En una mano llevo tu recuerdo y en la otra el olvido, cual balanza que templa el sonido de tu voz y el silencio del presente.
Llevo una corona de canciones y letras rotas, en un costal la tierra para enterrarlas o sembrarlas.
De frutos secos se viste el verano, marchitos instantes de tu piel a las espinas.
Herida la carne que tu roce guarda. Como la daga, tu dedo en mi piel no cicatriza.
Cada día sigue tu noche, esta vigilia a mis párpados no abandona desde la madrugada en la que los ojos se encontraron.
Tu nombre martilla la cabeza.
Tu boca ya muda en mi memoria no deja de hablar.
Aun si has ensordecido tu nombre grito.
La esperanza, engañosa necedad, hace a la resignación expirar.

 

 

 

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