Por lustros, desde que López Obrador bloqueaba pozos petroleros, la supuesta opinión de eso que llama pueblo fue sagrada para él y lo sagrado se trastocó en veneración. “Lo que digan las mayorías. El pueblo manda. Seremos garantes de la voluntad popular. La opinión de las mayorías está por encima de todo. El único patrón al que rendiremos cuentas es al pueblo”, repetía con machacona insistencia.

Y vaya que lo ha obedecido. El pueblo le ordenó que tirara el aeropuerto de Texcoco y lo tiró. Le ordenó que construyera una refinería en Dos Bocas, un aeropuerto en Santa Lucía y un Tren Maya en el sureste y ahí tienes a Andrés Manuel obedeciendo la voluntad popular.

El pueblo a veces le ha ordenado hacer barrabasadas como quitar los contrapesos y los fideicomisos que beneficiaban al propio pueblo y Andrés Manuel los quitó. Su obediencia al pueblo ha sido ejemplar y el pueblo no se puede quejar. Pero se está quejando.

Su empecinamiento porque los menores regresen a las aulas provocó una inevitable colisión con los padres de familia que se oponen porque el país está en color amarillo tirando a rojo atardecer.

En su mañanera de este jueves sostuvo que dará la pelea para que tanto niños como adolescentes regresen a clases presenciales y con ello se remonte el atraso escolar que ha dejado la pandemia.

Pero su temperamento le ganó y soltó una frase que cuarteó la admiración que decía sentir por el pueblo. “No me importa que la mayoría esté pensando en no regresar, yo voy a sostener que es indispensable que se regrese a clases por el bien de los niños, por el bien de los adolescentes, por el bien de los padres de familia, por el bien de todos y por el bien de la educación del país”.

Y tiene razón, es perentorio el regreso a clases de la población estudiantil que ha aguantado estoica un encierro forzoso por más de un año. Encierro que ha provocado crisis de ansiedad, estrés y depresión en cientos de miles de niños y en algunos casos la muerte.

De acuerdo con el Centro de Especialización en Estudios Psicológicos 7 de cada 10 menores presentan síntomas de ansiedad que se manifiesta con tristeza, irritabilidad y asilamiento. Y si a eso se suma que el 60% tuvo un aprendizaje pobre durante los 16 meses de confinamiento, sobran motivos para desear que regresen a las aulas.

Pero no con la tercera ola del Covid causando tanto contagio y muerte.

El epidemiólogo de Macuspana asegura que los niños y jóvenes son más resistentes al virus y quizá sea verdad. Pero a partir de junio el 68% de los pacientes con coronavirus son jóvenes de entre 7 y 28 años. Y ahí están las frías estadísticas por si les quiere echar un vistazo.

Es criminal exigir que vuelvan a las aulas cuando seguimos siendo el tercer país del mundo con más contagios y muertos. Y cuando la cifra de contagios supera con mucho a la más alta registrada en todos los meses anteriores. Sólo este jueves hubo 19 mil 223 nuevos contagios.

Andrés Manuel sigue terqueando con el regreso a clases presenciales, mientras los padres de familia que están conscientes del riesgo que eso implica y son mayoría dicen que no; pero esta vez la mayoría recibió un descontón que no esperaba. “No me importa lo que piensen” les espetó.

Independientemente del nuevo frente que abrió ahora contra el pueblo al que decía honrar y defender, es bueno preguntar ¿qué le han hecho los niños y niñas al Presidente que los odia tanto?

Primero los dejó sin estancias infantiles, luego sin medicamentos; a miles les quitó el programa de becas y ahora los quiere enviar a las escuelas sin vacunas cuando la pandemia está más rabiosa que nunca.

Algo tiene en su psique López Obrador digno del diván de un psiquiatra, algo que le produce odio hacia los menores. Ese odio envió a 1,600 pequeños con cáncer a la muerte y enviará a cientos más por ese camino, si sigue empecinado en que regresen a las aulas “por el bien de la educación del país”.

Como si la educación del país le importara mucho a este fósil que tardó 14 años en terminar su carrera universitaria.

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