Manuel no dejaba de ver su reloj haciendo ese movimiento que solía hacer con su pierna cuando se encontraba nervioso, sentimiento que ya todos tenían, pero deseaban no expresar esa angustia esperando más, un poquito más con la silla de Oswaldo vacía y la mesa con botellas a medio terminar. Valeriano acababa de regresar después de haber ido a buscarlo a su lugar como estatua, mas tampoco se hallaba ahí, no tenía teléfono y no había otra manera de localizarlo, solamente yéndose a buscarlo a su casa.

—¿Tenemos dinero para el camión?

—Ni teniéndolo, Luna, ya a esta hora no pasan los camiones para allá. No tenemos ni para el taxi, vamos a tener que irnos caminando —y Manuel seguía contando los centavos sin completarse más de tres pesos con todo y pelusas.

—Está en casa de la chingada —Laura yacía exaltada, sus pequeños pies no iban a poder aguantar tanto camino—, ¿y si llegamos y ni está? ¿Por qué no les preguntamos a las sirenas?

Las calles por fuera estaban empapadas, había empezado a llover desde hacía un muy buen rato sin que se hubieran percatado dada la preocupación.

—No, las sirenas están lactando, no nos van a contestar —una enorme mueca se dibujó en la cara de Manuel.

No tenían otra opción, irían caminando casi cuarenta minutos bajo la lluvia hasta la casa de Oswaldo. Pagaron con el poco dinero que llevaban fingiendo que el que habían juntado para Oswaldo no existía, así tuvieran ampollados los pies preferían eso que gastárselo.

Salieron de «La negra» cabizbajos, no faltó mucho para que la lluvia los empapara haciéndolos resbalar en los adoquines. Las calles eran un sube y baja, tantas subidas como una tremenda montaña rusa y las botas de Luna estaban rotas sintiendo cómo se filtraba el agua fría y luego escuchándose ese sonido tan molesto al pisar. Iban sin palabras, aunque entre ellos sabían lo que el uno podía estar pensando «¿y si se mató?»; era la pregunta que más les rondaba en la mente a sabiendas de su malestar económico más su amor impetuoso por Teté. Ninguno de ellos era un experimentado con la muerte, de hecho, la más experta además de Oswaldo podía ser Luna, pero siempre prefería ser soñadora en vez de mantener los pies aferrados a la Tierra, solía irse hacia Plutón, a cualquier otro planeta y a cualquier otra galaxia en vez de afrontar su jodida realidad.

Iban fatigados, ninguno tenía una buena condición física sumada a la adicción por el cigarro y el alcohol;. Era difícil ver por dónde pisaban dada la oscuridad de esa noche helada, además de la lluvia que creaba falsos espejos en el suelo.

—¿Qué hora es?

—Las once y cuarto —los lentes de Manuel resbalaban estorbándole la vista.

—¡Dios! Pensé que habíamos caminado más. Ya no siento mis pies, están congelándose —y Luna más tiritaba al hablar.

Todos estaban cansados y seguro las familias de ellos preocupadas, pero poco importaba el cansancio, el frío y la hora, estaban conscientes de que Oswaldo no tenía a nadie más, y de eso se trataba la amistad, de estar aunque no les llamaran, de ser y ya.

Las calles pobladas dejaron de serlo para pasar a los lugares desolados de la ciudad rodeados de cerros y fincas en las que el sonido de las hojas les hacía pegar un brinco preocupándose por no toparse con algún asaltante, cosa común por la zona. El piso ya no era de pavimiento sino de tierra que ahora era lodo, las pocas casas eran más que modestas y en algunas partes ni siquiera había luz eléctrica. Los perros ladraban a la distancia y luego aparecían unos en manada siguiéndolos, no evitaban pensar que tal vez esa noche todos morirían en manos de un asaltante o de la llorona, según Manuel, quien era fiel creyente de los espíritus chocarreros, de los duendes y de las logias de demonios, de los nahuales así como del charro negro y los súcubos e íncubos. Él le había contado a Luna, alguna vez en «La negra», que había sido «violado», de acuerdo con sus palabras, por una súcubo, «me tomó, ¡te lo juro!, me tomó de las piernas y pude sentir unas manos, pero no veía nada, no había manos. Eran justo las tres de la mañana, Lunita, y yo solo sentía cómo esa cosa me tomaba, estaba excitado, no te lo niego, era una mezcla de terror y sexo, o sea, ¿has visto la película El ente?, bueno, pues así fue, me poseyó hasta lograrme provocar una eyaculación», contó.

Sin embargo, en aquella noche a Manuel pocas ganas le quedaban de tener un encuentro sobrenatural, peor aún, un encuentro con la mafia, pero, por suerte, poco a poco fueron vislumbrando la casa de Oswaldo, si es que podrían decirle así a ese cuartito con paredes percudidas y techo de lámina. Entre más iban acercándose, mejor podían notar que afuera de la casa, entre la lluvia, estaban óleos arrumbados, la ropa, la cama, el caballete y hasta el wiski de Oswaldo, mientras que él se hallaba sentado en la banqueta con la cabeza entre las piernas.

—No puede ser…

—¡Mierda! Lo corrieron.

Aceleraron el paso hasta llegar a él, quien, con sus ojos profundos sumidos en tristeza, los miró lo mismo que haber visto a un santo: con esperanza.

—Niños, ¿qué hacen aquí?, ¿cómo llegaron?

—¡Dios, Oswaldo! ¿Qué pasó? ¿Por qué no nos dijiste nada? —Laura se quitó su chamarra diminuta y empapada para ponérsela a él en la espalda.

—No es necesario preocuparlos tanto. ¿Se dan cuenta que pudieron violarlos o hacerles algo horrible? Es un lugar asqueroso —dijo con repulsión, frunciendo la boca— … pero me da gusto verlos, en verdad.

—A nosotros nos da gusto verte, carnalito —se apresuró a responder Valeriano a la par que le daba una palmada—, nos imaginamos lo peor, o bueno, ¡esto es horrible! —y se rio—, pero te imaginábamos peor.

—No mames, Vale, ¿peor?, ¿peor que esto? —señaló sus cosas tiradas, casi echadas a perder—, ¿peor que mis óleos destrozados?

—Sí, peor, peor como tener que ir a reconocer tu cuerpo a la morgue o bajarlo de la soga.
A Oswaldo en ese instante se le estrujó el corazón, su alma por fin estaba quieta luego del pleito tan fuerte que había tenido con el casero, quien había llegado cuando Oswaldo se estaba alistando para salir. Le exigió el dinero que le debía más el de la próxima renta aun cuando la fecha límite todavía no se acercaba, «bueno, entonces dame esos cuadros a cambio», le arremetió señalando el bosquejo de Teté añadiendo lo que le provocaría perder un diente más el labio partido: en vez de ver porno dame ese cuadro.

Y al final del día ahí estaban todos juntos sin mucho dinero, sin ropa seca, sin techo donde dormir, sin cena, pero juntos, y eso era todo lo que importaba.

 

 

(CONTINUARÁ)

 

 

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