A principios de los 90 una niña de 13 años fue violada por un sujeto que la embarazó. La madre de la niña, que vivía en uno de los barrios más miserables de Tijuana, la llevó a un hospital para que abortara, pero la noticia se filtró y se armó un escándalo nacional.

Organismos defensores de la familia, la Iglesia Católica y hasta el Partido Acción Nacional pusieron el grito en el cielo. ¿Cómo que quería abortar? ¿Con qué derecho atentaba contra la vida de un inocente y por qué su madre lo permitía? Pero ofrecieron ayudarla siempre y cuando no abortara. Lo otro, lo de la violación pasó a un segundo, tercero y cuarto término hasta perderse en la bruma del olvido.

La presión sobre ambas fue tal que al final la menor tuvo a su hijo.

En la actualidad es una mujer que aparenta más de los cuarenta años que tiene. Sigue viviendo en la miseria y con el desagradable recuerdo de que la única ayuda que recibió fueron unos botes de leche en polvo, pañales, cobertores y unos biberones para su bebé. Después de eso, nada.

Si hubiera abortado la ley la habría condenado a pasar al menos cinco años en una correccional, mientras que su madre hubiera sido encarcelada por “inducirla” al aborto y por “complicidad”. Eso sin contar con que sus buenos samaritanos les dijeron que se irían al infierno porque el aborto es pecado.

Los organismos defensores de la familia, la Iglesia Católica, la Evangélica, etc., y partidos políticos como el PAN son buenos para condenar el aborto, pero pésimos para tender la mano a las mujeres que por alguna razón se ven en la penosa, triste y traumática necesidad de llegar a ese extremo.

Y es que ninguna mujer aborta por gusto.

Aunque no hay una cifra exacta, se calcula que en México se realizan en promedio 850 mil abortos clandestinos al año y de ellos la mitad falla. Es decir, aproximadamente 425 mil mujeres pierden la vida en sitios que más que hospitales, semejan lúgubres herrerías donde la asepsia, la higiene y los conocimientos médicos básicos brillan por su ausencia.

Lo que se pretende en Veracruz con la despenalización del aborto que se acaba de aprobar, es que las mujeres que estén en esa situación sean atendidas en clínicas y hospitales donde su vida corra un riego mínimo. Si no se hubiera aprobado la despenalización, las veracruzanas seguirían yendo a clínicas clandestinas porque criminalizarlas no evitará que se siga practicando el aborto.

No se vale que una mujer que fue violada y como producto de esa violación aborte porque el ser que llevaba en sus entrañas fue concebido contra su voluntad y mediante un hecho traumático, todavía tenga que ir a la cárcel acusada de criminal.

Tampoco se vale y es hasta indigno de la ley que la arrumben en una prisión porque se cayó, cargó cosas pesadas, se le rompió la fuente antes de tiempo y en los tres casos tuvo que abortar.

¿Dónde está la justicia para ellas?

Si cometieron una falta a la Ley de Dios, que la paguen ante Dios, pero es criminal que sean enjuiciadas y encarceladas por las leyes de los hombres que en situaciones como las que acabo de mencionar están muy lejos de ser justas.

Tampoco se vale que la Santa Madre Iglesia se erija en jueza y las condene cuando no tiene la cara muy limpia que digamos.

Como católico que soy trato de seguir sus preceptos y enseñanzas. Pero debo aceptar que a lo largo de su historia se ha comportado como una señora implacable, autoritaria, inflexible e injusta. Y una de sus injusticias es mirar para otro lado o de plano apoyar la criminalización de mujeres que fueron ultrajadas por sujetos sin escrúpulos, o que por otras razones ajenas a ellas mismas, han tenido que abortar.

Salvo tu mejor opinión, lector, pienso que eso no es de Dios.

bernardogup@nullhotmail.com