Esta manera ridícula de amarte, de detestar lo que de mí se refleja en ti, de adorarte con la fuerza misma con la que nos ahuyento y atraerte si te vas, de extrañarte como siempre te extraño, de recordarte con lo que siempre te recuerdo, de soñarte desde el comienzo; el gusto mismo por tus mismos defectos, por lo mismo que amo, por la misma pestaña y el mismo labio, por el mismo cabello, el mismo tacto, la misma mano que todo es perteneciente a ti. Me condené a amarte casi por convicción más que por condena, a estar por cada hebra que de tu cabeza se tiña blanca, a conocerte una nueva arruga, una nueva palabra, un nuevo lunar, y a conocerte la peor de tus virtudes hasta la mejor de tus iras: la cólera de amarme.
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