En mi juventud leí mucha literatura latinoamericana que se desarrollaba en el contexto de las dictaduras en Chile, Argentina, Uruguay, Perú, Colombia, etc. Con Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Onetti, Cortázar, Isabel Allende y otros aprendí y conocí el trasfondo y contexto del autoritarismo. Pero fue Mario Benedetti el autor que quizá más se leía en mi casa, incluso tal vez más que García Márquez. Los libros de Benedetti estaban permanentemente en los burós y libreros de mis padres, y en cualquier rincón de la casa listos para ser tomados y leídos. Teníamos todos sus libros y, por supuesto, leí todos sus libros. Benedetti plasmó indeleblemente la agonía, sufrimiento y crueldad que significaba la tortura como reducto inhumano de esos regímenes.

En una investigación que realicé sobre el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura y que el Colegio de Veracruz publicaría como libro en 2009, inicié precisamente citando partes del libro “Pedro y el Capitán” de Benedetti, obra que para mi generación significó el retrato más crudo de una de las conductas más abyectas que una persona puede hacer a otra.

Dentro de las violaciones de derechos humanos, las más graves, las más violatorias de la dignidad humana, están la ejecución extrajudicial, la desaparición forzada, la esclavitud, y, desde luego, la tortura.

La tortura no sólo viola las garantías más básicas del proceso penal, de la investigación criminal, o del derecho, la tortura es caer en lo peor de la condición humana, es negar la dignidad y humanidad de otro ser humano igual.

La tortura que hace un servidor público, como un policía o un custodio, es todavía más indignante, más aberrante y más grave. Como violación de derechos humanos la tortura simboliza todo lo contrario de lo que el Estado debería procurar a una persona, se trata de la violación y negación más pura y clara del Estado de Derecho.

La lucha contra la tortura ha representado una de las tareas más importantes en la construcción de sociedades modernas más democráticas y justas, de las últimas décadas.

Desde 2005 México se sumó al Protocolo Facultativo para la Prevención de la tortura dentro de la Convención Internacional contra la Tortura, malos tratos, inhumanos o degradantes, y desde 2007 se creó el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura.

Este Mecanismo, que se encuentra dentro de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, CNDH, tiene la facultad de inspeccionar cualquier lugar de detención en cualquier estado del país. Pero poco se sabe de su actuación y de sus resultados.

En los estados no existen mecanismos estatales de prevención de la tortura, y las comisiones de derechos humanos no logran cubrir o atender la demanda de las quejas por tortura. Además de que periódicamente nos enteramos de casos donde los familiares alegan que hubo tortura, sin que los ciudadanos sepamos realmente lo que sucedió.

En una sociedad democrática y respetuosa de los derechos y dignidad de todas las personas, no debe caber la menor de estas conductas o actos. Si nos enteramos de que en algún lugar alguien murió en manos de quien estaba obligado a cuidarlo o custodiarlo, automáticamente podemos preguntarnos qué pasa con los que no mueren, con los que sí aguantaron.

Es necesario que contemos con protocolos, programas y mecanismos de prevención de la tortura. Desde la sociedad civil, desde las comisiones de derechos humanos, desde organismos nacionales o internacionales, o, incluso, desde el propio gobierno, es muy necesario e importante que contemos con una política pública clara, responsable y efectiva de prevención de la tortura.

Cuando era niño y durante parte de mi juventud temprana, yo pensaba que la tortura, era algo propio de esas dictaduras de las que sabía más por las novelas que leía que por los estudios políticos que más tarde estaría haciendo en la universidad, y pensaba que en México eso no existía. Pensaba que como nuestro país no era una “dictadura” entonces no podía haber tortura. Pensaba que eso eran cuentos de las novelas sudamericanas, o que eran historias lejanas y reales hechas literatura por mis autores favoritos.

Luego esos países transitaron a la democracia, luego esos países dejaron las dictaduras militares, luego esos países asumirían el debido proceso e investigación criminal legal. Y luego también en mi propio país me demostraría que sin ser una dictadura podíamos vivir en el horror.

En la nueva transformación de México, no podemos olvidar los derechos humanos, no podemos dejar de hacer todo para alcanzar una sociedad más democrática y donde la vida y la dignidad de la persona sean lo más valioso. En la transformación de México y de Veracruz, no podemos dejar pasar la menor de las desviaciones por malos tratos, crueles, inhumanos o degradantes, ni mucho menos la tortura o la ejecución extralegal. No debemos y no podemos.