Corre un fantasma por redes sociales y en mensajes grupales por todos los teléfonos inteligentes del país. Un fantasma que quiere engañar. Un fantasma que ya, sin embargo, no espanta. Un fantasma de caricatura. Un fantasma de mentiras.
Ciertos grupos y personas han querido meter a las y los mexicanas la idea (y el miedo) de que el Presidente Andrés Manuel López Obrador es (o será pronto) un dictador. Estos grupos de derecha han querido posicionar esta imagen o esta categoría política utilizando un peligroso exceso verbal que no está fundado en la realidad y no cumple con la verdad.
Para decirlo en pocas palabras, estos grupos o personas no tienen ni idea de lo que están hablando.
Dentro de las formas de gobierno existe efectivamente la categoría de la “dictadura”, pero el concepto o definición de dictadura no concuerda con ninguno de sus elementos que argumentan o utilizan estos grupos en relación al Presidente López Obrador. Ni en las teorías clásicas de la antigüedad desde Aristóteles, ni en las definiciones modernas, se podría catalogar al actual gobierno de México, y menos a su Presidente, de dictadura o dictador.
En términos políticos actuales, la dictadura implica la suspensión de garantías y libertades políticas y civiles, entre las que se encuentra las libertades y derechos de reunión, manifestación, expresión, etc. Además, en la dictadura por lo general se eliminan o se disuelven los otros poderes, sobre todo el poder legislativo queda supeditado fácticamente al “dictador”. Por otro lado, en los hechos, la dictadura supone una concentración “total” del poder; se combate o se trata de eliminar a cualquier oposición; y el “dictador” recibe el respaldo de las fuerzas armadas que además actúan como un elemento represor de cualquier oposición o resistencia al “dictador”. También, generalmente, se suspenden las elecciones o pasan a ser un aspecto formal de una democracia inexistente. La dictadura es lo contrario a la república y, sobre todo, a la democracia.
Pero resulta que nada de eso y ninguna de esos elementos de la categoría de la dictadura, tanto en su acepción clásica como en la moderna, se aplican en el caso del gobierno de México ni de su Presidente. Ninguna de las características que en la teoría o ciencia política aplican a la forma de gobierno de la dictadura están sucediendo en los hechos en el caso de López Obrador, ni cuando fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, ni ahora como Presidente, ni siquiera en los gobernadores de los estados de su mismo partido político.
Cuando decimos que estos grupos están cayendo en un peligroso exceso verbal, estamos diciendo que, afirmar que el Presidente actual de México es un dictador, no sólo se está falseando la realidad y la verdad, sino que se vuelve una irresponsabilidad porque se crean realidades y pasiones que no existirían si no se dijeran. Recordemos que el lenguaje, las palabras, también son acciones y, por lo tanto, también crean nuevas realidades. Hablar con irresponsabilidad es un rasgo que no ayuda en nada a una mejor convivencia y cierra las oportunidades de diálogo y de acuerdo.
Ciertamente en México tenemos una tradición presidencial, y ello implica, como dijo Daniel Cossío Villegas, un estilo personal de gobernar.
El sistema político mexicano es presidencial con división de poderes. La figura del Presidente como Jefe de Estado y como Jefe de Gobierno, es una de las características centrales de nuestro sistema. Ello no cancela la definición y realidad de que vivimos en un sistema político constitucional, democrático, republicano y representativo.
Y no sólo esa parte legal y de diseño constitucional e institucional, cuando hablamos de democracia nos referimos también a una sociedad participativa, una sociedad civil plural y activa, que se expresa en un marco de respeto a libertades y derechos.
Negar ambas realidades, la de que vivimos en una democracia legal y constitucional, y la una democracia participativa y con libertades ciudadanas, es no sólo una irresponsabilidad, sino es un engaño a las y los mexicanos.
En México vivimos una democracia madura y sólida. Si se elige nuevamente un Congreso con mayoría absoluta o calificada favorable al Presidente, simplemente significará que será más fácil para éste llevar a cabo y cumplir con su programa de gobierno y las metas de cambio y transformación que se planteó. Pensar que ello podría significar un riesgo para nuestra democracia es parte de la estrategia y miedos que está utilizando, errónea e irresponsablemente, los grupos de derecha del país.
El único fantasma que acecha a nuestra democracia mexicana es la intransigencia, egoísmo, individualismo, materialismo e injusticia social que propone la derecha para que unos privilegiados sean más ricos, cada vez más ricos. Ese es el fantasma al que debemos temer como comunidad, el fantasma de los intereses individuales y privados (incluyendo los criminales) sobre el interés de la colectividad.