Estados Unidos es un país en crisis en busca de liderazgo, pero sólo encuentra ruido. Si algún votante todavía esperaba aprovechar el primer debate entre Donald Trump y Joe Biden para hacer una comparación profunda de ideas y programas, reflexionar y tomar una decisión sobre qué hacer el 3 de noviembre, cuando acabó la hora y media de insultos, interrupciones y caos no sólo acabaría con una decepción galopante, sino con un dolor de cabeza considerable.
Gran culpa la tuvo el presidente Donald Trump y su estrategia de llevar al límite todo, entrar al barro y ensuciarse, molestar, saltarse las normas, gritar con o sin motivo. Es un experto en obviar cualquier clima que favorezca el intercambio de opiniones, el diálogo político, el debate de planes o ideas. Ni Biden ni el moderador de la velada, el periodista Chris Wallace, pudieron hacer nada para evitar esa dirección y, con ello, se demostró que la democracia estadounidense está a un nivel bajísimo, dividida y al borde del colapso.
Suena reiterativo decir que algo en lo que participa Trump es un caos, pero lo que pasó ayer en Cleveland, Ohio, fue inenarrable. Quien no viera las imágenes y sólo escuchara el debate podría pensar que se trataba de la pelea entre dos hermanos pequeños, con los padres-moderadores tratando de poner orden y hacer que hablaran y se entendieran mediante la palabra. Unos padres que fracasaron en el intento.
Biden trató en algún momento de llevar la discusión al terreno de las ideas, de proponer políticas, de presentar sus planes, pero nada quedará en un electorado que sólo se va a centrar en el intercambio de insultos, en las interrupciones, en el pobre nivel demostrado por dos líderes políticos que, en más de un mes, se juegan quién estará en la Casa Blanca por los próximos cuatro años.
Trump empezó pronto con sus interrupciones y el plan de presentar al demócrata como un “socialista” que odia las fuerzas de seguridad y la policía que, además, no es nada “inteligente”; Biden quiso marcar territorio. No tardó ni 10 minutos en decir que el presidente es un “mentiroso”, y de ahí ya fue barra libre: lo acusó directamente de “racista”, “irresponsable” por su gestión de la pandemia de coronavirus, y en más de una ocasión le llamó “payaso”, la última corrigiéndose —con algo de guasa— para decir que es una “persona”.
“Eres el peor presidente que ha tenido Estados Unidos nunca”, le dijo en una ocasión. La táctica de Trump de no tener que hablar de política ni tener que rendir cuentas de su gestión presidencial pareció surtir efecto, consiguiendo que quedara en la retina el caos y no nada de las críticas a su comportamiento como líder del país. “¿Te callarás alguna vez? Es tan poco presidencial…”, le gritó Biden en una ocasión, harto de las interrupciones. “Sigue parloteando”, añadió, tras resignarse a que los segmentos temáticos fueran tan improductivos. El único plan del presidente era crear confusión, volver locos tanto a Biden como al moderador.
“Odio levantar la voz… pero no sé por qué debería ser diferente de ustedes”, dijo el periodista Wallace en un momento, con el hartazgo ya imposible de ocultar. “Francamente, ha estado más que interrumpiendo”, le dijo en alguna ocasión al presidente, tras varios gritos tratando de poner un orden que no hizo aparición en ningún momento.
Pocas cosas se rescatan del primer asalto cara a cara entre unos candidatos que no se hablaban en público desde el 20 de enero de 2017, en el traspaso de poderes. Trump, cumpliendo lo que se esperaba de él, atacó a los hijos de Biden, se saltó las normas y los tiempos establecidos, y se negó a condenar al supremacismo blanco. De hecho hizo lo contrario: pidió directamente a un grupo supremacista, los denominados Proud Boys, a “estar alerta”, insinuando que en función de los resultados electorales quizá deberán actuar con sus equipos milicianos.
Los foros de ultraderecha del país recogieron rápidamente el guante, agradeciendo al presidente la luz verde para actuar. No sólo eso: Trump, otra vez con la oportunidad de resarcirse y garantizar que es un demócrata que cumple con las reglas del juego electoral, se negó a que esperará a que los resultados estén confirmados para aceptarlos.
Biden trató por todos los medios convertir el debate en algo civilizado, sin éxito. Culpó a Trump de dejar un país “más débil, pobre, enfermo y dividido” que nunca, exigió que el presidente presentara sus declaraciones de impuestos después del escándalo destapado por The New York Times —el propio exvicepresidente presentó las suyas horas antes del debate—, y no pudo expandir mucho más. El tiempo, su falta de contundencia y las interrupciones fueron su peor enemigo. Biden no pudo proponer y Trump no mostró casi nada para intentar recortar la diferencia que le mantiene por detrás en casi todas las encuestas, incluidas las de una decena de estados clave. El miedo es que los dos próximos debates entre ellos sean más de lo mismo, sin nada que aportar y sólo ruido ensordecedor.