Desde el pasado domingo, 19 de septiembre, la erupción del volcán Cumbre Vieja en La Palma, en la zona de Cabeza de Vaca, en el municipio de El Paso, mantiene con el corazón encogido a toda Canarias.
El avance de la lava, que se está llevando a su paso edificaciones y cultivos, ha obligado a desalojar por el momento a 6.000 personas. Según las autoridades locales, y mientras el volcán de La Palma continúa hacia el mar, la lava se ha tragado más de 160 viviendas y amenaza con destruir algunas más.
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El aeropuerto de La Palma continúa operativo, tanto para entradas como para salidas de vuelos. Sin embargo, y ante este panorama de aparente ‘normalidad’, el Cabildo de La Palma pide colaboración a los vecinos de la zona para que no se acerquen a la zona.
Los peligros de la erupción del volcán no son solo materiales, también personales. Los gases que emite, como dióxido de azufre, afectan y mucho a la salud de quienes los inhalan.
El riesgo de visitar la erupción del volcán
Los gases que emiten los volcanes cuando entran en erupción afectan a la población en general y, sobre todo, a aquellas personas con afecciones pulmonares.
El smog volcánico, que también se conoce como niebla volcánica, contiene ceniza, dióxido de azufre, monóxido de carbono y otros gases dañinos para nuestra salud.
El SO₂ es el gas más peligroso. De acuerdo a los últimos datos del Instituto Volcanológico de Canarias (INVOLCAN), está emitiendo entre 7.997 y 10.665 toneladas diarias de dióxido de azufre.
Además de dañar los cultivos y las edificaciones, las emanaciones gaseosas de dióxido de carbono pueden provocar dolores de cabeza e irritación en la piel.
Esta emisión, que puede puede alcanzar kilómetros, contamina el agua y el aire.
Las cenizas, recuerda el Instituto Geográfico Nacional provoca “lesiones en las vías respiratorias, los ojos y las heridas abiertas, así como irritación en la piel”.
El Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (PEVOLCA) pide a los vecinos afectados por la erupción del volcán de La Palma que permanezcan en sus domicilios en la medida de lo posible. Las única excepción para abandonar la vivienda es el peligro de derrumbe por la acumulación de cenizas.
Se recomienda el uso de mascarillas
PEVOLCA también recomienda vestir con pantalones largos y camisetas de manga larga, para evitar la exposición de la piel a estos gases. Y usar gafas protectoras y mascarilla.
Respecto a la utilización de equipos de protección individual, la Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que «se deben considerar dos tipos de población para obtener consejos especiales de protección respiratoria».
Primero, las «personas que trabajan fuera y están muy expuestas a la ceniza (por ejemplo, equipos de limpieza, equipos de emergencia y rescate, policía)».
Segundo, «las personas que son más vulnerables a las partículas de cenizas (por ejemplo, afecciones médicas graves, pacientes con asma, niños, ancianos)».
También se aconseja no realizar actividad física en los alrededores, cerrar ventanas y puertas y, al limpiar las cenizas acumulada en las viviendas, depositarlas en bolsas de basura y no tirarlas al alcantarillado.
En el caso de tener que circular en las proximidades, no superar los 40 km/h para que las cenizas acumuladas en el vehículo no lo obstruyan.
¿Cuáles son las consecuencias de inhalar gases?
El esmog volcánico contiene partículas tan diminutas que son inhaladas, lo que irrita los pulmones y las membranas mucosas. Las partículas ácidas de estos gases empeoran diferentes afecciones pulmonares.
Por eso, hay que prestar especial atención, y tener mucho cuidado, en personas con asma, EPOC, bronquitis o enfisema -en la que los alvéolos están dañados-.
Los principales síntomas de la exposición a los gases emitidos tras la erupción volcánica son los siguientes:
- Dolores de cabeza
- Epífero (lagrimeo continuo de los ojos)
- Tos
- Problemas respiratorios
- Dolor de garganta
Lo más mortal de un volcán
Pero además de estos peligrosos gases, hay un fenómeno en la erupción de los volcanes que resulta mortífero.
Mucho más que la lava ardiente o las rocas derretidas, que tienen un desplazamiento tan lento que permiten escapar.
Lo peor de todo son los flujos piroclásticos. Olas de gas a temperaturas altísimas que pueden salir disparadas a velocidades de 500 kilómetros por hora, o más.
Así provocaron la mayor cantidad de muertos por la erupción de un volcán en el siglo XX. Fue en Martinica y la ola de gas convirtió una ciudad de casi 30.000 habitantes en un horno a 1.000 grados centígrados.
No sobrevivió más que una persona que estaba prisión, en una celda cuasi bajo tierra.
Lo mismo ocurrió cuando erupcionó el Vesubio, el 24 de agosto del año 79 dC, con las ciudades romanas de Pompeya y Herculano.
La ola que llegó a Herculano tenía unos 500º centígrados. Y esa temperatura hirvió los cerebros y vaporizó instantáneamente la carne de sus víctimas, dejando apenas nada.
La ola que llegó a Pompeya fue menos caliente. Suficiente para cocer la carne de todos los habitantes, pero no tan abrasadora como para destruir los cuerpos.
Por eso algunos de los cadáveres han mantenido hasta el gesto con el que murieron, preservados por la ceniza que les cayó encima.
Infobae