El tema de la regulación de los alimentos procesados que se ponen a la venta y consumo de la población no es menor. Se trata de un problema público de la mayor importancia social. El Estado y el gobierno federal tienen la obligación de establecer estándares y criterios para que el consumidor sepa lo que está comiendo. También esos mismos estándares sirven para evitar o limitar la competencia desleal o la importación de productos que no cumplen con las normas nacionales.

Estos últimos días han demostrado la necesidad de que en el tema de los alimentos haya una discusión pública seria y responsable, y no sólo burlas o memes que no abonan al entendimiento y dimensión del problema de fondo de la nutrición y alimentación sana.

El pasado 16 de octubre, fue el Día Mundial de la Alimentación. Aquí mismo en este medio Formato Siete, se publicaron gravísimos datos de la Secretaría de Salud, que ubican a Veracruz en el tercer sitio de desnutrición en el país, con 2 mil casos este año: https://formato7.com/2020/10/16/veracruz-con-mas-de-2-mil-casos-de-desnutricion-este-ano/

En el contexto de la pandemia del Covid-19, las autoridades federales anunciaron esta semana, una nueva currícula en la educación básica y media superior que incluirá materias que tienen que ver con nutrición y cuidado de la salud. Esta reforma pedagógica responde sobre todo a una demanda social en el contexto de la contingencia, a partir de las estadísticas epidemiológicas y de mortalidad por enfermedades directamente asociadas a una mala alimentación.

También esta semana la Profeco sancionó a empresas nacionales de producción de quesos por no cumplir con los estándares requeridos, abriendo la puerta a todo tipo de críticas y burlas. Es importante ubicar que estas medidas también se ubican en este contexto de discusión pública sobre el problema de la nutrición y de una alimentación sana.

Recientemente en esta columna, he publicado varios artículos alrededor del tema de la comida y la nutrición. En particular quiero recordar éste: https://formato7.com/2020/09/03/educacion-nutricional-hacia-una-revolucion-de-la-comida/ donde llamo a tener una perspectiva más amplia sobre el tema de la comida, la preparación de alimentos, y la producción a partir de una nueva cultura de la alimentación, y que les comparto nuevamente para no repetir lo mismo esta vez.

En esta ocasión deseo solamente hacer referencia a la responsabilidad del Estado de regular el contenido nutricional en los alimentos que se comercializan en el país. Para ello existen instituciones que -más allá del tema del consumo y la protección del consumidos a cargo de Profeco- existen, como la comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios, COFEPRIS, precisamente para regular, controlar y fomentar el aspecto sanitario de productos y servicios, de su importación y exportación, así como de los establecimientos dedicados al proceso de los mismos, a través de acciones de  control y vigilancia sanitaria de alimentos y bebidas, suplementos alimenticios, materias primas y aditivos que intervengan en su elaboración.

Cada país o grupo de países, como las uniones comerciales o comunidades de países como la Unión Europea, establece los estándares para llevar a cabo esta regulación. No es una cosa nueva y a los ciudadanos y ciudadanas no nos debe alarmar que el Estado ejerza esa facultad o potestad. Ahora mismo en Reino Unido hay una discusión muy fuerte sobre cómo afectará su salida de la Unión Europea, precisamente sobre estos aspectos de regulación y estándares en los alimentos: https://www.theguardian.com/environment/2020/oct/17/uk-food-standards-why-no-10s-lack-of-commitment-is-making-farmers-furious

Para cambiar una cultura nutricional y de alimentos a través de nuevos o mejores hábitos personales o familiares, es imprescindible transitar a ser ciudadanos y consumidores más responsables, por un lado, hacia nosotros mismos en sentido de hacer conciencia de lo que comemos, de los productos que compramos, a dónde los compramos, a quién se los compramos, cómo y en qué cantidades los consumimos. Pero igualmente convertirnos en personas que podamos exigir tanto a las empresas (productores, comercios, restaurantes, etc.) como al gobierno, que cumplan con los estándares establecidos, que diga la verdad en el etiquetado de los productos, o que se sancione a quienes no lo hagan.

Nuestras democracias modernas, en las que ahora muchos temas y problemas públicos se dirimen en redes sociales, están cayendo, paradójicamente, no en desinformación, sino en una hiper o sobre información, que provoca muchas veces confusión y mayor ignorancia.

Vivir en democracia también se trata de ser personas responsables en una diversidad de aspectos o ámbitos, en la información a la que accedemos, que procesamos y compartimos, en la exigencia a las instituciones públicas y a las empresas, en el consumo y alimentación, en los aprendizajes y educación que recibimos, compartimos o transmitimos, en fin, en todas las relaciones que establecemos con nosotros mismos, con los demás y con el entorno, y en las coordinaciones de acciones que llevamos a cabo.

Por eso, a la hora de opinar si el queso no es queso de verdad, si el café no es café de verdad, si la leche no es leche de verdad, primero habría que preguntarse qué queremos comer y exigirle a quien nos lo vende y también a quien regula su producción y venta, que nos digan la verdad. Se trata de vivir en la exigencia permanente de la transparencia y de la responsabilidad, de la sinceridad, y de ser competentes en nuestras conversaciones y en el cumplimiento de nuestras promesas, lo cual incluye saber ofrecer, saber pedir y saber reclamar.

Por ello, me parece bien que el actual gobierno federal quiera poner orden en donde antes no lo había. Nos toca a las y los ciudadanos estar a la misma altura y convertirnos en consumidores exigentes y responsables.