A veces mi memoria intenta acordarse de ti, pero mis manos ya no recuerdan tu piel ni tu piel ha de recordar ya mi tacto. Tanto que te acongoja la vida y a mí tanto que me aterra la muerte, así somos, destinados a la incertidumbre de existir, de encontrarnos y de distanciar los cuerpos tratando también de distanciar las almas.
Algunas veces, cuando la noche se acalla mi boca dice tu nombre, mas no sé ese nombre a cuál cara pertenece, no hallo tu mirada en mi pupila, te pierdo en la inmensidad de la oscuridad y apenas pareces ser un sueño desvaneciéndose entre cada pestañeo.
A ti, que tanto te aferras a la muerte, te llego a pensar yo, que tanto me aferro a la vida, quizá por eso es que no pudimos ser escondiendo fragmentos de nosotros entre canciones, libros y escenas, esperanzados en que, a la lejanía del tiempo, un día, sin tener ya memoria nuestra, al escuchar una canción, al leer un libro o al ver una escena, emane cual fuego fatuo un vestigio de lo que fuimos y de ese modo tan absurdo quizá recordemos con claridad un octubre.
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