Llegaron a la terminal sin tener el coraje suficiente para entrar, así que se quedaron por un momento afuera entre un incómodo silencio. Jimena solo lo miraba temblar mientras que él observaba a las personas a su alrededor, la ansiedad era notoria.

—Está bien arrepentirse, no digo que lo hagas, me refiero a que si a la mera hora ya no quieres o sientes que no puedes hacerlo, no lo veas como una derrota, aquí nadie te va a juzgar y si no puedes hoy, podrás otro día —le palmeó con cariño.

—Mira, mira mis pasos, ¿qué ves? —los señaló con las manos.

—Pues tus pies, ¿o qué?

—Valentía.

—Rinaldi el valiente, suena como a cuento —sonrió con sarcasmo.

—Así le pondré a la historia de todo este pinche viaje, solo espero llegar vivo para poder escribirla.

—Tú eres un gato, y no creo que de siete vidas, tal vez un poco más, y mírate, aquí sigues, cabrón. ¿En serio no llevas nada, ni un libro?

—Nada. Ya me quiero ir, quiero estar trepado en el camión para no poder bajarme en un ataque de pánico.

La central de autobuses estaba caótica con las personas yendo y viniendo, ahogada en el eco de los pasajeros, de algunos sollozos por quienes despedían a un familiar, otros gritando de alegría al recibir a algún ser querido; la bocina anunciaba las próximas salidas y ahí estaba Mateo, en medio de lo que más pánico le causaba, repleto de rostros desconocidos y bullicios que aturdían su cabeza, nada le dejaba pensar en claro, lo cual podía ser una ventaja para ese tipo extraño en una circunstancia aterradora. Intentando calmar su ansiedad, uno que otro pensamiento fatalista se le escapaba, como pensar en la probabilidad de morir ese día en un accidente, entonces, apenas se vislumbraba una catástrofe mental, ponía su mente en blanco mirando a Jimena y concentrándose en lo que le indicaba. «No pierdas tu celular, por favor. Lleva dinero extra y compra tu boleto de regreso con anticipación. Si algo malo pasa, llámame, no importa la hora. Ve con cuidado, carnalito. Encuéntrala».

Vocearon el autobús, Mateo miró a Jimena una última vez antes de pasar a abordar. En su mente rondaba lo que pasaría con sus perros, si estarían bien o si lo extrañarían, le preocupaba que estando Jimena con ellos de repente se soltaran a platicar, ¿qué haría si los escuchaba hablar? Aún frete a los escalones del camión, dio un suspiro hondo rogándose a sí mismo no arrepentirse, agarrar el valor cínico del que tanto hablaba y subir. Una sensación de náuseas se apoderó de él apenas y puso el primer pie arriba del camión, pero intentaba mantener la calma y no hacer caso a sus palpitaciones aceleradas. Buscó, con el boleto en la mano, su asiento, suplicaba ir solo, sin embargo, el lugar estaba ocupado por un niño y era lo menos que quería, un niño dando lata como cliché en alguna mala película y sabía, por tantas películas antes vistas, que eso no podía terminar bien. Con resignación tomó asiento mirando al escuincle de reojo, quien llevaba una gorra azul que no dejaba de jugar contra la ventana, Mateo solo echó los ojos hacia atrás y llevó sus manos a la cara. Intentaba acomodarse, pero ninguna postura parecía buena, un hormigueo le recorría el cuerpo y sentía entumecerse la cadera y las nalgas.

«Que el amor es reconocernos como seres ilimitados en el otro, en acciones jamás tomadas. Que el amor hace que seamos sonámbulos, magos y brujos, ilusionistas creando mundos en nuestras mentes, hace que seamos torpes, que nos volvamos estúpidos, y acá voy, no sé a dónde, pero voy junto a un niño y esto ya es mucho decir».

El camión arrancó y con ello los nervios de Mateo aumentaron. Sus manos sostenían con fuerza el cinturón de seguridad hasta que vio por la ventana que se hallaban fuera de la terminal, sin marcha atrás, entonces descansó la cabeza en el respaldo y poco a poco la taquicardia fue pasando. Los primeros minutos parecían ir en calma, divagaba palabrerías mentales, poemas, canciones y fragmentos de películas, recordaba a Ed Wood y a Orson, iba tratando de distraer pensamientos paranoicos repitiéndose una y otra vez que morir justamente en ese día era improbable, y sin darse cuenta la pesadez del sueño acumulado fue apoderándose de él hasta caer en un profundo sueño.

 

 

13

La noche había caído y el bar del hotel se llenaba cada vez más con el jazz que retumbaba gracias a los músicos ya entrados. En medio de ese bullicio y de la algarabía, la mujer con el vestido de lentejuelas sorbía coñac esperando al prometido de Emma, con quien se había citado para aclarar de una vez sus intenciones y develar a su futura esposa.

El hombre entró al bar mirando de inmediato a la mujer, y mientras se dirigía a ella debía ir saludando a algunos comensales y a sus empleados, quienes se extrañaban con la casi nula atención de él, pues no era su costumbre evadirlos. Se postró tras la mujer recorriendo invisiblemente su espalda desnuda con el dedo, estaba muy tentado en acariciarla o tomarla de la cintura, sin embargo, se abstuvo con solo aclarar su garganta y darle las buenas noches,

—Llega tarde, señor.

—Lo sé, pero se lo compensaré con cuenta abierta, pida… ¿qué toma?, ah, ¡Rubén!, otro coñac para la señorita, por favor —acomodó las mancuernas de su camisa y tomó asiento junto a ella—. Y bien, ¿qué es lo que debe decirme?, a mí me gusta ser directo, esos juegos de niñas envidiosas no me gustan.

Ella enderezó su espalda y tomó de su bolso la boquilla, en seguida él le acercó el encendedor.

—No se equivoque, aquí no hay ningún juego de niñas y tampoco es solo entre nosotras dos, usted también está muy involucrado.

—¿Ya me dirá su nombre?

—¿Eso importa? Llámeme como usted quiera —jugaba con la copa mirando al coñac al contraste de la luz.

El mesero puso sobre la barra el coñac y un wiski.

—Alondra, ese nombre siempre me ha gustado.

—¿Sí?, ¿así le pondrá al bebé si es niña?

Luego de pensarlo un momento, asintió dándole un trago a su wiski.

—Si yo pudiera ser mamá, me gustaría ponerle Ofelia.

—¿No puede?

—No. Pero no estamos aquí para hablar de mí, sino de su amada Emma, que lleva en su vientre al hijo de mi ex marido, y si queremos ser más honestos, vine solo para cobrármelas, pero jamás pensé que esto fuera tan fácil porque sé que me desea y yo le deseo también.

Él permaneció inmutable, pues era algo que ya sospechaba, una parte suya siempre había sabido que ese bebé era de otro padre, ya que no había embarazado a ninguna de sus amantes pasadas. Otra cosa que era innegable era el deseo que sentía por aquella mujer.

—Uno es más inteligente cuando parece un idiota, ¿sabe quién es el papá de Emma?, si yo rompo este compromiso me quedaría en ruina. Todo, este hotel, el hotel de la costa y el de México dejarían de ser míos, yo no soy nadie, Alondra, no soy nadie, solamente un tipo con suerte y buen negociante, pero nada de esto me pertenece.

—Entonces ya lo sabía… ¿y por qué no me lo dijo?

—¿Para qué?, no tiene caso, las cosas se harán de un modo, no del suyo ni del mío.

La mano de la mujer tomó la de él, la apretó con fuerza y un escalofrío los recorrió.

—¿Cree en vidas pasadas? —preguntó ella fijando sus enormes ojos en los ojos de él.

—Nunca, hasta ahora. Usted en verdad se me hace tan familiar, como salida de algún sueño viejo de aquellos que se nublan cuando uno abre los ojos, pero sé que su cara la he visto antes.

—Sí, es lo mismo que he sentido, pero es peligroso, uno siempre debe ser bien frío, tener los objetivos en claro. No sabe el tiempo que me ha tomado asimilar todo esto, asimilar que Emma ha sido la amante de mi exmarido desde hace tantos años.

—¿Cómo se conocieron ellos?

—Emma fue a visitarme, usted y ella aún no eran nada y yo estaba enamorada, era ingenua y algo de idiota, como sé que Emma piensa de mí. Lo supe en cuanto los miré. Esas cosas se saben, uno las intuye, así como intuimos que entre nosotros algo va a pasar.

La veía admitiendo que la catástrofe era inevitable, entonces, de un sorbo, se terminó su wiski, puso el vaso con brusquedad en la barra y pidió una llave de cuarto al camarero. La mujer no decía nada, los dos sabían que nada iba a evitar lo que sucedería a continuación. La rueda del karma se estaba tejiendo, obligando al destino a encontrarlos una y otra vez, las veces necesarias hasta poder enmendar errores. Era de este modo como las almas llegaban a unirse en un circuito kármico.

La llave le fue entregada y ambos se levantaron sin decirse palabra alguna. No importaban las miradas, los murmullos, los conocidos viendo a los amantes cegados y ensordecidos. Él contemplaba la espalda de ella, esa espalda curva y blanca que había querido acariciar, la espalda misma que minutos después de ese instante estaría desnuda en la cama.

 

 

(CONTINUARÁ)

 

 

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QUINTA ENTREGA         DÉCIMA QUINTA ENTREGA
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