A veces me trago las heridas como quien toma un trago de mezcal; en seco y de un jalón. Las pongo bajo la alfombra o tras los cuadros, ocultas no porque me avergüence de ellas, sino para no incomodar. Mis heridas vienen en distintos colores, tiempos y memorias, a veces una se anida en especial. Cuando la herida por ti se acurruca como una golondrina, prefiero no contarte de sus cantos, pero es tu cobardía sus semillas con las que se alimenta, y miro tu comodidad tan cómoda que ni se inmuta cuando la golondrina medio se asoma entre una lágrima y otra. Algunas veces te he creído tirano, pero callo cualquier sentimiento de rencor disfrazándome de resignación, como si estuviera de acuerdo en tus términos pensando que así, más temprano que tarde, me podrás quedar indiferente y de tanto que te he llorado y de tantas heridas sueltas que llevan tu nombre, yo me haré un atrio y hasta arriba, tú como un santo derribado, me pondré yo.

 

 

 

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