La vida del que fue considerado “el mejor James Bond de todos los tiempos” comenzó en un humilde barrio de Edimburgo. Thomas Sean Connery fue el hijo primogénito de Joseph, algunas veces obrero, otras camionero y siempre católico; y de Effie, una empleada de limpieza de religión protestante.
A los 20 años, desempleado, pero con brazos fuertes, un amigo lo recomendó como tramoyista en el King’s Theatre. Entre bastidores descubrió que ese mundo era su mundo. Por eso, cuando dos años después le ofrecieron trabajar de extra en la obra Sixty Glorious Years dijo “sí”. Entonces abandonó el Tommy para convertirse en Sean Connery. Ya como Sean figuró como parte del coro en la comedia musical Al Sur del Pacífico. A los 27 le llegó su primera gran oportunidad. El director de la BBC, Alvin Rakof, buscaba el protagonista masculino de Requiem por un peso medio, cuando una actriz le sugirió contratarlo porque “a las mujeres les gustará”.
Su nombre y su indiscutible porte comenzaron a ser conocidos. Trabajó en La frontera del amor de Terence Young y en Brumas de inquietud con Lana Turner. Mientras alternaba sus apariciones en cine con interpretaciones en la televisión inglesa y obras de teatro, en las librerías causaban furor las novelas escritas por Ian Fleming y protagonizadas por un agente secreto inglés cuyo nombre era Bond… James Bond.
El personaje de 007 era tan atractivo que a dos productores se les ocurrió llevarlo a la pantalla grande. Encontrar al actor indicado no era tarea fácil. Debía ser capaz de parecer sofisticado, vestir impecable, seducir a cuanta muchacha se le cruzara y matar villanos con la misma distinción que bebía un Dry Martini.
Cubby Broccoli y Harry Saltzman, los productores pensaron en Cary Grant pero un millón de razones –en este caso de dólares- los hicieron abandonar la idea. Barajaron otros 200 nombres, entre los que estaban Richard Burton, James Mason y Peter Finch; y, sin estar convencidos, convocaron a Connery. El día que desde la ventana de su oficina, lo vieron llegar “caminando como una pantera”, el papel fue suyo sin necesidad de prueba de cámara. Eso sí, tuvieron que pasar varias semanas enseñándole a comportarse, andar, hablar e incluso a comer como un caballero inglés y no como un guerrero escocés.
Connery inauguró la serie de James Bond con 007 contra el Dr. No en 1962 junto a Ursula Andress. Fleming, que en un principio no lo quería por su acento quedó tan maravillado que introdujo en la saga un padre oriundo de Escocia como reconocimiento. El actor escocés se puso en la piel del espía británico en siete ocasiones hasta que lo sustituyó Roger Moore.
Como el espía inglés, el actor mostró cómo ser magnético y seductor sin esfuerzo. Su personaje lo convirtió en un referente de la moda. Bond/Connery demostraron que un traje bien llevado puede ser un arma mortal… de seducción.
Con Bond, la categoría de sex simbol de Connery alcanzó nivel estratosfera. Es esos seres bendecidos por la genética, que sin recurrir a cirugías ni adoptar un estilo juvenil, el tiempo no los empeora sino que los mejora. Fue de los hombres mejor vestidos del mundo y el rey de la masculinidad en los 60.
Con más de sesenta títulos a sus espaldas, el escocés protagonizó siete sobre el agente secreto más famoso del cine: “Agente 007 contra el Dr. No” (1962), “Desde Rusia con amor”(1963), “James Bond contra Goldfinger” (1964), “Operación Trueno” (1965), “007: Sólo se vive dos veces” (1967), “Diamantes para la eternidad” (1971) y “Nunca digas nunca jamás” (1983).
En este último filme, Connery volvió a ponerse en la piel del agente 007 tras un impase de una película en que George Lazenby le tomó el relevo, y con ella batió un récord Guinness: ser el actor mejor pagado por un solo filme.
El actor se embolsó lo que serían ahora unos 40 millones de dólares, una suma que donó enteramente a su fundación, Scottish International Educational Trust, que apoya la educación de niños con pocos recursos.
Aunque Bond le trajo fama y éxito, también cierto encasillamiento. Esto lo llevó a detestar a su personaje, tanto que afirmó que si pudiera lo mataría. Obsesionado con darle un nuevo rumbo a su carrera trabajó en Robin y Marian con Audrey Hepburn, y, junto a Michael Caine, en El hombre que pudo reinar, adaptación de una novela corta de Kipling.
Alfred Hitchcok lo convocó para filmar Marnie e incluso le permitió leer primero el guión, algo jamás visto. Tippi Hedren, su coprotagonista, preguntó cómo interpretaría su papel de mujer gélida ante semejante “bombonazo”. Él le contestó: “Se llama actuar, querida”.
Su carrera continuó imparable hasta que en 1987 su papel en “Los intocables” le valió el Oscar al mejor actor de reparto al que se sumaron dos Baftas y tres Globos de Oro.
También participó en títulos como “Asesinato en el Orient Express” (1974), “El nombre de la rosa” (1986), “Indiana Jones y la última cruzada” (1989) y “Los vengadores” (1998). Extraordinariamente, en 2012, puso voz al protagonista del filme de animación “Sir Billi”.
El intérprete siempre ha mostrado públicamente su apoyo social y financiero al Partido Nacionalista Escocés (SNP), defensor de la independencia de Escocia, y cuando fue nombrado caballero por la reina Isabel II en el año 2000, acudió ataviado con la tradicional falda escocesa.
En el ámbito privado, se casó dos veces, primero con la actriz australiana Diane Cilento, con quien tuvo a su único hijo, Jason, y de la que se divorció en 1973, tras lo que contrajo matrimonio con la que sería su última pareja, la artista francesa Micheline Roquebrune.
Jason Connery, actor como Sean, declaró a la prensa británica que su padre llevaba “mal un tiempo”, y que murió durante la noche acompañado por su familia en Nassau, en las Bahamas. “Es un día triste para todos los que conocían y querían a mi padre, y una triste pérdida para toda la gente que disfrutó del don maravilloso que tuvo como actor”, manifestó.
INFORMACIÓN/INFOBAE