“No soy tu compañera, soy tu compañere”, reclamo contestado con un “perdón, una disculpa compañere”. El hecho, como anécdota de redes sociales, ha sido viralizado, visto por miles de personas, desató comentarios en tono de burla que han derivado en una exageración del acontecimiento; en otros espacios el debate está entre lo socialmente correcto y lo lingüísticamente permitido.

En el video que muchos hemos visto, una persona que se identifica con el género no binario rompe en llanto porque un compañero le llamó “compañera” y no “compañere”, según otro integrante de la clase no es la primera vez que la persona hace énfasis en el modo en que deben dirigirse a elle. Y como nos encanta componer el mundo desde el teclado, las y los expertos en inclusión se enfrentan a las y los puristas del español.

En la realidad, donde debería trasladarse el debate de manera objetiva y respetuosa, la Real Academia de la Lengua Española no reconoce como válido usar la E en el lenguaje inclusivo, pues considera que es ajeno a la morfología del idioma español; además señala que es algo innecesario por que el masculino gramatical cumple esa función. Cuestión que extraña a otras generaciones menos cuadradas, que pensamos que el lenguaje vive y se adapta según su uso, aunque debemos cuidar las aberraciones; y si tanto le interesara a la RAE la morfología de nuestro idioma entonces no debería aceptar anglicismos, ello prueba que la lengua, el lenguaje, el idioma, van desarrollándose con el paso de las generaciones.

Cabe destacar que en octubre del 2020, la RAE incluyó en su Observatorio de Palabras a ‘elle’ como parte del lenguaje inclusivo. Unos días después la retiró, debido a que a las personas les causó confusión. La comunidad LGBT+ comenzó a usar la letra ‘e’ para incluir a los géneros dentro del lenguaje. De esta manera, cada vez es más frecuente que se pronuncien las palabras ‘amigue’, ‘todes’, ‘les’, ‘nosotres’, entre otros, donde se sustituyen las vocales ‘a’ y la ‘o’.

Los alcances que puede tener una simple palabra expresada a otra persona pueden ser distintos, no imagino cómo ha sido la vida de alguien para romper en llanto porque al hablarle no se use el término correcto; si, debe sentirse discriminación, frustración, o mucho más; pero tampoco imagino a un simple mortal, sin mala intención, bajo una inocencia que puede ser tachada de misógina ignorancia, regarla frente a la clase, ofrecer una disculpa y quedar como el villano de la película. En fin… nadie experimenta en cabeza ajena, la tolerancia debe ser de ida y vuelta, no todas, todos, ni todes, estamos al tanto sobre las emociones de los demás, su vida, sus experiencias, su actualidad; nada nos obliga a ello; lo obligado es el respeto mutuo y eso es más grande que el uso de una vocal.

La perspectiva oficial es clara, según la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres, “muchas formas de lenguaje y expresiones que abundan en nuestro vocabulario construyen y refuerzan estereotipos de género que conducen a la violencia contra las mujeres”, gracias a que históricamente hemos usado el lenguaje con expresiones sexistas y excluyentes que han invisibilizado a las mujeres, y también otras minorías.

El uso del lenguaje incluyente es un reto de conocimiento del español, antes de los neologismos hoy centrados en el “compañere”, debemos considerar que dentro de nuestro idioma hay términos que podemos emplear para no caer en la chocante modita trivial de hablar como los demás por encajar. Por ejemplo: los hombres, la humanidad; los niños, la niñez; médico, médica; para no acabar como Fox con el “chiquillos y chiquillas”.

Hablar implica también poner frente a las personas nuestra forma de ser y ver la vida, nadie tiene la culpa de nuestro aprendizaje o desaprendijaze, de nuestros prejuicios o esquemas heredados sin haberlo deseado; eso no implica que nuestros errores al hablar sean parte de un ataque discriminatorio; hoy es necesario que la práctica del lenguaje incluyente tenga un sentido formalizado, calmemos los ánimos y empecemos a aceptarnos a nosotros mismos como nos plazca, en plenitud, y no pensar que todes están en nuestra contra.

Van estas palabras para quienes luchan por su reconocimiento, en lo legal, en lo social, en lo emocional; por quienes batallan diariamente contra una sociedad inmersa en un vertiginoso ritmo, que hace imposible parar a entender que dentro de ella las comunidades y las personas son muy distintas y esas diferencias merecen un lugar.