El infortunio y la generosidad de la familia la llevaron a ser una de las primeras egresadas de su generación en obtener una plaza docente. Con ello se integró a un robusto árbol genealógico de maestros cuya raíz más profunda fue la abuela paterna, Constanza Caiceros Mayer, querida y respetada por muchas generaciones de estudiantes y maestros.
Tuvo una trayectoria escolar como cualquier otra. Con más esfuerzos y méritos que fracasos. Meses antes de egresar enfrentó la pérdida de la maestra “Cota”, y con ello, la posibilidad de ‘heredar’ su plaza por decisión de sus hermanos mayores; usos y costumbres magisteriales muy aceptados entonces. Su condición de normalista le facilitó las cosas. En su casa aun reposa la fotografía donde recibe su título normalista de manos del ex gobernador Dante Delgado.
Su arribo a la comunidad de Hornitos, en Actopan, fue el inicio de un largo viaje que este año cumple 30 años. Abrazada por el ensueño y la incertidumbre, llegó a una comunidad desconocida. Nunca había vivido fuera de casa. Lo hizo por algún tiempo, pero desistió. Desde entonces, cada mañana es empezar como el primer día.
Durante tres décadas, la jornada inició de madrugada para terminar cuando caía la noche, sobre todo cuando la antigüedad y las circunstancias le permitieron acceder a una segunda plaza docente. Los primeros años fueron, paradójicamente, más de aprendizaje que de enseñanza. La docencia nunca será la misma desde el pizarrón que desde el pupitre; aprender a enseñar es un proceso que nunca termina.
Abrió y cerró ciclos. Se fue de Hornitos y llegó a Actopan. Salió de Actopan y llegó a Rinconada, ahí donde decidió echar raíces profundas y convertirse en una de las maestras de primaria con mas tiempo impartiendo clases en la comunidad.
Alguna vez, cuando las circunstancias políticas y sindicales alinearon en su favor, tuvo la posibilidad de lo que ha sido el propósito de muchos maestros: mudar su plaza a Xalapa y establecerse de manera definitiva en la ciudad. Ella se negó. “Ya pasaron muchos años. En Rinconada soy la maestra ‘María Elena’; allá soy alguien, represento algo; acá tendré que empezar de nuevo para hacerme de mi propio espacio. Mi lugar está allá…”
La maestra María Elena hizo su segunda vida en Rinconada. Ahí, en la primaria “Ricardo Flores Magón”, vio pasar cientos de historias en las que escribió capítulos enteros o sólo algunas líneas en la vida personal de sus alumnos. Los vio crecer. Vio como sus alumnas se convertían en madres, y algunas de ellas, en abuelas. Dio clases a todas ellas.
También observó como los niños se convirtieron en hombres y pasaron a formar parte de una comunidad con su propia idiosincrasia. Muchos emigraron buscando vida y trabajo. Otros ya no están. Y aunque recuerda a la mayoría -principalmente a los que nunca abandonaron el pueblo mío-, algunos se ellos se convierten en recuerdos difusos.
“¡Ya no sé qué hacer con él! Es demasiado rebelde, es muy flojo. A mí ya no me hace caso. Haga usted lo que crea necesario. Si tiene que pegarle, por mí no hay problema. No me voy a enojar, al contrario”. Eso lo escuchó cientos de veces, en distintas tesituras, de padres y madres de familia que se rendían ante las obligaciones de la educación de sus hijos.
Con los años, la maestra María Elena del turno matutino pasó a ser la directora del plantel en el turno vespertino. Las cosas no cambiaron significativamente: más responsabilidad, más trabajo, más descargas de obligaciones por parte de las autoridades educativas y de los padres de familia; incluso pagar de su sueldo los gastos de material y servicios para la escuela ante una SEV indolente y burocrática. Sin embargo, se convirtió un referente en la comunidad, como ella siempre quiso.
Pero también ha tenido sinsabores. Durante todos estos años afrontó una y otra vez la reinvención de la educación en México; ha sido una testigo impaciente de las reformas y las contrarreformas educativas de efímeros resultados, del auge y caída de los sindicatos, de algunos de sus líderes. Pero siempre con la misma lógica absurda: el maestro de grupo es el responsable del éxito y fracaso de todo lo que pasa en la escuela.
Los días de la pandemia no han sido los más fáciles. Las horas robadas a la madrugada para trasladarse a su escuela se convirtieron en largos desvelos en casa para atender a la distancia a sus alumnos. Su santuario familiar se convirtió en la extensión forzosa del aula y la oficina. El aislamiento y la educación a distancia han cobrado factura a los docentes, no a un sistema escolar sumamente precario e ineficiente.
Pero la maestra María Elena está cansada. Han sido muchos años de sortear tormentas y pelear contra molinos de viento. La docencia le ha dado a sus mejores amigos, a su segunda familia; pero la vida y la pandemia le han arrebatado a algunos de ellos. Otros más han decidido retirarse. Ella lo hará muy pronto.
La maestra María Elena cumple 30 años de servicio docente. Ha sido reconocida con la Condecoración “Maestro Rafael Ramírez”. Su familia, mayoritariamente de maestros, está muy orgullosa. ¡Muchas felicidades querida hermana!
La del estribo…
1. Ocupados en afanes electorales y en marcha multitudinarias de sus burócratas, el gobierno estatal se ha excusado de celebrar a los maestros en su día. Mediante mensaje electrónico, dedica acaso 19 palabras a quien ha brindó 30 años de su vida a la docencia. Un agravio más ya no tiene importancia.
2. Investigaciones judiciales a los candidatos punteros en Nuevo León y al Presidente Nacional del PRI; enfrentamiento con la embajada de EU; el “chiste” de los trabajadores que le piden reelegirse. El Presidente sacó todo el arsenal para que nos olvidemos de dos cosas: el desplome del Metro y de Morena en las encuestas.