¿Por qué no llueven las nubes? Al menos desde el neolítico, los primeros agricultores ya se preguntarían qué hacer para convencer al Dios de la lluvia de que derramara algo de generosidad sobre sus tierras. ¿Danzas alrededor del fuego? ¿Sacrificios humanos? Muchos siglos después, aún se sacaba a los santos en procesión para que intercedieran en los cielos en favor de los sembrados. No fue hasta mediados del siglo pasado cuando fueron cristalizando los descubrimientos de Bernard Vonnegut y del premio Nobel de Química Irving Langmuir: el yoduro de plata inyectado en las nubes funcionaba como agente nucleante y estimulaba la precipitación.

La carrera por la lluvia comenzó en todo el mundo. México hizo uno de los experimentos más largos de la historia en este terreno, alrededor de 30 años seguidos, desde 1948, sembrando nubes. La práctica quedó suspendida tiempo atrás, pero este año se ha retomado con 35 millones de pesos de presupuesto y cuatro aviones que han bombardeado los cielos de Sonora, Sinaloa, Chihuahua y Torreón (Coahuila). La Comisión Nacional de las Zonas Áridas (Conaza) calcula que han incrementado las precipitaciones en una media cercana al 40% contribuyendo al aumento de las presas, la extinción de los incendios y, lo más importante, el beneficio de la agricultura y la ganadería. Un éxito que están dispuestos a repetir el año que viene.

La gota fría la ponen expertos como Fernando García, cuya tarjeta de presentación incitaría a cualquier niño a estudiar ciencia: Físico de las Nubes. ¿Cuánto de verdad hay en todo esto de hacer llorar al cielo? “Buena parte es verdad y buena parte son solo buenos deseos”, asegura. La ciencia básica, es decir, que el yoduro de plata, con sustancias añadidas, ayuda a convertir en líquido el vapor de agua es una verdad científica. “El experimento funciona, pero no sabemos qué va a salir de él porque no tenemos conocimientos suficientes sobre los procesos de desarrollo de las nubes; la variabilidad natural es enorme, cercana al 30%, es decir, que de forma natural nubes idénticas pueden precipitar o no, por tanto, no podemos determinar que eso se deba al sembrado artificial”, asegura.

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Además, hay que andarse con mucho ojo, porque pasarse con el sembrado puede ocasionar efectos indeseables. Si hay demasiadas partículas que compiten por el vapor de agua podrían crecer todas las gotas, pero muy poco cada una, y no precipitarían. Es lo que se llama la hipótesis de competencia. Si en un manzano asoma una cosecha espectacular habrá muchas manzanas, pero tan menudas que serán inaceptables en el mercado.

El ingeniero Alejandro Trueba es el señor de la lluvia en esta historia. El Gobierno ha contratado a su empresa para el bombardeo de las nubes sobre nueve millones de hectáreas. Su equipo ha efectuado ya cerca de 80 vuelos desde que comenzó la temporada a principios de junio; terminarán con el mes de septiembre. Cuatro aeronaves, dos de ejército y dos privadas se ciñen sobre las nubes como un pase torero. Cada una descarga un tanque de 100 litros. Otro tanque a bordo lleva aire a presión para posibilitar el insuflado del líquido. En algunas nubes pueden repetir dos o tres veces el proceso si no hay suficiente humedad. “Buscamos las corrientes ascendentes y soltamos el reactivo en la parte inferior de la nube”, explica. En su equipo hay cualificados químicos y meteorólogos. Estos últimos son los que deciden cuándo se dan las características oportunas para disparar.

El director de la Conaza, Ramón Antonio Sandoval, afirma que el 98% de los vuelos han provocado precipitaciones. En cada polígono intervenido, los ingenieros colocan pluviómetros. El agua recogida que no estaba prevista en los partes meteorológicos la atribuyen al éxito del programa. De esa forma, con resultados aún preliminares, calculan que en Sonora, “donde menos impacto ha tenido la práctica”, la lluvia se ha incrementado en un 30%. “Un 55% en Chihuahua y un 60% en Sinaloa”, dice Trueba. “Y millones de metros cúbicos escurridos hacia las presas”, añade el ingeniero agrónomo. “Nos ha funcionado muy bien para apagar los fuegos y eso no se cuantifica”, abunda el director general de la Conaza. Pero afirma que la agricultura y la ganadería, que moría otros años de hambrunas por falta de pasto, están siendo las más beneficiadas. Sobre las presas, calcula que su volumen se ha incrementado entre un 30% y un 40%.

Si todo esto es así, ¿por qué no se hace todos los años y en todos los países? En definitiva, ¿por qué en algunos pueblos siguen encomendándose al santo patrón? “Suele ser una cuestión de recursos. En México este año se intervino al más alto nivel porque se veía el peligro de que las cosechas no tuvieran el rendimiento de antaño”, afirma Sandoval. Fue el mismo presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, el que se interesó por una solución al problema agrícola que se avecinaba, según dice Sandoval. Con él llegaron los recursos y una práctica que se abandonó en México en los albores del siglo XXI.

Manuel Meléndez fue el señor de la lluvia hasta esa fecha. Trueba trabajó con él algún tiempo y cuando Meléndez falleció retomó las investigaciones. El yoduro de plata y la acetona siguen en la fórmula, pero ha incorporado otros aditivos que han mejorado notablemente la eficacia, según dice. “El yoduro actúa a -22 grados y las nubes en México andan por los 25 grados. Los aditivos conservan la refrigeración del producto, que sale sobreenfriado y listo para reaccionar con la humedad de la nube”, explica. Un proceso parecido al vapor de agua en el espejo después de un baño caliente, cuando se enfría el ambiente precipita en gotas.

Se dice en el campo que nunca llueve a gusto de todos. Con el sembrado de las nubes ocurre parecido. Si los aviones rocían aquí se quejan los agricultores de más allá porque entienden que les están robando el agua de los cielos. Puede que no sea exactamente así, pero a veces ocurre que una nube intervenida en un lugar pasa de largo y precipita en otro sitio, explica el investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional Autónoma de México, Fernando García, el físico de las nubes. “Aquí la clave es cuánto, dónde y en qué momento sembrar las nubes, y eso es lo que no se puede determinar con exactitud”, dice, de ahí que no avale los efectos prácticos de la estimulación artificial de la lluvia. “Solo Israel hizo un experimento sólido en los años sesenta y setenta, con una praxis científica y estadística solvente para medir las precipitaciones. Y su conclusión fue que sí, precipitaban, pero no cuando ellos pensaban que iba a ocurrir. No hay ningún resultado enteramente confiable. Nadie conoce su eficiencia”, asegura. Y añade: “Lo que está haciendo el Ejército es un acto de buena voluntad y ya se sabe que de buena voluntad está empedrado el camino del infierno”.

Como sea, los agricultores no han dejado de quejarse y en algunos lugares de México, como en Puebla, se manifestaron hace algún tiempo porque había empresas privadas que bombardeaban con cañones desde el suelo, en este caso para modificar la nube de tal forma que inhibiera la lluvia. Aseguran que algunas firmas automovilísticas conjuraban de esta forma el granizo para que no dañara los miles de automóviles que acumulaban para su venta. Puebla reformó una ley y prohibió la estimulación artificial mediante tecnologías de las nubes. Los campesinos cortaron carreteras, protestaron y aún siguen en sus reclamos. Renato Romero es el vocero del Movimiento de Defensa del Agua de la Cuenca Libres-Oriental, donde se agrupan 30 municipios. Dice que ya no se oyen los cañones de las grandes multinacionales, pero su lucha sigue por las concesiones del agua. Acusaron públicamente a empresas como Audi o la agrícola Driscoll’s. Ambas niegan haber usado cañones antigranizo y muestran cómo sus productos se protegen con mallas del pedrisco que de tanto en tanto sacude las tierras de México.

El otro frente en el que combaten los señores de la lluvia es el medioambiental. Si se siembra yoduro de plata, lloverá yoduro de plata, sostienen algunos. “Hemos tomado muestras en la tierra y en las plantas y las cantidades son ínfimas para que supongan un factor de peligro. Si hay que prohibir que esto se aplique en aquellos casos en que se demuestre riesgo de envenenamiento, pero no lo hay”, sostiene el ingeniero Trueba. Y le secunda sin dudas el director de la Conaza: “Ni para el campo ni para la salud, personajes muy cualificados en el tema no reportan daños del yoduro de plata. Lo hacen en todas partes”.

Silvino Aguilar Antiano. El físico García no sabe por qué extraña circunstancia recuerda ese nombre. En Google no aparece a simple vista. Dice que era el militar encargado del Servicio Meteorológico de México hace muchos años. Fue quien dijo que “los bombardeos de nubes en Estados Unidos eran la causa de la sequía en México, porque les robaban el agua, y se armó un conflicto diplomático muy serio, aunque poco conocido y ya olvidado”, afirma jocoso. El agua siempre ha sido una fuente de conflictos, entre vecinos y entre países. Seguramente ya lo era en el neolítico.

El País

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