Decenas de indígenas popolucas bajan desde varios municipios de la sierra de Santa Martha hasta Los Tigres, en el municipio de Juan Rodríguez Clara, en busca de empleo. Llegan los sábados y se quedan desde 15 hasta 30 días, tiempo suficiente para reunir algo de dinero.
La entrada al poblado está enmarcada por una báscula para camiones cargados de piña. El sitio lleva el nombre de Moisés Gasperín Crivelli, quien llegó a ser uno de los productores más acaudalados de la región y fue asesinado en 2020.
En el centro de la localidad hay un parque con juegos infantiles y jardineras bien cuidadas. Después, un auditorio para las fiestas del pueblo y, a un costado, una iglesia recién pintada de azul, dedicada a San Marcos.
La economía de los alrededor de 5 mil habitantes de Los Tigres gira en torno al cultivo de piña. En la semana reciente, de sus campos salieron tractocamiones con fruta hacia Morelia, Michoacán; Toluca, estado de México, y León e Irapuato, Guanajuato. En próximas semanas saldrán cargamentos a Japón.
Si uno quisiera tomar el pulso de la riqueza local bastaría echar un vistazo a la pizarra de la parroquia; hay una lista de las aportaciones que hicieron los lugareños para la fiesta del pasado 25 de abril. Los señores del pueblo se juegan el prestigio haciendo donaciones de 150 mil, 200 mil y hasta 300 mil pesos para costear los bailes en honor al santo patrono.
Empujados por la pobreza, porque los programas federales no llegan hasta la montaña, porque la roya acabó con los cultivos de café y el precio del maíz estuvo por los suelos en años recientes, los popolucas tienen como alternativa para ganar el sustento trabajar en los campos de Juan Rodríguez Clara.
Los más jóvenes y fuertes buscan emplearse de cortadores, mientras los hombres de edad avanzada se conforman con alquilarse de jornaleros para limpiar los cultivos. Las mujeres, en cambio, trabajan de pasadoras (pasan de mano en mano las piñas de los canastos a los estibadores que acomodan el producto en los camiones).
En la cadena productiva, los sueldos más altos los ganan los cortadores, quienes reciben hasta 350 pesos por tonelada de piña cortada. Un estibador gana en promedio 90 pesos por tonelada. Al día puede ordenar hasta 12 toneladas. Mientras, los pasadores ganan entre 250 y 300 pesos.
En el nivel salarial más bajo están los jornaleros que limpian de hierba los cultivos; ellos perciben 200 pesos por un turno de seis de la mañana al mediodía, y si laboran de las 15 a las 18 horas, pueden ganar otros 100 pesos. La mayoría de los indígenas de la sierra de Santa Martha se emplean de jornaleros.
Bodegas, cartones y cobijas
Ramírez trabaja en un campo de piña. Es un joven larguirucho que se mueve con agilidad entre los surcos. Lleva pantalón oscuro y camisa de manga larga, que ajustó desde los puños hasta los codos con unas calcetas color rojo. Con un retazo de tela improvisó una suerte de capucha que le cubre la cabeza, el cuello y la cara.
De 18 años de edad, Aristeo es un popoluca originario de Plan Agrario, municipio de Mecayapan, en el corazón de la sierra de Santa Martha. Trabaja en los campos de piña desde que tenía 14 años para aportar al sustento familiar. Hace tres meses, junto con sus hermanos, se propuso reunir dinero suficiente para construir una casa a su madre, Clara Ramírez.
“Ya nos falta poco. Tenemos tres meses construyendo, compramos varilla y block y ya tenemos las paredes levantadas”, dice.
Como Aristeo y sus hermanos, varios indígenas de la sierra de Santa Martha vienen por periodos hasta de un mes, a trabajar en Los Tigres y luego regresan una semana con sus familias. Mientras viven aquí se hospedan en bodegas proporcionadas por los patrones y, según el que les toque, viven en diferentes condiciones.
Hay dueños que acondicionan bodegas con literas, refrigerador, tanque de gas y estufas para que los trabajadores tengan una estancia digna. Pero hay otros almacenes donde los trabajadores duermen en el piso, sobre cartones y cobijas.
Cuando uno le pregunta si la paga es suficiente, contesta: “Depende de uno. Si no ahorras, llegas al mes o a la quincena y regresas a tu pueblo sin nada. Pero si ahorras, puedes regresar con 5 mil pesos al mes. Hay gente que no cuida su dinero y se lo gasta en chucherías: bolis, refrescos, hielo, chamoyadas, galletas o Sabritas”.
Trabajar en ayunas
López Santiago, de 56 años, es oriundo de El Mirador Pilapa, municipio de Tatahuicapan. Toma del suelo seis matas de piña, se las cuelga al hombro y se adentra en el campo de piña. Junto con los seis hombres que están en el terreno, sustituye algunas plantas que murieron o florearon muy rápido.
En un momento de su labor, el hombre, quien durante 18 años fue jornalero en los campos de Sinaloa, donde cosechaba jitomate y pepino, toma un descanso y cuenta que desde hace dos años decidió ya no emigrar al norte y emplearse en Los Tigres.
“Un compañero me invitó a trabajar en esta zona. Estuve viniendo unos meses y me acostumbré. La paga es más o menos igual y la ventaja es que estoy cerca de mi familia”, relata el hombre de tez morena y ojos hundidos.
Máximo, al igual que otros jornaleros que viajan desde Tatahuicapan, duerme en bodegas. Como no se acostumbró al suelo, optó por colgar una hamaca. Esta es quizás una de las mayores desventajas de haber cambiado los campos de Sinaloa por los de Veracruz.
Recuerda que cuando trabajó en aquel estado del norte el patrón daba a cada trabajador un cuarto con cocineta, tanque de gas y literas.
“Si llevas a tu esposa, compartes el cuarto con ella, y si vas con tus hijos, te quedas con ellos”, añora.
Por 200 pesos a la semana, Máximo come en el comedor de doña Mary, quien le ofrece pollo guisado, bistec de puerco, frijoles con huevo y agua de sabores.
Siempre que llega a trabajar, Máximo está en ayunas, hasta las 12:30 horas, cuando concluye la primera parte de su jornal. Luego acude al comedor de doña Mary para la única comida del día.
–Tenemos que aguantar. No compro nada –dice.
–¿Por qué no es cortador? Ganan más que los jornaleros.
–Para mí es más difícil. Tengo 56 años y pesa mucho el canastón (entre 70 y 80 kilos) –responde. Adicionalmente, hay que soportar el calor hasta de 45 grados centígrados y el reflejo del sol en los cultivos.
–Con el dinero que Máximo junta en la semana alimenta a su familia. “Lo mando para que ellos coman frijoles, sopa, huevos. Nosotros no tenemos manera de guardar dinero; lo usamos para comer”.
En El Mirador Pilapa, municipio de Tatahuicapan, no hay trabajo. Y los programas del gobierno federal no llegaron hasta su comunidad.
Los sábados, a las 12:30 del día, el centro de Los Tigres es un hervidero de personas. Decenas de trabajadores de los campos de piña se arremolinan a las puertas de las casas de los patrones, que viven en los alrededores del parque, para cobrar la semana de trabajo.
Otros se apretujan en las tiendas de abarrotes para comprar la despensa. Y mientras unos vienen llegando de sus comunidades en camionetas de redilas, otros con las compras de la semana y mochila al hombro abordan camionetas para ir de regreso a su pueblo, hasta que sea momento de volver al surco.
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