¿Qué se hace con los recuerdos?, ¿deben ir a una caja con la etiqueta redundante de «recuerdos» o ponerse bajo tierra con algún epitafio y dejar que se agusanen? Porque el recuerdo tuyo febril aparece como si no hubiera sido suficiente asesinar a la idea de que los recuerdos no son un presente. Pero tantas veces haya enterrado al cadáver, éste sale cual fantasma visitante nocturno, peregrino errante de una memoria que si mal no recuerdo era nuestra, sin embargo ¿qué puede recordar el olvido que tu nombre menciona cuando el silencio invade a la noche inerte llena de canciones, poemas y letras? ¿En dónde deposito la fe que reza el amén de tu nombre?, ¿dónde desahogo el llanto de no mirar tus ojos?, ¿hacia dónde riego el mar de tu voz contándome las historias ya antes contadas que hacían de mí huir la soledad? Pero qué puede saber el olvido si no guarda memoria, cualquier remembranza es falaz, y la discordia en mí es que, aunque a una cruz te ate y a la cabeza de tu recuerdo entre tus piernas ponga, cada noche, como si de amapolas mi perfume fuera, tú apareces con tu ausencia a atormentarme.
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