Luna no era muy sensata consigo misma, al igual que el agua, dejaba llevarse solo por el movimiento que eran los demás sin conocer su caudal, pero cuando lograba tener una pizca de honestidad hacia ella, daba como resultado eso, la mera catástrofe. Herir al sujeto que le atraía podría deberse a escudar el rechazo o, a lo mejor, a ocultar la relevancia que le daba, ya que aquel hombre muy poco amable le había demostrado gran interés con una mínima acción: protegerla. La protección de un ser humano hacia otro no es una acción común, más todavía si se trata de desconocidos; puede ser más notable, como Luna pensaba, la protección de la manada, cuando la familia cuida a la familia, así el caso de Oswaldo, quien podría ser el lobo mayor protegiendo a sus cachorros. Por tal razón no podía quitarse de la cabeza al tipo en silla de ruedas, «personas con cuerpos funcionales podrían dejar morir a su igual con indiferencia, ¿por qué él no? Qué ganas de decirle ‹no eres tan amargado, tú también necesitas disfrazarte de superhéroe para que el mundo no te vulnere, tu traje es tu amargura, casi muy parecido al mío›, pero me acobardo, y quisiera ser tan valiente para decírselo así como lo soy para mentar madres», pensaba a la par que maquillaba su cara hasta ser de nuevo interrumpida por las sirenas.

—Eso también le gustaba a Oswaldo de Teté. Ella sacaba de él al niño herido para acurrucarlo en sus piernas. —Las sirenas peinaban el cabello que salía entre sus cascos.

—¿Por qué me relacionan con eso? No es la misma historia, es más, esto ni siquiera es una historia, es tan solo un tipo que me gusta.

—Eres muy pequeña, él ya es un adulto, un adulto muy maltratado por la vida.

Luna detuvo la mano sosteniendo el delineador blanco.

—Ustedes lo conocen, conocen a todos, ¿qué le pasó en sus piernas?

—No es algo que deba importante. ¿En qué cambiaría saberlo?

—Tienen razón, no es relevante —dijo sintiendo un poco de vergüenza. Era natural que las sirenas la quisieran proteger, ¿de qué?, no lo sabía, así eran ellas, madres protectoras por naturaleza.

—Lunita, son como la vainilla, así son las apariencias.

A veces no entendía muy bien el Rhümé y otras tantas no entendía los acertijos que las sirenas le daban, eso la llegaba a impacientar optando, a la larga, por ignorar sus advertencias.

—¿Saben qué? Ya cállense. No puedo maquillarme con sus parloteos por toda mi cabeza. —Molesta tomó sus cosas del suelo y, como si estuviera espantando mosquitos, manoteó tratando de ahuyentarlas.

Era todavía muy temprano para ir al bar, su humor iba de mal en peor al no haber juntado el dinero que esperaba y pensar en Oswaldo, la renta y su escuela le agobiaba, continuaba sin entender por qué debía ser ella quien escribiera la obra para que Oswaldo no fuera desalojado, por qué recaía en sus hombros la carga de la casa de un hombre que podía trabajar si lo quisiera, mas no quería. El mismo pesimismo que la vez anterior llegaba a Luna, era complejo intentar ser buena amiga, sentía; era complejo intentar ser buena persona y se arrepentía de haberle tratado de ayudar a levantar la manta, sí, pensaba en el hombre en silla de ruedas, en la humillación, en que, de no haberle hecho caso, su dignidad seguiría casi inquebrantable. Iba molesta con ella misma por no saber decir no, por sentirse mal, triste y traicionera si le negaba la ayuda a Oswaldo, pero también quería poder tener tiempo para estudiar y juntar dinero para sus cosas, sin embargo, ¿quién mas podría ayudarle a él? Manuel no trabajaba, Laura trabajaba para mantenerse. Era probable que Valeriano le diera un poco de dinero, aunque no el suficiente porque su mamá los mantenía dándoles dinero justo para sus gastos, solo que él era noble, tenía un corazón liviano y en algunas ocasiones, antes de que Oswaldo llegara al bar, les había llegado a comentar que en su cuarto había encendido una veladora a Teté rezando para que Oswaldo la dejara ir, para que la soltara al pensar que era por Teté que él mantenía sus estúpidas convicciones, las mismas que habían tenido ellos dos siendo jóvenes con sed utópica y anárquica que en la edad adulta no le serviría saciándose por la necesidad, por el hambre.

Hacía un tiempo había visto a un vagabundo intentando taparse con los cartones y algunos periódicos que los vecinos le dejaban, pero sus manos estaban retorcidas como las ramas de un árbol por los efectos de la artrosis, y había pensado en Oswaldo y en sus manos de pintor, en quién lo cobijaría si algún día envejecía sin ellos a su lado. Claro que la primera opción en quienes pensó fue en las sirenas, no obstante, ellas no siempre podían bajar a la tierra ya que la lluvia se originaba de sus senos amamantando a las estrellas recién nacidas, por tanto, si las sirenas no trabajaban de nodrizas dedicándose a cuidar de un viejo Oswaldo, en la tierra habría sequías. «Qué miedo tan grande es la vejez, en donde uno deja de ser autónomo dependiendo de medicamentos, de otros, de aparatos y de un pañal. Qué miedo es que uno puede depender de esos mismos aparatos y pañales sin envejecerse, como el tipo de la silla, ¿usará pañal? Está casi todo el día ahí, la enfermera lo dejó a su suerte, no tiene ni sirenas que velen por él, aunque se ve que tiene dinero. No puedo dejar desamparado a mi amigo, él no me abandonó cuando perdí el suéter que me tejió mi mamá; ese día, después de trabajar, recogí mi cesta con el dinero yéndome, dejando olvidado al suéter en el suelo. Cuando me miró, estoy segura que notó mi cara de tristeza, dicen que se me ve en las cejas, y, aun con el poco dinero que en ese día juntó, tomó un puñado para comprarme un helado con tal de verme menos triste. A Manuel le compró un acetato de la tienda de Lerdo, debió costar unos quince pesos, pero lo hizo cuando su gata murió, quiso verlo feliz escuchando Supertramp, y es que después nos enteramos que el papá de Oswaldo también le había regalado un disco de Supertramp antes de morir. Juntos lo escucharon infinidad de veces sentados en las banquitas de su jardín, ¿quién hace eso por un amigo?, ¿quién le regala un pedazo de su papá al relacionarlo con la muerte? A Laura le llegó a regalar rollos para su cámara con tal de impulsarla a seguir su sueño, siempre, de un modo u otro, nos procura, nos motiva, ¡cómo no ayudarlo!, pero —miró su canastita—, con estas monedas no me alcanza ni para invitarle de cenar».

Llegó al bar que todavía estaba vacío y con algunas sillas sobre las mesas. Cuando el mesero le preguntó si tomaría algo, Luna le dijo que después, yéndose a sentar a la misma mesa poniendo encima sus moneditas para contarlas. Era uno de los peores días que en mucho tiempo había tenido, no solo no podría invitarle de cenar a Oswaldo, sino que tampoco podría comer ni cenar, y qué pena le daba que le fueran a invitar los demás.

—Luna lunera, ¿por qué tan temprano?

Manuel entró al bar cargando una guitarra en su estuche.

—¡Qué sorpresa! ¿Qué haces aquí?

—Fui a tocar un rato a la Alameda y ¿qué crees? ¿No sabes? Bueno, pues mira, ¡mira! —en la mesa extendió billetes y algunas monedas.

—¡Wow! ¿Cómo pudiste juntar tanto?

—Es magia. Mi suerte de mago, pero, todo esto se lo daré a Oswaldo.

Los ojos de Luna se exasperaron notándosele un alivio en el pecho, un descanso profundo al sentir un poco menos de preocupación.

—Agradezco tanto tu existencia, Manuel. Es suficiente para que hoy cene, mañana desayune y me has ahorrado como la mitad de lo que yo quiero hacer por él. Se va a morir cuando vea esto.

Pero la ilusión en ellos iba desvaneciéndose a la par que Laura llegó, después Valeria, luego Valeriano; cuando pasaron los minutos, las horas y Oswaldo no aparecía en el bar.

 

 

(CONTINUARÁ)

 

 

 

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