No es la primera vez que el gobierno morenista acusa de golpistas a quienes critican al Presidente. Lo ha hecho en contra de partidos políticos –cuya función debe ser precisamente servir de contrapeso al poder-, de organizaciones civiles, medios de comunicación, periodistas y hasta de padres de familias cuyos hijos con cáncer siguen padeciendo el desabasto de medicinas.

En su frenesí y osada ignorancia, asumen que cualquier ciudadano y organización es capaz de suplantar a las instituciones del Estado, el Ejército entre ellas, y movilizar a la población en contra del Presidente de la República. Esta victimización, incluida en el manual del buen dictador latinoamericano, ya no es suficiente ante el escándalo y la indignación que ha provocado la vida de príncipes de la que gozan algunos miembros de su familia.

Si en México hubiera un golpe de Estado, este tendría su origen precisamente en el gobierno, no en la sociedad. Los mexicanos hemos optado por la democracia. Por ello, no debemos ignorar la advertencia del Presidente.

La revocación de mandato –en realidad, una urgente ratificación para el cuatroteísmo- ha caído al Presidente como anillo al dedo para intentar detener la erosión que hoy sufre su discurso de honestidad y austeridad. La Casa Gris de Houston se ha convertido en el ejemplo más emblemático de que en el gobierno del Presidente López Obrador miente y que su discurso no corresponde siquiera a su entorno familiar.

Pero la erosión no ha sido provocada sólo por su hijo mayor. El manejo de la pandemia que ha provocado más de medio millón de muertes, la violencia desenfrenada que azota al país, una crisis económica que muestra su peor cara en el aumento de precios ante una población empobrecida y sin empleo, el enorme gasto que representó el capricho de cancelar un aeropuerto para construir otro y el sobrecosto de obras faraónicas y poco viables como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, han arrebatado la confianza de muchos mexicanos que dieron su voto al eterno candidato opositor.

Tienen razón quienes aseguran que el Presidente mantiene una aceptación superior al 60 por ciento. Sin embargo, esas mismas encuestas muestran que la población lo reprueba en prácticamente todas las áreas de su gobierno. El Presidente sabe que es cuestión de tiempo para que su popularidad termine por empatar con los resultados de su administración.

Hoy la revocación de mandato a realizarse el próximo 10 de abril tiene al menos tres propósitos específicos: intentar demostrar, mediante la movilización de millones de beneficiarios de programas sociales, que mantiene la popularidad que lo llevó al poder; renovar su abollada armadura de impunidad de la que gozan su familia y sus amigos más cercanos, hoy beneficiarios de miles de contratos sin licitación; y tal vez la más urgente e importante: sepultar de una vez por todas el escándalo de la Casa Gris de Houston.

De forma accesoria cumplirá otros caprichos presidenciales como plantear una vez más la desaparición del Instituto Nacional Electoral (INE), organismo al que se le asignarán las facturas del fracaso de la consulta y la escasa participación; y tratar de mantener su maquinaria electoral basada en la movilización que hagan los gobernadores, legisladores y autoridades municipales morenistas a partir de la clientela que representan los programas sociales.

Esa es la razón por la que el Presidente vuelva a hablar de un golpe de estado en su contra; que insista en acusar de golpistas a sus opositores o ciudadanos comunes; que, en el Día del Ejército, diga que lo publicado en medios de comunicación de todo el mundo es una “estrategia golpista” de “medios mercenarios” que no ha hecho mella a su gobierno.

En México no hay condiciones para un golpe de Estado, pero el presidente no deja de hablar de ello. Los padres de niños con cáncer no tomarán las armas; los periodistas tampoco. Acaso unos y otros seguirán sufriendo la indiferencia y persecución de un gobierno autoritario que observa con desesperación cómo su autoridad moral desaparece.

Esa también es la razón del desplegado firmado por los gobernadores de Morena en apoyo al Presidente tras el escándalo de la ostentosa vida de su primogénito, resultado de privilegios negociados al amparo del poder. El Presidente se siente débil y por eso recurre al apoyo de los gobernadores impuestos por él mismo. La reforma eléctrica sólo fue la coartada.

Por eso es tan importante la revocación de mandato para el Presidente. Si falla la revocación, el próximo paso podría ser un autogolpe de Estado suave donde no haya más voz que la del Presidente y donde nadie se atreva a cuestionar a la familia imperial.

La historia nunca se equivoca.

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