Una de las razones por las que Andrés Manuel López Obrador está haciendo historia, es por su formidable capacidad para engañar, dividir, polarizar, estigmatizar; para crear enconos y sobre todo para hacerse de enemigos.

Sigue pensando que los 30 millones de votos que obtuvo en el 2018 le dan patente de corso para hacer lo que se le pegue la gana. También sigue creyendo que todo México lo ama cuando le tienen inquina millones de ciudadanos afectados con sus draconianas medidas y va un solo ejemplo: los cientos de miles de pobres a los que dejó sin comedores comunitarios de la noche a la mañana.

Sus programas sociales de ayuda a los pobres, esos que “han llegado a cantidades nunca vistas” son un mito. Así lo dio a conocer en entrevista con Proceso, Máximo Jaramillo-Molina, director del Instituto de Estudios sobre Desigualdad.

El investigador asegura que la administración de López Obrador es en América Latina, una de las que menos gasto social destina a combatir la pobreza. Y el presupuesto que destinó para ese rubro el año anterior, fue 8% menor que el máximo histórico alcanzado en 2015 durante el gobierno neoliberal y corrupto de Enrique Peña.

Su estrategia de “abrazos no balazos” ha resultado un fiasco porque cada día matan en este país a diez personas en promedio y con 112 mil crímenes violentos, su gobierno tiene el peor saldo rojo en más de cien años.

México contaba con uno de los mejores programas de vacunación del mundo, pero fue hecho trizas por el protagónico Hugo López-Gatell, responsable junto con el presidente y el secretario de Salud, Jorge Alcocer, de más de 600 mil muertos por la pandemia del COVID.

Sin embargo y con la desfachatez que lo caracteriza, López Obrador asegura que el índice de violencia va a la baja y somos un ejemplo para el mundo en el combate a la pandemia.

Pero la realidad es otra y la sabes bien lector, porque la padecemos a diario los mexicanos.

A la par de sus mentiras el tabasqueño ha cometido innumerables atropellos que invariablemente serán objeto de acusaciones penales, como el mal manejo de la pandemia y la muerte de niños con cáncer por falta de medicamentos oncológicos que, hay que decirlo, les negó su gobierno con argumentos pueriles.

Sólo con estas dos acusaciones tendrá para entretenerse el resto de su existencia una vez que deje la presidencia de la República, pero hay más.

Desde sus mañaneras ha violado la ley en reiteradas ocasiones, ha abusado de su poder y se ha convertido en inquisidor de los que considera sus enemigos.

Su persecución (porque no es otra cosa) a los periodistas Raymundo Riva Palacio, Ciro Gómez Leyva, Joaquín López Dóriga, Carmen Aristegui y Carlos Loret de Mola (sólo por mencionar a cinco) no tiene antecedente en México, independientemente de que está poniendo en riesgo la integridad física de los comunicadores.

López Obrador mandó al diablo la investidura presidencial para convertirse en un golpeador callejero que apoyado en el aparato del Estado agrede sin piedad a periodistas, intelectuales, empresarios, mujeres violentadas y mil etcéteras. A nivel internacional trae broncas con la ONU y la OEA en lo general y con Estados Unidos, China, Israel, Austria, Panamá y España en lo particular.

Si sueña que saldrá de la presidencia vitoreado por las multitudes y arropado por un pueblo que le exigirá a la historia colocarlo en vida en el mismo pedestal de Juárez, Mandela, Gandhi o Lincoln, debería despertar.

Y es que como ex presidente será más acosado que Echeverría, López Portillo y Salinas a los que persiguió un pueblo que nunca los alcanzó. Pero con el tabasqueño todo hace suponer que será perseguido judicialmente incluso por Tribunales Internacionales.

Esto es, su vida después del 2024 no será nada cómoda ni fácil, porque estará lejos de vivir en el ostracismo de oro en el que viven sus antecesores.

Solo, indefenso, sin el poder que hoy detenta, sin nadie que lo defienda, ni siquiera Claudia Sheinbaum que si llega a la presidencia se desembarazará de él por mucha fidelidad que hoy le jure, ¿qué hará Andrés Manuel?

La única manera de evitar el negro futuro que le espera es que “alargue su mandato” dos, tres, cinco, siete años o hasta que Dios lo llame a cuentas. Es decir, que se convierta en dictador.

Y puede apostar lector, a que está poniendo a madurar esa idea.

bernardogup@nullhotmail.com