En donde quiera que yo esté vas tú conmigo, como la muerte sigue a la vida y la mañana al sueño. Es inevitable no tenerte en la ausencia, pues tu risa se pactó en mis oídos, tu tacto se encajó en mi carne, tu voz en mi mente y tu nombre se hizo uno con el mío.

A donde quiera que yo voy, tú vas conmigo, como la lluvia le sigue a la siembra y los mantras al canto, como si tú estuvieras cosido a mi costado e, invisible, te veo en las calles llenas de fantasmas nuestros, de otoño envejeciendo, renaciendo, siendo de nuevo el otoño en el que fuimos, y mi memoria, que sólo sabe recordarte más, rememora a tus lunares creando las constelaciones de mis noches, y en mis sueños te sueño. Te soñé alguna vez despertando a un lado mío, y te contaba que había soñado que te ibas, «hoy no trabajes» te decía mirando a luz del día pegar en tus pestañas adormiladas, resplandecer en tu rostro blanco y entre tus cabellos arremolinados.

Pero a donde sea que yo esté, estás tú conmigo, amor de antaño. Y si a la vejez la muerte me sigue, en el último pensamiento luego de haber pensado en todos, en mi ascendencia y en mis pecados, creo, en un fragmento, tan frágil como nosotros, te llevaré, ¡oh, pedazo mío!, por siempre conmigo.

 

 

 

 

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