«¡Con mi sangre daré a mis hijos patria!» exclama una pasional Josefa Ortiz de Domínguez a Leona Vicario. El encuentro entre las dos heroínas se da lejos de los libros de historia o estampitas de la papelería: están ahí y son mujeres de carne y hueso en donde convergen el orgullo por iniciar la Independencia y la impotencia por la inminente muerte que provoca la guerra.
Esta escena es parte de «Musas» con dramaturgia, concepto escénico y dirección de Abraham Oceransky, con la actuación de Judith Inda, Gabriela Núñez, Erika de la Llave y Astrid Romo. Obra que se presentó el pasado sábado en el Teatro del Estado, en el marco del 60 aniversario del recinto y que logró congregar a más de 500 personas en la Sala Emilio Carballido.
«Musas» es una obra en coordinación con la Compañía Nacional de Teatro que busca desmitificar a los héroes nacionales, pero ante todo reconocer a las mujeres insurgentes: las criollas que financiaron la lucha, las soldaderas y generalas, las madres que parieron en el campo de batalla y las mujeres que abandonaron la opción de casarse y formar una familia por el compromiso a sus ideales.
Tiempos de cambio
7:15 de la noche, el público está ansioso. Por más de 40 minutos varios de ellos tuvieron que formarse en una larga fila alrededor del Teatro para poder ingresar. En el escenario hay un banco de iglesia, velas , marcos viejos que podrían albergar las imágenes de los santos y unas estructuras de metal que parecen literas o jaulas.
Finalmente, cuatro figuras vestidas de negro entran, tocan unas castañuelas y con cantos guturales cuentan la epidemia, hambruna y muerte que viven. Una voz grave se ríe «no nos culpen. Chingar es universal».
Estas cuatro figuras son Judith Inda, Erika de la Llave, Gabriela Núñez y Astrid Romo; actrices que prometen por 75 minutos transportar a los asistentes a una capilla durante la época de la independencia, donde dos mujeres, Leona Vicario y Josefa Ortiz de Domínguez, se encuentran por casualidad para confirmar que es «un tiempo de cambio para las mujeres» pero no está exento de dolor y sacrificios.
La primera sorpresa es ver a una Josefa Ortiz enferma pero enardecida, que grita a todo pulmón que su marido es un «desgraciado, misógino cobarde» por negarse a adelantar la revuelta armada cuando son descubiertos por el ejército realista. La furia de la corregidora está presente también cuando se ve silenciada de nuevo, «¿Tantos soldados para una pobre mujer?» pregunta cuando la apresan.
Leona Vicario, en cambio, se presenta como una mujer que, cosa poco común entre su género, tuvo acceso a libros «incluso los prohibidos» dice riendo, esta cultura le permitió darse cuenta que era necesario «despertar del letargo en que nos tenían a las mujeres».
Ambas mujeres se admiran la una a la otra, se consuelan por la libertad perdida, la separación de los hijos, las matanzas que han presenciado. Esta complicidad se extiende a otras mujeres anónimas que cuentan la educación que recibieron en escuelas como «Las vizcaínas» dónde les enseñaban a ser buenas esposas; cómo se enrolaron en la revuelta y sobrevivían a duras penas en la guerra, pero todas están de acuerdo en que desde su trinchera «la libertad por la que peleamos no es sólo física. Es una libertad interior».
Yo pido justicia
Las actrices rápidamente ganan la atención del público. Episodios de la historia de México conocidos por todos como la forma en que doña Josefa avisó a los insurgentes que habían sido descubiertos, la batalla en la Alhóndiga de Granaditas o el fusilamiento del padre Miguel Hidalgo se ven diferentes narrados por las voces femeninas, quienes enfatizan la crueldad «niños, hombres, mujeres muertos. Este no era el plan».
Sin embargo, en este cúmulo de anécdotas hay otras desconocidas que sorprenden a los asistentes. Un punto cumbre es cuando Leona Vicario, en medio de su avance con las fuerzas insurgentes descubre que está embarazada, de inmediato surge la pregunta «y si vas a amamantar ¿Lo vas a hacer en medio del plomo?».
Esta situación pone de relieve la disyuntiva de todas las mujeres insurgentes: seguir con tus ideales o cumplir con tu rol como madre y mujer. Vicario elige ambos y tiene que parir en una cueva en medio de una cruenta batalla. Al tener en brazos a Genoveva, que no llora, asegura «para nosotras sólo hay futuro», una promesa no sólo para su hija sino para las mujeres que vendrán después de ella.
Los realistas, quienes vigilan a las insurgentes se acercan a la capilla. La despedida de las mujeres es inminente. Antes de que Vicario se tenga que marchar le pregunta la corregidora:
«–¿Hay algo por lo que quisieras pedir perdón?
–No, yo pediría justicia».
Después, el aplauso del público que se extiende por varios minutos. Las actrices consiguieron lo que se proponían al contar la parte desconocida de la historia de México, como lo confirman algunos asistentes que les entregan ramos de flores. Sube al escenario Abraham Oceransky, provocando más aplausos entre los asistentes. El dramaturgo entonces expresa lo siguiente::
«Este sueño, con estas cuatro actrices y el equipo de la Compañía me acogió y me permitieron hacer el experimento de hablar de mujeres. Lo primero fue convencer a las mujeres de que me dejaran hablar de una parte de su ser y otra suya. Una cosa andrógina rarísima. ¡Qué miedo ceder la voz a las mujeres! Y que pudieran contar está obra».
El creador escénico concluye agradeciendo al público su aplauso «ver el teatro lleno de gente, aplaudiendo, con ganas de venir al teatro es maravilloso. Viva la revolución».
AVC