El sol finalmente traspasó las cortinas pegando en sus ojos arenosos y rojos por el desvelo, una vez más, Mateo se hallaba preguntándose para qué debía ponerse en pie, aun sabiendo que tenía que ver a Jimena y partir, pero el peso mismo de su sobriedad lo deprimía mucho más. Sus perros jugueteaban entre las cobijas, él sabía que tenían hambre y sed, y volviendo a esperar que le hablaran permaneció recostado, pero los perros no pidieron de comer, seguían sólo moviendo sus colas afelpadas. Por fin, con un brusco movimiento, se puso en pie yendo a correr las cortinas, mirar el sol anaranjado le causaba cierto tipo de melancolía, le recordaba algo, un momento de su vida, pero no sabía cuál. La desnudez de ese cielo le crispaba sus largas pestañas, intentando verlo con claridad, sin embargo, le era imposible no entrecerrar los ojos para enfocar. Ese tipo de cosas eran las que lo acongojaban, se sentía tan viejo y pesado en un cuerpo moribundo que andaba por mera inercia, no tenía idea de cómo en ese día le haría para viajar, cómo sacaría las fuerzas necesarias para dejar a sus perros.

Se puso sus lentes para poder ver mejor el sol matutino, allá, en el cielo, los pájaros revoloteaban recordándole la sensación que tuvo sentado en la banca del parque y pensaba que quizá, si él fuera un pájaro, volaría intentando jamás poner de nuevo sus pies en la tierra, como un Ícaro, que solamente así, incinerado en el sol, se podría matar.

La pesadilla con su mamá rondaba su cabeza todavía haciéndole ver que su voluntad pronto dejaría de ser suya, y fue entonces que obtuvo el valor suficiente para vestirse con lo primero que encontró, tomar sus llaves e irse a la tienda de Jimena, pues, en un instante de lucidez, supo que, si su voluntad moría, nunca iba a poder conocerla quedando el recuerdo de su cara en un rincón de su cordura mientras que la locura lo ahogaba. Qué difícil era dar cada paso en esas calles que a veces resultaban tan desconocidas, tan ásperas, mirando a las mujeres pasar clavándole los ojos y ninguna siendo ella, era eso el punto cumbre de su soledad; el rodearse de miles de luces y buscar sólo una, la luz de ella. Ella, pensaba en ella acelerando sus pasos para poder resolver las cosas y largarse de ahí; ella, pensaba ¿dónde estaría?, ¿qué haría?, y si acaso ya había otro hombre, eso lo enloquecía, pero debía frenar ese tipo de pensamientos antes de volver a sabotearse, así que cambiaba las imágenes en su cabeza recordando el momento en el que la miró por primera vez, tan torpe, tan multicolor, tan sola.

«Pienso en varios autores, en los jóvenes escritores enamorados de mujeres utópicas que amaban a otro tipo de hombres, menos a los escritores mediocres, pobres y que apenas y tenían dinero para comer naranjas. Pienso en que este tipo de cosas no pueden pasarme a mí, en que es mucha mi suerte y en que el destino de gente mierda como yo es todo menos feliz. ¿Dónde estás?, no sé si llegarás a perdonarme, a darme un poco de ti nuevamente, no sé si tú sabías lo complicado que era lidiar con alguien trastornado y, encima de eso, alcohólico. Perdóname, donde sea que estés, siénteme, siénteme como las veces en las que podías sentirme tocando la punta de tu nariz, siénteme y perdóname, mis fantasmas terminaron devorándote, tú, tan frágil, tan dañada, tú dañada queriéndome salvar. Eres buena o torpe o ambas, ¿por qué la mujer etérea se fijó en el hombre terrenal?, y puede que no me hayas amado, quizá me tuviste lástima y no supiste diferenciar tus emociones tan confusas porque tienes ansiedad, a lo mejor sí te diste cuenta de que no era amor, pero eres tan noble que no me lo quisiste decir. Voy a buscarte, te voy a encontrar, lo decreto. No sé cómo, pero voy a llegar a ti y me mirarás a los ojos, ahí lo sabremos todo, ya sea para quedarnos o para nunca volver a vernos, pero todavía no sé cómo podré verte y dejarte ir si es que tú me lo pides, no sé cómo voy a poder alejarte de mi pecho».

Tenía años que no mordía sus uñas, pero en esa mañana de caos llevaba ya un buen rato haciéndolo mientras intentaba no mirar más a los ojos a las demás mujeres, quería ver sólo a unos ojos y en ninguna de ellas iba a encontrarlos. En su mente tarareaba la canción de Neil Young, pero olvidaba la letra por los nervios, hasta que su corazón se tranquilizó un poco al estar llegando a la tienda de películas. Jimena se asombró al verlo, más todavía al saludarlo con un fuerte abrazo y no olerlo a alcohol ni vómito.

—¿Dónde estabas, Mateo?, ¿qué carajo te pasó? —dijo preocupada, tomándole de los hombros.

—¿Me extrañaste?, pero si ya sabes que así me pierdo yo —sonreía, realmente tenía mucho gusto.

—Mateo, nunca te habías perdido tanto. Por poco y llamo a tu casero, pero vi que sí andabas conectado. Ven, siéntate, carnalito —entraron y arrimó a él el banquito azul.

Mateo se sentó mirando toda la tienda, vio nuevas películas, sin embargo, no quiso levantarse ni comprar.

—¿Tú estás bien?

—Sí, sí, al menos mejor que tú. Pero, a ver —suspiró—, ¿qué pasó contigo?

—Se fue —bajó su cabeza con sus ojos cristalizados, pero sosteniendo la postura para no soltarse en llanto—, ella me dejó.

—¿Qué hiciste? La cagaste, ¿verdad?

Jimena estaba molesta, lo veía de brazos cruzados sintiendo cierta impotencia porque sabía, desde el principio, que él iba a terminar lastimado.

—Sí, la cagué.

—Lo supe, Mateo. Pinche Mateo, lo supe desde que te fui a dejar a tu casa, desde que no dejaba de sonar tu teléfono. Bueno, es que eres bruto, ¿eres bruto o qué? Te lo dije, y te lo dije claramente, te dije que ibas a hacerlo de nuevo si no te ayudabas, ¿y qué pasó? Apenas apareció esa Valentina y mira, dejas a ir a alguien que te estaba dando un poco de luz.

Mateo sólo escuchaba tallando la cabeza con la mano, dolorido de la nuca, desesperado por dentro prestando atención a cada palabra y asintiendo. No estaba seguro si contarle todo lo demás, si platicarle que las cosas habían empeorado, que sus perros hablaban, que sus sueños lo inducían al suicidio.

—Jime, Jimena —le tocó la pierna para que dejara de hablar—, necesito pedirte un favor, y quiero que lo hagas por mí, sé que eres mi amiga y escucha bien, eres la única en quien confío.

Ella quedó quieta fijando sus ojos en él con atención y asintiendo.

—Es otra de tus locuras, ¿verdad?
—Sí. Jime, iré a verla.

Ella echó su cabeza hacia atrás llevando las manos a la cara.

—No, bueno, esto es peor de lo que pensé, o sea, sé que haces tus pendejadas, pero cómo ir a verla, ¿de qué estás hablando?

—Compré un boleto, lo compré el día que mi perro me regañó.

—¡Qué!, ¿de qué chingados hablas?

—Bueno, tranquila, tranquila. El punto es que tengo mi boleto en la bolsa del pantalón, voy a ir, nada me va a detener, entonces, Jime, necesito de alguien que cuide de mis perros.

—¿De tus perros? De los que hablan.

—Sí.

—Mateo, Mateo, ya estás muy mal, amigo. Cómo que tus perros hablan… Mateo, carnal, ayúdate.

—Es lo que estoy haciendo, me estoy tratando de ayudar.

—No, te estás destruyendo otra vez. No sé en qué parte de tu retorcida cabeza irte a buscar a una mujer a un lugar desconocido, ojo, a una mujer desconocida, es estarte ayudando. No, amigo, no puedo dejar que hagas eso.

—Bueno, Jimena, yo te agradezco inmensamente la amistad que durante tanto tiempo me has brindado, agradezco tu preocupación, tus cuidados, pero si no me ayudas, voy a tomar la decisión de enterrarte como amiga, esto aquí muere.

—¿Es amenaza?

—No, es aviso. Por favor, nada más cuida de mis perros, si las cosas salen mal será sólo mi culpa, y regresando, sea con ella o solo, iré a internarme. Ya no quiero hablar más con Lennon, Jime, ya no quiero. No quiero llorar con su música, no quiero entristecer haciendo lo que amo, no quiero seguir perdiendo las cosas buenas que me llegan, ahora es la primera vez que tengo la oportunidad de ir por lo que amo, de remediar las cosas sin acobardarme como suelo hacerlo. Estoy dispuesto a dejarla ir no sin antes haber luchado por ella. Si después de que me tenga de frente decide no tenerme en su vida, yo entenderé.

Jimena lo miraba enternecida y preocupada, aun sin querer hacerlo terminó aceptando, lo hizo con un nudo en la garganta y llena de temor por lo que le fuera a pasar a su amigo. Mateo se abalanzó a ella abrazándola con fuerza sin dejar de darle las gracias.

—Te traigo las llaves, voy a dejarte también dinero para lo que haga falta —sacó de su cartera algunos billetes y los puso en la mano de Jimena.

—Bueno, y qué, ¿te vas así como así?, ¿no llevas maletas o algo?

—No, ya no quiero regresarme a la casa, siento que si regreso por mis cosas me voy a arrepentir, y no quiero.

—Ok, carnalito. Vamos, vámonos de una vez, ¿a qué hora sale tu camión?

Mateo miró el reloj en la pared.

—En una hora.

—Vámonos, te voy a dejar en la estación y de ahí voy a tu casa con tus perritos, tú no te preocupes por nada, sólo llega con bien y no te pierdas, por favor. Me avisas dónde estarás, cualquier cosa voy por ti.

Jimena tomó sus cosas, acomodó unas películas y salieron de la tienda. Emprendieron camino y el rumbo parecía largo, ninguno de los dos podía creer que fueran a la estación, era un acto casi insólito en el solitario hombre de la ciudad gris.

 

 

(CONTINUARÁ)

 

 

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