Un conocido y prestigiado galeno veracruzano tuvo la audacia de buscar al secretario de Salud Roberto Ramos Alor, a quien se supone conocía de atrás tiempo, y tras semana y media de seguirle los pasos lo logró interceptar cuando llegaba a sus oficinas del cerro del Macuiltépec. Luego de llamar su atención al hablarle por su nombre, le pidió una audiencia. El motivo de su urgencia era para solicitarle un cargo de subdirector que se acababa de desocupar toda vez que la doctora encargada del mismo simplemente dejó de ir, no se volvió a presentar a laborar, y hacía falta en ese espacio alguien que coordinara las labores de los trabajadores dependientes de esa importante oficina. El doctor Ramos Alor le preguntó, en tono osco, qué se le ofrecía, argumentó falta de tiempo para atenderlo en sus oficinas y pidió que le dijera pronto lo que quería. Nervioso el doctor abrió el folder que llevaba consigo, le mostró que era de la dirección donde había un espacio libre y le soltó la petición: señor secretario, tengo la suficiente experiencia para desempeñar con mucha eficiencia el cargo, he estado en otros de mayor jerarquía y quisiera que me apoyara dándome el nombramiento, se lo ruego, tengo mucha necesidad créamelo. Ramos Alor subió la mirada, movió su bigotito y dijo: mire compañero yo aquí soy solo el secretario, cuando llegué logré meter a la nómina a tres de mis familiares, a una de mis parejas y párele de contar, el resto me lo mandaron. Acto seguido Roberto Ramos Alor se dispuso a subir rápidamente las escaleras que conducen a su privado y dejó al colega con la boca abierta, sin entender con claridad el mensaje. La pregunta es: ¿entonces quién manda en la estructura gubernamental, quién se beneficia de repartir cargos, quién posiblemente coloca alfiles para obtener utilidades como lo hacían los gobiernos anteriores?… El cambio sí se dio, pero fue de estos por los anteriores, pero en cuanto a conducta y eficiencia salieron peores.