Hasta donde alcanza mi escaso conocimiento del jazz guatemalteco, la primera mujer de ese país que se internó en los terrenos del jazz fue Miroslava Mendoza, una cantante que estudió en Berklee y después se fue a vivir a Francia. Si bien ha ido a su país a cantar y a impartir cursos y clínicas, no ha desarrollado su carrera ahí, por lo que puedo afirmar, sin duda alguna, que la primera mujer jazzista aparecida en la escena guatemalteca es Rosse Aguilar, una muy joven saxofonista, cantante, compositora y educadora musical.

Como muchos jazzistas latinoamericanos y de todo el mundo, Rosse se formó con el oído, con lo que pudo descifrar, al lado de sus compañeros de cuarteto, de los discos. Después de muchos años de picar piedra, gracias a ella, ya hay muchos jóvenes jazzistas guatemaltecos con una formación académica.

Sea ella quien nos narre su historia.

On the sunny side of my life

Hola, mi nombre es Rosse Aguilar, soy saxofonista, cantante, compositora y educadora musical. Nací en Guatemala y puedo decir que tuve una niñez muy privilegiada, muy bonita, muy rodeada de música porque aunque mis papás no son músicos profesionales, sí nacieron con unas voces muy especiales, tienen mucha musicalidad dentro y fue algo que siempre nos inculcaron de chiquitas a mí y a mis hermanas —somos cuatro mujeres, las primeras tres crecimos juntas y la cuarta nació entre ocho o diez años después, de acuerdo a nuestras edades—. Las tres hermanas que crecimos juntas siempre estuvimos rodeadas de un ambiente de música, nos compraban cualquier tipo de juguete musical: micrófonos, guitarras, pianos; y jugábamos a ser artistas, a cantar en el espejo, a que grabábamos jingles, anuncios para televisión; esos eran nuestros juegos musicales.

A todas nos pasaron por la experiencia de una academia de música para niños cuando éramos chiquitas, ahí estudiamos canto y piano. Eso fue entre los seis a los ocho o nueve años, más o menos, entonces siempre hubo un remanente para que todas nos inclinaremos por la música, pero las que empezamos a querer estudiar un instrumento y hacer una carrera en la música fuimos mi hermana grande y yo —yo soy la segunda.

Mi hermana grande fue la primera que dijo yo quiero tocar el saxofón —yo tenía siete u ocho años y no le puse mucha atención al saxofón en ese momento—, entonces mi papá le dijo ok, vamos a ver un saxofón a una tienda de instrumentos, a ver qué te parece. Cuando mi hermana vio el saxofón dijo ay, no, esto tiene un montón de botones, un montón de cosas, no voy a poder, además, pesa mucho, y ella misma se desentendió.

Showman effect

Cuando tenía como diez años, mi papá me llevó a un concierto de unos jazzistas que vinieron a Guatemala y recuerdo que estábamos justamente en la orilla de la fila y el saxofonista entró tocando desde atrás del público, ya sabes, de esos saxofonistas que son más showman (risas). Me acuerdo muy bien de ese chico, se llama Kevin Scott, no sé mucho de él al día de hoy, pero ese día no se me olvida. Cuando entró tocando un saxofón tenor, yo le dije a mi papá ¡guau!, ¡qué increíble!, eso es lo que yo quiero tocar, y él hizo el mismo proceso: me llevó a la tienda de instrumentos y dijo vamos a ver si es el instrumento que quieres (risas). Vi un saxofón, le dije que sí y me dijo mira, vamos a hacer una cosa, comprarte un saxofón es una inversión bastante grande —el saxofón que me quería comprar era un Yamaha estándar, que en el año 97-98 estaba a mil dólares aquí en Guatemala—, vamos a ver si es cierto que querés ser saxofonista, te voy a meter a una academia más formal y vamos a rentar un saxofón. Entré y estaba bien motivada, él me llevaba a las clases, a veces se quedaba conmigo, a veces no, y así pasó el tiempo hasta que un día le dije papi, ya pasó un año, ya es hora (risas), ya quiero mi saxofón. Me lo compró y dijo bueno, ya hay que meter a la niña al conservatorio. Me sacó de esta academia y nos fuimos directo al conservatorio, yo ya tenía mi primer saxofón alto.

First step to the heaven

Acá en Guatemala, al día de hoy ya hay una universidad que da una carrera de música popular contemporánea —no necesariamente jazz—, pero en aquellos años no había ninguna otra opción. Me llevaron al conservatorio, gané el examen de admisión, hice todo el proceso para entrar y cuando ya estaba adentro me asignaban lecciones y me ponía a estudiar en los corredores o en los cubículos, y siempre llegaba una chica, se me quedaba viendo y suspiraba. Nos hicimos muy amigas y me dijo fijate, hace dos años quise entrar al conservatorio para aprender a tocar saxofón y me dijeron que no, que el saxofón era un instrumento para hombres, entonces dije bueno, voy a estudiar fagot. Y se metió a estudiar ese instrumento.

Cuando yo fui a hacer el examen de admisión, llegué con mi estuche y me preguntaron:
—¿Tú ya tocas saxofón?
—Sí, ya llevo un año estudiando
—A ver, sácalo
Lo saqué y me puse a tocar, yo creo que fue eso fue lo que hizo que aceptaran que estudiara saxofón ahí. Y cuando mi amiga me miraba, yo le decía mirá, nunca es tarde, sí te puedes cambiar de instrumento, no sé qué tan larga va a ser la vida pero está llena de oportunidades. Eso es muy reciente, imaginate, en los noventa todavía había esa concepción acá en Guatemala.

Me metí al conservatorio cuando todavía estaba en el colegio; después de tercero básico, aquí en Guatemala se estudia una carrera previa a la universidad, en esos años había Magisterio Musical —esa carrera ya no existe actualmente en Guatemala, la borraron en el año 2013—, me metí a estudiar eso y hacía Magisterio Musical en las mañanas y conservatorio en las tardes.

Cuando estudié para maestra de música, la escuela en la que estaba tenía una alianza con la Universidad de Oklahoma y nuestros maestros eran de esa universidad —mi maestra de entrenamiento auditivo era de Grecia— y tuvimos un entrenamiento musical muy especial, muy bonito. En el conservatorio tenés que llevar clases obligatorias, una es Piano y la otra es Música Coral y Canto, entonces siempre estuve haciendo entrenamiento vocal de la mano con el piano y el saxofón, esos tres instrumentos han sido los que me han hecho crecer muchísimo como músico.

Saxophone colossus

Mi papá y yo andábamos mucho tiempo juntos cuando yo era chiquita porque siempre andaba estudiando algo en las tardes, después del colegio, y él siempre ponía música distinta: Earth Wind and Fire, Queen, Michael Jackson. Ponía géneros muy variados y recuerdo mucho el smooth jazz, recuerdo mucho a Kenny G y a otros, y esa era la imagen que yo tenía del saxofón, yo no quería ser una saxofonista académica.

Me la pasé en el conservatorio unos cinco o seis años, y cuando me gradué de maestra de música, le dije a mi maestro de saxofón del conservatorio:
—Yo quiero aprender otras cosas, yo no veo al saxofón en un contexto académico, no me gusta, no es una carrera que yo elegiría
—Mirá, el problema es que aquí solo se enseña a esto, si tú quieres aprender a improvisar, si quieres aprender otras cosas, te vas a tener que ir a otro lado porque acá no hay
Entonces dije bueno, está bien, tiene razón el profe; y me fui del conservatorio (risas).

Days of jazz and Rosse

Rosse Aguilar (foto: Elliot Morales)

Empecé a buscar oportunidades para estudiar improvisación, para estudiar jazz y encontré que la Fundación Jazz Fest iba a tener un seminario en Xalapa, Veracruz, en el Instituto Superior de Música —el ISMEV— y dije bueno, pues nos vamos a México, y me fui (risas).

En ese seminario hice unos programas con maestros de Berklee College of Music y me gané una beca para estudiar canto en Berklee Online. Ahí tuve mis primeros acercamientos a la música popular contemporánea. Después fui a otras ediciones del Jazz Fest pero ya no en Xalapa sino en Puebla, también tomé algunas clínicas de jazz en la Ciudad de México, Costa Rica, Panamá, Colombia; me fui movilizando para seguir aprendiendo.

Cuando regresé a Guatemala después del seminario de Xalapa, llegué motivadísima, dije esto hay que compartirlo con mi país y me asocié con un inversionista para fundar una de las primeras academias de música con una carrera técnica en música popular contemporánea que hubo en Guatemala.

Este proyecto duró unos siete u ocho años y lo recuerdo con muchísimo cariño. Estoy muy agradecida con toda la gente que creyó en mí; yo montaba los planes, yo hacía toda la proyección educativa y esta gente hacía la inversión y me daba las instalaciones, el equipo, y la verdad es que éramos una muy buena mancuerna. Así salieron algunas academias de música que eran after school y teníamos chicos de todas las edades, desde niños de cinco años hasta adultos de cincuenta o cincuenta y tantos, pero, en su mayoría, nuestra población estaba entre los doce y los veinticinco años. También logramos hacer un seminario Jazz Fest con los maestros de Berklee que me dieron clases, Javier [Flores Mávil, director de la Fundación Jazz Fest] me dijo vamos a hacerlo en Guatemala y yo dije ok. Me costó mucho pero lo logramos, fue un programa bien bonito y tuvimos bastante asistencia. Todo mundo quedó muy contento y me siento muy contenta de haber sido la organizadora de todo ese evento junto a Javier.

 

 

(CONTINÚA)

LADO B: Que todo el mundo sepa

 




 

 

 

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