Luna iba ensoñada, como sólo ella, no prestándole mucha atención a las calles conocidas que dirigían exactas al café Buñuel en el que Oswaldo y los demás yacían intentando ensayar entre miles de errores y la intriga de dónde estaría ella. Para cuando Luna cayó en cuenta ya era muy tarde pues miró a Oswaldo postrado en la puerta con su pie inquieto y de brazos cruzados.

—¡Hasta que llegas!

De inmediato la mirada de Marco fue de confusión.

—¿Lo conoces?

—Sí…

—¡¿Cómo que si me conoces?! Luna, ¿no te había dicho que no tenías que traer a nadie a los ensayos?

Marco empezaba a carburar las ideas, pero, entre sus pensamientos no entendía por qué la cara sonrojada de Luna, aunque intuía que era vergüenza y, seguramente, causada por él, por el paralítico con ella frene a sus amigos.

—¿Sabes?, me voy. Este circo se ve muy lleno como para un paralítico.

—No, Marco…

—Mejor vete, güey. Aquí nadie viene a insultarnos. —Interrumpió Oswaldo con seño fruncido señalándole la puerta.

Luna pudo haberlo detenido como en alguna mala película, pero al ver su semblante optó por la prudencia creyendo que cualquier otro día sería mejor que ése para hablar, dejándolo irse. Y si Marco no hubiera tenido complejos, le hubiera podido preguntar a Luna qué pasaba, mas, prefirió salir siendo mudo y sordo para completar el paquete sin saber que, en realidad, sentía vergüenza de presentarle a sus amigos porque no era la mejor primera impresión con el acoso de María hacia Oswaldo.

—¿Por qué lo trajiste, Luna? Todos te dijimos que no te involucraras con él y mira lo que haces. ¿Al menos lo tomas en serio?, ¿tomas en serio aunque sea a este proyecto?

—Yo no le dije que viniéramos, sólo lo seguí y… ¡qué chingados tengo que darles explicaciones! Claro que lo tomo en serio, tú eres quien está prejuzgándolo, yo no. Piensas que, porque no camina, no lo tomaría en serio. ¡No!, más bien piensas que él es quien no me merece, ¿eres el que juzga? Yo no te estoy juzgando por ser tan desleal y estarte vendiendo con una tipa tan mal de la cabeza como María. ¿No te das asco? Porque a nosotros sí. Esa mujer nos da asco. Tantita madre, Oswaldo.

Hubo un silencio profundo, las miradas estaban clavadas en Luna, quien no sabía si haber alzado la voz había sido una rebelión inteligente o simple berrinche, y tuvo la respuesta en el momento ipso facto en el que la mano de María -mano pesada, ya arrugada por la edad- le pegó. Nadie pudo detener el momento ni preverlo, era todo demasiado malo, demasiado improvisado, demasiado triste y humillante para todos ahí, siendo observados por la poca clientela. }

Oswaldo estaba petrificado y pensaba en una única cosa, en su oportunidad de juntar dinero para vivir en un cuarto que no fuera de hotel deshecha, rota. Antes de que él reaccionara, Manuel corrió a tomar a Luna quitándosela de enfrente a María, quien bramaba enrojecida por el coraje.

—Creo que nadie está contento contigo, María, y la única cosa que hemos hecho ha sido tolerarte por Oswaldo, pero aquí acaba —decía sin quitarle las manos a los hombros de Luna—, no eres una niña ni una adolescente. Te quedaste en una época que no es la tuya y, si Oswaldo no tiene el valor de decírtelo porque necesita que le des dinero, yo sí: él está enamorado de Teté.

—Eres un mocoso tonto, pero si bien bruto, de verdad. ¿Qué esperas, Manuelito, que me ponga a chillar? Teté es un cadáver, bueno, ya ni a cadáver llega,  y Oswaldo necesita de un cuerpo, para eso estoy yo.

Laura veía con escepticismo la escena sin poder creer cómo una señora se estaba poniendo a la altura de todos ellos, peor aún, miraba a Oswaldo perdido, y es que sus ojos incrédulos y aterrados estaban intentando digerir ese instante caótico e infantil del cual dependía su techo para vivir, el dinero para comer. Y era cierto, María le proveía el dinero, pero el asco que le causaban sus noches jamás se los quitaría de su vida, de su mente, de su cuerpo trasgredido al tacto de ella, ensuciando las caricias fantasmales de Teté a cambio de dinero, producto de la desesperación de él y de su terquedad por no querer trabajar pese a necesitar tener un lugar digno para vivir. Pero le acaba de pegar a Luna, no había pasado ni medio minuto de todo el espectáculo siguiendo Manuel a la defensiva y María con sus dientes amarillos expuestos por las carcajadas burlonas tras haber insultado al cadáver de Teté, no obstante, no sería eso lo que detonaría el enojo de Oswaldo, sino el golpe, el ver a Luna con la mejilla roja guardándose el coraje para no meterlo en más problemas.

—Lárgate, María… ¡Por Dios, lárgate! —Gritó como un trueno lo que le había partido como un rayo, colérico, fuera de sí.

Todos miraron a María esperando enardecidos que partiera, incluso los parroquianos no se levantaron de sus sillas por el morbo, y a ella no le quedó más que irse, eso sí, sonriendo todavía y con la frente en alto, regocijándose en el coraje que provocaba, segura de que, más temprano que tarde, él la necesitaría pensando, deseando poderlo ver fracasando.

Luna volvió a respirar en cuanto María salió del café, pero pronto llegó la dueña exaltada.

—No se alarmen, pero váyanse. Llévense todas las cosas, por favor. Los busco más tarde.

De inmediato recogieron tomando las cosas entre brazo y brazo, hombro y hombro, iban muy cargados, incluso Luna no se permitió dejar a Oswaldo varado en ese día: si uno caía, los demás debían levantarlo. Le dolía todavía su mejilla pues del golpe se la había mordido teniendo aún el sabor de la sangre al salvar, pero poco importaba, tan sólo deseaba dejar las cosas e irse al parque para buscar a Marco y que todo regresara a estar como minutos antes. Meditaba en cómo todo podía cambiar en un segundo, lo que le hacía recordar el día en el que le avisaron que su estrellita había trascendido. Pero acallaba la mente, se concentraba mejor en acarrear las cosas a la calle.

Ya afuera, con todas las cosas en la banqueta, sólo veían a la dueña del café aventar manotazos por ademanes y a Oswaldo escuchar con la cara agachada cual perro.

—¿Qué haremos? —Preguntó al aire Valeriano.

—¡Uf!, creo que podemos llevar las cosas a mi casa, las dejamos en la cochera, pero vamos a necesitar irnos en dos taxis. ¿Te sientes bien?

Luna asintió escupiendo sangre al suelo.

—Esa perra… ¿cuántos años tendrá?, ¿cuarenta?

—Sí —rio Laura—, te madreo una doña.

Pero a Luna eso poco le importaba, su mente estaba divagando en Marco.

—Tranquila, Lunita. Dejando esto te acompaño al parque y lo buscamos.

Manuel la abrazó con mucha fuerza, como queriéndola siempre proteger del mundo.