Apenas salía el sol en La Pahua, Micaela Morales viveros, ponía la música de Los Ángeles Azules, Los Temerarios, o el Grupo Brindis, y emprendía las tareas del día: hacer el almuerzo, lavar los trastes, barrer y trapear la casa. Limpiar el tanque de agua, fregar la ropa.

Entre una encomienda y otra, solía tomar del brazo a uno de sus hijos (de 15 y 9 años) y los hacía bailar con ella, “porque me gusta moverme, soy muy rápida, canto, bailo, me divierto, voy a fiestas, me echo mis copitas”.

Siempre ando contenta, si alguien pasa por mi casa, le echo relajo, o los invito a tomar café y echar la plática. En La Pahua somos humildes, pero somos felices. Uno es feliz con lo que tiene”.

La Pahua es un pueblo de 158 habitantes, ubicado a 6 kilómetros de Colipa, un sitio apostado entre la sierra de Misantla y las playas de Emilio Carranza. La mayoría de los hombres se dedican a cuidar los ranchos de la región, y las mujeres hacen los trabajos del hogar y llevan la crianza de los hijos.

Micaela, además de las tareas en su casa, solía hacer la limpieza en la casa de un padrino, y cuidar los marranos a un conocido.

Días antes de que Micaela fue atacada con ácido, se alistaba a poner un negocio de antojitos. Su plan era tener su hornilla limpia, la paila dispuesta, y un buen cerro de leña, para comenzar la vendimia.

Por eso se inscribió a un programa del gobierno, que entrega 5 mil pesos a las mujeres para que lo inviertan en un negocio. Cuando recibió el cheque, fue directo por una motosierra. Tenía sus razones.

“Yo pensé: no tengo estufa, pero tengo hornilla; no tengo freidora, pero usaré la paila. Lo que más necesito es tener suficiente leña para cocinar, y fui por la motosierra”.

Ahora, que se resguarda en la casa de su hermana y que su capacidad visual está comprometida, Micaela tiene dos preocupaciones. La primera es que la gente del programa de apoyo a las mujeres, comprenda lo que me pasó, y el por qué se retrasó en entregar la factura.

Y la segunda: “que las autoridades hagan justicia, actúen rápido, y detengan a la mujer que me agredió, porque mis hermanos están que se los lleva…, y no quiero que se comprometan”.

La agresión

Desde que le lanzaron ácido en la cara, Micaela se refugia en la casa de su hermana Margarita, en el centro de Colipa. Tendida en una pieza de paredes rústicas, en el que se cuela poca luz, y una cortina la hace de puerta, se pasa la mayoría del tiempo.

Ya se cumplieron diez días desde que la mujer de 37 años fue atacada, la mañana del 21 de abril. La agresora, Reynalda “N”, la sorprendió cuando fue a la tienda a comprar café. Le cortó el paso.

“Yo pensé que me había tirado un golpe, pero me tiró un vaso lleno de líquido… me fui a tierra”, cuenta Micaela, desde la cama donde se encuentra recortada con las piernas rectas, y los brazos extendidos a los costados, mientras un paño blanco le cubre el rostro, desde la punta del labio superior, hasta la coronilla.

Recuerda que cegada por el líquido, y desorientada por el dolor, se arrastró varios metros hasta que se topó con una sobrina política, que se encontraba cerca en el momento en que ocurrió la agresión.

La mujer la llevó hasta un tanque de agua, donde le enjuagaba los ojos, cuando llegó el hermano de Micaela: “Tienes los ojos reventados”, le dijo, y la subió a su moto, para llevarla al centro de salud más cercano.

Pero en la pequeña clínica rural sólo le dieron los primeros auxilios, y la canalizaron al hospital de Misantla, quienes a su vez, la mandaron a Xalapa, por la gravedad de las lesiones.

Micaela perdió la vista en el ojo derecho, con medicamento sortea los intensos dolores que aún provocan las quemaduras, y a oscuras, espera una nueva consulta, para ver si es posible que una operación de córneas en el ojo izquierdo, le permita recuperar un 70 por ciento de su capacidad visual.

“Yo soy la chispa de la familia, y quisieron apagar mi brillo, me apagaron los ojos, pero confío en que voy a volver a ver”.

En Veracruz, durante los últimos días de abril, además de Micaela, se conoció el caso de una mujer en Nanchital a quien su esposo le arrojó aceite hirviendo en la espalda. Y en Boca del Río, seis días después de recibir una golpiza por parte de su pareja, una joven perdió la vida.

Justicia para Micaela: hermana

Margarita Morales Viveros atiende una llamada telefónica, mientras camina en círculos por el recibidor de su casa. En el tono de sus palabras hay indignación. Cuelga. Y entonces, cuenta a los presentes, que le acaban de avisar que la agresora de su hermana fue vista en los alrededores de Colipa, a bordo de un Tsuru blanco.

“La Fiscalía General del Estado no está haciendo nada. Nos acaban de avisar que la agresora anda suelta, y nadie pudo detenerla porque no hay orden de aprehensión. Han pasado diez días desde el ataque a Micaela, y las autoridades no han hecho nada”.

Margarita recuerda a su hermana antes de la agresión como una mujer de buen humor, a la que le gusta echar relajo, dedicada en las tareas hogareñas, y que solía ayudar a su esposo en la ordeña de vacas, o limpiar casas ajenas para ganar unos centavos.

“Ahora, la tengo que andar jalando, para comer, para bañarse, para todo, la tengo que estar lidiando, le lanzo piropos para tratar de animarla”.

Margarita sabe lo que es sufrir la violencia y que las autoridades dejen los casos en la impunidad, porque ella se separó de su segundo esposo, por esa razón. “Tiene cuatro años que puse una denuncia, y la fiscalía no atendió el caso, el hombre agarró y se fue a Estados Unidos”.

Ahora que ve a su hermana víctima de al violencia machista, insiste: “necesitamos que aprieten a las autoridades para que hagan algo”.

A una semana del agravio a Micaela, ni el Instituto Veracruzano de las Mujeres ni el Centro de Justicia para las Mujeres del Estado de Veracruz se han acercado para asistirlas. El único apoyo que han recibido es por parte de Teresa Molina Dorantes, presidenta municipal de Colipa.

AVC

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