En su obsesión por restaurar el viejo régimen presidencialista, el Presidente López Obrador ha decidido reinventar para sí una de las facultades más importante derivadas del antiguo sistema político y que el maestro Jorge Carpizo señala en una de sus obras más notables: la designación de su sucesor.

Poco acostumbrado a analizar, razonar y reflexionar sobre la información que recibe –siempre tiene otros datos-, ha decidido tirar el tablero de ajedrez al bote de la basura e imponer un chabacano juego de corcholatas en el que las piezas se manejan a su antojo, sin reglas formales, legales o políticas. La única regla es la obediencia absoluta.

Sin embargo, destapadas con tanta anticipación, las corcholatas presidenciales tendrán la misma fuerza de una botella de agua mineral destapada hace tres días –en este caso tres años-, como se dice en la jerga política.

Tras la elección de 1988, el presidencialismo mexicano nunca volvió a ser lo que era. Cambiaron las reglas y las leyes, para convertir al primer mandatario en un actor político preponderante pero con pesos y contrapesos específicos, principalmente, en el Congreso, la Suprema Corte de Justicia y los organismos electorales.

La posibilidad de designar a su sucesor prácticamente desapareció como consecuencia de la alternancia en el poder y una nueva normalidad democrática. Eso fue hasta que López Obrador llegó a la Presidencia.

Hoy el mandatario ha decidido restituir la facultad de nombrar a su sucesor o al menos al candidato de su partido; para ello, como señala Carpizo en sus Notas sobre el Presidencialismo Mexicano, tiene un margen de libertad muy amplio y quizá su única limitación sea que el “escogido” no vaya a ser fuertemente rechazado por amplios sectores del país o que cometa un “disparate garrafal”. Al menos las corcholatas más populares ya los cometieron.

En su lenguaje procaz y peyorativo, el Presidente ha dado categorías de simples corcholatas a quienes él ha dicho que son los principales aspirantes a sucederlo en el cargo. Con ello, no sólo frivoliza el lenguaje político, sino que impone a ese círculo de ‘notables’, una categoría de vulgares fichas de un juego sucesorio que sólo sirve para el entretenimiento del mandatario y sus simpatizantes.

Hace una semana exactamente, el presidente López Obrador señaló que él es “el destapador, pero mi corcholata favorita será la que decida el pueblo de México”. Y escogió -conforme a su juicio e intereses-, a quiénes deben representar al ‘movimiento progresista liberal’, de entre los cuales, uno será elegido “libre y democráticamente por los mexicanos”. Una vez más, no tuvo empacho en mostrar que Morena no es más que una rémora partidista de su gobierno.

“Todos tienen posibilidad (para aspirar a la Presidencia). Ahora sí que ya no hay tapados, yo soy el destapador y mi corcholata favorita va a ser la del pueblo, esa es la regla. La gente va a decidir”, dijo durante la ‘mañanera’. Pero resulta que no todos tienen posibilidad; aun entre sus cuadros, la discriminación presidencial ha causado las primeras divisiones.

¿Quiénes son las corcholatas favoritas del Presidente? Sólo dos: la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum; y el canciller Marcelo Ebrard, quienes por instrucciones presidenciales han hecho públicas sus aspiraciones para llegar al palacio nacional. El resto de las corcholatas -Esteban Moctezuma, Juan Ramón de la Fuente, Tatiana Clouthier y Rocío Nahle- sólo son para completar el “six pack”, esperando que los primeros no se queden sin gas.

López Obrador también rompió una regla política al adelantar los tiempos de la sucesión. Hoy, buena parte de las corcholatas ocupan su tiempo en posicionarse y tratar de modificar la decisión del presidente respecto de su sucesor, distrayendo su atención sobre las altísimas responsabilidades que les han sido asignadas. Cualquier tarea que realicen será –y así lo interpretarán los ciudadanos- en función de su eventual candidatura.

La decisión de adelantar los tiempos de la decisión es consecuencia de los resultados del 6 de junio pasado. La candidata del Presidente, Claudia Sheinbaum, no logró superar la crisis política y social por el colapso de la línea 12 del Metro, y en consecuencia, los pésimos resultados electorales en lo que había sido el bastión de López Obrador. Antes de que se quede sin capital político, decidió rescatarla.

Como también reza el argot político, el Presidente intenta engañarnos con la verdad, enviando a su corcholata favorita tres años antes para construir su candidatura. Mientras tanto, ha puesto a prueba la lealtad, obediencia, ambiciones, debilidades y el carácter de quienes también fueron mencionados.

Las corcholatas del “six pack” que se destaparon antes de la fiesta, se quedarán sin gas para cuando llegue el 2024.

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