El secretario de Gobernación tenía aspiraciones presidenciales y dejaron de ser, (literalmente), “sueños guajiros” cuando AMLO lo respaldó en una junta de gabinete. Estaban los de confianza y buscó aclarar que si su candidata no crecía, (y los otros dos decaían o se iban), su paisano poseía los arrestos suficientes para competir por Morena en el 2024.

La auténtica molestia de Sheinbaum, Ebrard y Monreal, es que el supersecretario llegó con una idea y acabó instalándose en otra: la sucesión presidencial. En poco tiempo, quedó al descubierto el plan alternativo de AMLO por si sus gallos no despuntan: jugársela con su paisano.

Después de una charla de 20 minutos aproximadamente, en Palacio Nacional, López Obrador acordó con su “mano derecha y amigo de toda la vida, que utilizaría sus finos oficios para limar asperezas entre Claudia y Ricardo, y que en un segundo momento intentaría sentar a Marcelo, y así, de una buena vez, tomar la tan esperada foto”, me aseguran mis fuentes.

El asunto cambió cuando el negociador empezó a resaltar más que los negociantes. AMLO se dio cuenta y en aquella reunión de gabinete deslizó, (rápidamente), que “no le extrañara a alguien si ninguna de sus tres grandes corcholatas acababa siendo elegida, pues el destapador había resultado bastante gallito para presidir la fiesta”.

La preocupación en Morena es que sin la unión real y sincera de los tres aspirantes y el supersecretario, difícilmente Morena tendrá opciones de conservar el poder frente a una oposición que, (incluso sin organizarse), crece con algunas cartas sobre la mesa: Lilly Téllez, Ricardo Anaya, Margarita Zavala, Miguel Osorio Chong, o algún empresario que logre aglutinarlos.

Me comentan fuentes en Palacio que, por separado, (Sheinbaum, Ebrard y Monreal), han pedido a AMLO les haga saber si su secretario también figura como aspirante real a la candidatura, pues de ser así, buscarían blindarse ante cualquier “albazo del paisano”, juntos, (o quizá), ¿por qué no?, en otro partido político.

Es sencillo: Ebrard sin Monreal no va y viceversa, mientras que Sheinbaum lo pensaría sin la suma de los otros dos, y si el camino se empantana por alguna inservible lucha de egos, el otro López asumiría presto lo que hasta hace poco parecía poco probable. La realidad es que, en este momento, (y lo saben en Palacio), el “plan b” de AMLO tiene sello tabasqueño. ¿Será?

Veremos qué pasa.

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