces, como hoy, más que ser egoísta quisiera soltar, liberar y dejar ir.
—¿Qué te lo impide?
—La soledad.
—¿La soledad?
—Sí. Me da miedo un día tomar la decisión de soltar y dejar ir quedándome entonces sin nadie y sin nada.
Julián se quedó pensativo mirando el techo, y es que él tenía esa habilidad de meditar y entregar palabras sabias no por impulso.
—Luna, siendo honesta, ¿tú crees que Carlos realmente te es leal? ¿Crees que no ha sido egoísta contigo o con alguien más?
Ella lo meditó queriendo hablar entre tartamudeos.
—Él me dijo que sí, yo lo veo arrastrándose por mí.
—Bueno, te diré algo. Yo creo que no, que no te es leal como tú crees. Y no es egoísmo, Luna. Es una necesidad humana de amor propio pensar de vez en cuando sólo y únicamente en nuestro propio beneficio. No eres mala, no eres aprovechada ni hipócrita, y es por ello que sé que dejaste a Carlos porque te sentías asfixiada en ese momento de vulnerabilidad, no por egoísmo. Deja de sentirte mal cuando no sabes qué hizo o no hizo Carlos en esa fiesta, pero siéntete bien por saber lo que hiciste o lo que no hiciste tú.
Era cierto, todo lo que él decía era verdad, y no sabía si era por el exceso de sueño que lo escuchaba siendo tan sabio, pero ahora estaba consciente de que, al despertar, tomaría su bolsa yendo a buscar a Carlos con una disculpa en la punta de la lengua o una cachetada con su mano.
(CONTINUARÁ)
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