Como episodio negro en la historia de México quedará la placeada que le dio López Obrador en el zócalo capitalino al represor presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, en el día de nuestra Independencia. Para acabarla de regar, el tabasqueño recurrió al sobado discurso sesentero de pedir a Estados Unidos el cese del bloqueo contra la isla.

Ignorante como todos los de su estirpe, López Obrador confunde bloqueo con embargo. Al triunfo de su revolución Fidel Castro expropió empresas con capital estadounidense y se negó a pagar la indemnización correspondiente. Los dueños entablaron demandas y es por eso que cada barco que llegaba cargado con mercancía cubana a un puerto de Estados Unidos o pretendía salir, era embargado a fin de solventar parte de la indemnización.

Bloqueo no hay, nunca lo hubo a excepción de 18 días, en octubre de 1962, cuando la crisis de los misiles. De entonces a la fecha Cuba recibe de Estados Unidos el 61 por ciento del total de sus importaciones. Además de 8 mil millones de dólares anuales en remesas (en promedio) que los cubanos de Miami envían a sus familiares.

El día que Estados Unidos suspenda sus envíos por dos meses junto con las remesas, es decir, el día que en verdad ejerza un bloqueo tronará Cuba, pero también tronará el gobierno cubano.

Que Díaz-Canel y el anciano Raúl Castro (verdadero dueño de la isla) sigan engañando con ese cuento a los cubanos es una cosa, pero que López Obrador se lo crea es imperdonable. Y más imperdonable que pretenda hacérselo creer a los mexicanos.

El paraíso comunista que Fidel vendió al mundo por casi treinta años ya no existe, los alfileres que lo sostenían se cayeron cuando cayó la URSS y dejó de proveerlo junto con los países del bloque comunista. Fue entonces que ya no se pudo ocultar la realidad.

Y la realidad es que hoy en Cuba carecen de todo, principalmente de alimentos y medicinas.

El Primer Territorio Libre de América fue un slogan más, puro choro. Si de algo adolecen los cubanos es de libertad.

Al triunfo de la revolución dejaron de tener libertad de asociación, libertad de tránsito, libertad hasta para hacerse de un par de sandalias y libertad de expresión. Viven en la asfixia social. Y eso es una verdad insoslayable.

Pero a López Obrador se le ocurrió invitar al esbirro y leguleyo más fiel y arrastrado de Raúl Castro y presentarlo como el adalid de la resistencia contra el imperialismo yanqui.

Qué pena, caray.

En diciembre se cumplirán 51 años de la llegada a la presidencia de la República de un sujeto que quiso cambiar a México desde sus cimientos. Y comenzó como el actual, haciendo babosada y media.

Todo le aplaudían sus achichincles a ese presidente que terminó su sexenio como chivo en cristalería. Devaluó el peso, dejó una deuda impagable y un desempleo bárbaro. Pero aun así buscó la secretaría general de la ONU y el premio nobel de la paz.

Igual que ahora, todos los días hablaban de él los medios de comunicación. Igual que ahora los pobres eran tanto su prioridad que los multiplicó. Y en su megalomanía se veía junto a los grandes héroes de la historia.

Hoy vegeta abandonado hasta por sus hijos. Muchos lo creen muerto pero vive… o sobrevive. En enero cumplirá 100 años.

¿Alguien se acuerda de ese anciano que dañó tanto al País? Nadie, los mexicanos primero lo castigaron con su desprecio. Y hoy con su indiferencia y olvido.

Lo mismo sucederá con el megalómano de la izquierda sesentera que vive en Palacio Nacional.

Y ojo lector, los primeros en echarlo al cajón del olvido y de ahí al basureo de la historia, serán la caterva de lambiscones que hoy se desviven por reverenciarlo.

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