«Debe ser normal para personas como él la necesidad de sentirse superhéroes, digo, ahí sentado todo el tiempo con esa enfermera amargada disque cuidándolo, haciéndolo sentir inútil… lo dejó olvidado la otra vez, ¿cuántas veces más le habrá hecho lo mismo? Pobre tipo, me da lástima, y encima de eso con un carácter de mierda. Si no le presto atención al pequeño inconveniente de que no puede caminar, es alguien común con una voz similar a la de Dylan Thomas y con un físico muy parecido al de Quiroga. ¡Cómo me gusta Quiroga! De joven tenía ese atractivo misterioso como este güey. Pero si a todo eso le agrego el hecho de su infortunio, le da un toque de conmiseración divino, casi celestial. ¿Qué le habrá pasado? ¿Habrá nacido así?».

Luna no era alguien que se quedara con las dudas, por lo que tan tonta y tan ingenua se levantó de la tarima dirigiéndose a él interrumpiendo la calma en la que se hallaba odiándola por eso, diciéndole con la mirada «lárgate», no obstante, Luna era testaruda e incapaz de interpretar las señales, al fin y al cabo, soñadora e inmadura. Sí había visto a las sirenas advirtiendo que no era la mejor idea acercársele, pero las ignoró plantando su cara delante del sujeto irritado.

—¿Qué quieres?

—¿Cómo te llamas?

—Estoy leyendo, ¿ves? —le mostró su libro por si acaso, hablándole con un tono áspero—, y no me gusta que me interrumpan mientras leo; me quitan la concentración, como tú.

—¿Por qué eres tan grosero?

—Ammm —pensaba un poco con cierto sarcasmo—, no lo sé, estúpida, tal vez porque estoy en una puta silla de ruedas humillado ante la mimo.

Luna se sonrió con ironía mirándolo de arriba hacia abajo.

—¿Te impongo? ¿Te impongo porque puedo caminar o porque te gusto?

La cara del sujeto pasó de ser blanca a estar roja lava, sus ojos, incandescentes, no daban cabida a lo que esa niña acaba de decirle. Era tan irrespetuosa que no sabía por qué coño había decidido ayudarla, «la hubiera dejado con los cerdos, a ver qué hacía» pensaba.

—Ninguna de las dos. ¿No te has mirado en un espejo? Bueno, no lo hagas, eres demasiado regordeta y a mí me gustan con cuerpo de Grace Kelly. ¿Sabes quién es Grace Kelly? Descuida, no espero que lo sepas y tampoco te esfuerces por saberlo, pero, en definitiva, no eres mi tipo, además, ¿cuántos años tienes?, ¿quince, dieciséis? Mira, no soy pedófilo, yo tengo casi treinta, no me interesan las niñas.

—¿Y soy yo la estúpida? ¿Soy la que no se debe ver en un espejo? Digo, de seguro no eres capaz de mirarte sin darte asco, te odias y ese odio lo reflejas en otros que sólo quieren ser agradables, pero, lo entiendo. Yo tampoco estoy interesada en un pendejo paralítico. ¿Puedes tan siquiera coger?

El tipo exasperó enfurecido los ojos, apretando con las manos la silla.

—¡Lárgate!, ¡LÁRGATE!

—Como quieras.

Luna se dio media vuelta con altivez yéndose a sentar de nuevo en su tarima para comenzar a maquillarse sin quitarle la mirada de encima, incomodándolo con mera intención. Podría ser una escuincla, pero también una cabrona. La buena escuela del amargado Oswaldo siempre había dado buenos resultados, ¡cómo no hacerse cabrones con él! si iba con un bastón por las calles golpeando los cofres de los autos que se pasaban la cebra amarilla, si se decía que de más joven había golpeado a un policía por sabrosear a Teté, si mientras estaba como estatua le había escupido en la cabeza a un niño que le arrojó un chicle en la cara pensando que las estatuas vivientes no podían defenderse. La escuela de Luna era clara: la cabronería. Un paralítico soberbio no sería obstáculo para insultarlo hasta tenerlo tan prendido que jamás pudiera ya olvidarla. Si no era por las buenas, sería a su modo.

«Le gusta Grace Kelly, sí: altas, rubias, elegantes y delgadas. No soy su tipo, pero lo seré. Y ustedes, ¿por qué andan todo el tiempo de metiches? Váyanse con Oswaldo o con Laura, ellos tienen vidas más interesantes. ¿Qué quieren?, me gusta y ya, es un capricho. Mejor dedíquense a cepillar sus cabellos o a nadar en las estrellas. Anden, váyanse».

Las sirenas no tenían intenciones de ser chismosas sino de cuidarla tratando de ver al mundo desde sus ojos, pero Luna era arrogante y aún una niña en una edad adulta.

—¿Por qué un tipo así habiendo otros más a quienes molestar? —le preguntaron al unísono desde las nubes.

—¿Por qué no? No crean que lo estoy molestando y ya, ese idiota me gusta, de verdad me gusta, y miren que no soy de andar ahí tras nadie. ¿A quién me conocen?

Y era cierto, no existía nadie que le atrajera. Ella siempre estaba o sola o con los demás pasando el rato, yéndosele la vida sin interesarse en hombres ni buscándolos, lo que les parecía más alarmante ya que, creían, podía escoger mejor a su primer «amor», a eso se referían al preguntarle por qué él, por qué alguien tan amargado, mayor y lastimado, mas, siempre le habían atraído los sujetos extraños, para ejemplo, Oswaldo.

 

 

(CONTINUARÁ)

 

 

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