El tiempo, innecesario y corredizo, difuminaba entre el humo del cigarro y el alcohol el pensamiento por Marco o por un Carlos abandonado en una fiesta. Todo comenzaba a tener un sentido cuando miraba a los ojos oscuros de Julián sirviendo otro trago, sumergido en ella sin pensar más en la Lolita que se había perdido, se había perdido tanto como las pupilas de Luna en él y en su rizo rebelde colgado como la sirena en la punta de la estrella. Toda la poesía recaía en aquella noche a través de los labios de ellos hablándola, de sus manos expresándola al aire como si la dibujarán, y en el humo gris que era tinta. Los párpados se serenaban, la carne se volvía blanda, los sentidos se esparcían en tanto el alcohol lo hacía en las venas quitando oxígeno y regalando levedad.

Un trago tras otro, ¿por qué no? La charla era un remolino Pizarnik, sabor Alfonsina y aliento a Fitzgerald, a Carpentier y a Borges. Qué emoción estar entre ellos que hablaban mucho y no con Carlos que cuando abría la boca rociaba de sequedad al mar de Luna, y es que Luna era río húmedo de curiosidad, quería aprender, admiraba al que conocía, por eso estaba enamorada de Oswaldo, por eso deseaba a Marco, por eso idolatraba a Julián, pero una vez teniendo la posibilidad, se aterraba y huía porque el miedo por tener a un fantasma más en su tablero ouija le atormentaba. ¿Cuál espíritu llegaría a su llamado que no fuera sólo el viento golpeando en la ventana? Cuántas veces había movido el tablero siendo ella misma con la esperanza de que Marco aventara el vaso estrellando contra la pared la tristeza, entonces, ¿para qué echarse a la bolsa un nuevo fantasta de nombre Julián que, además, tenía a Marlén? Por esa razón se limitaba a contemplarlo comí las fauces enardecidas de un minotauro, como una estrella fugaz o el fuego verde de las hadas que terminaría por consumirse en cuanto el sol saliera, tal si fueran vampiros.
«Atorméntarme, atorméntarme sólo un poco más con tus ojos distantes. No te me acerques porque corro, no me vengas con palabras ni con detalles que no puedo comprarte, ni con tu cuerpo desnudo que no podré tocar porque me quemo, me quemo y ardo sin poder sacar mi sed por terror a la oscuridad, y en tus ojos reposa la noche».

—Señorita, ¿y usted también escribe o es sólo de las personas que gustan de las letras sin ser parte de ellas?

–Escribo, pero para mí.

—Es egoísmo. —Advirtió Ariel, la amiga de Julián, fumando de su cigarro desde la barra.
—No, es sólo pena o quizá la condena de un escritor por vivir de fantasmas.

—¡Ah!, le escribes a los amores no vivos entonces.

—Sí, Ariel. A los no vivos y a los vivos… aún.

—¿Tienes una historia?

Julián fumaba saboreando al humo en sus labios que rozaba con su lengua, dejando caer las cenizas sobre el cenicero de mármol presto a escuchar a Luna.

—Todos. Algunos más que una.

—Es cierto. Me refiero, ya sabes, a tu historia de fantasmas, ¿o qué te marcó tanto para escribir bajo tu egoísmo?

—Es que no siempre escribimos para otros, a veces las letras son íntimas, como un diario que conviertes en una historia para calmar a tu imaginación creando esos escenarios anhelados que no sucedieron en realidad. La poesía enmarca los anhelos, los cuentos son los escenarios y las novelas el llamado desesperado para que una historia se haga realidad. Pero no es necesario que otros te lean, es un simple desahogo.

—Eso me suena a que escribes bien.

—No, no es falsa modestia.

—Te creo porque debemos estar ya muy tomados, siento que decimos estupideces. Julián, mi lengua se entumió, yo creo que me voy a mi casa. Por cierto, ¿y Marlén?

—Am, se fue… Ariel, ¿estás bien para irte a tu casa? Podrías quedarte aquí.

—Ya sabes que odio dormir fuera de mi casa. Pero como sea, recuerdo que Marlén la besó, ¿te besó? Cómo sea, fue sexy.

Julián y Luna se rieron despidiéndose de Ariel. La noche ya no era tan joven, la sopa estaba fría y Luna moría por dormir. Había dos camas, una era de la hermana de él que acababa de irse de esa ciudad, entonces no sintió culpa por Carlos, no haría nada más que dormír esperando que Julián no fuera un psicópata. Ariel se fue, y lo próximo que escuchó él fue a Luna en medio de su briaguez preguntarle: ¿Qué harás con la Lolita?

—¿Lolita? ¿Marlén? Pues nada, hay cosas que nacen y mueren por sí mismas. Ella era como lo es para ti Carlos, algo irrelevante, pero que quisiste cuidar.

Luna se quedó callada sintiéndose una basura porque a Carlos ni siquiera lo quiso cuidar, solamente lo dejó en su vómito en una fiesta distante mientras las sirenas la miraban molestas por eso, mas aplaudiendo por verla encontrarse a sí misma.

 

 

(CONTINUARÁ)