Juan María Alponte -cuyo verdadero nombre era Enrique Ruiz García- fue uno de los mejores y más queridos profesores en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Con él llevé las asignaturas de “Ciencia Política” y de “Sociedad Política Contemporánea”, y una vez que las cursamos, mi amigo Bernardo León y yo continuamos asistiendo a sus clases durante un par de semestres más, porque eran muy entretenidas esas disertaciones llenas de información histórica y filosófica, platicadas por Alponte como si estuviera uno en una charla en la sala de su casa.

Uno de los recursos más utilizados por Alponte era el de mostrar a los hombres políticos en toda su circunstancia histórica e individual, desde su biografía personal, su trayectoria profesional, social y política, y su pensamiento u orientación ideológica, o incluso sus limitaciones, encrucijadas o retos, de tal manera que nos describía con maestría al político en todo su dimensión y contexto, y, sobre todo, analizaba cómo la personalidad y carácter del personaje influía o permeaba el contexto histórico, social y político que le había tocado vivir.

Esta forma biográfica de conocer la historia y las transformaciones sociales y políticas tiene su constante en la descripción de lo que Aristóteles llamó “Zoon Politikón” que significa “hombre político”, y que en principio se refiere a los ciudadanos que participan en la vida pública, en la vida de la ciudad, en la sociedad política, pero que también podemos utilizarla para aquellos hombres, y desde luego mujeres, que han hecho de su vida, una vida en la política. Es decir, el “zoon politikón” es aquella persona que elige dedicarse a la vida pública, al quehacer político, no solamente como profesional o profesionista, sino como forma de vida, permanente y vitalmente.

Porfirio Muñoz Ledo es, sin ninguna duda, un “zoon politikón”, un “animal político”. Porfirio es uno de los personajes políticos e históricos más relevantes de los últimos 50 años en México.

Conocí personalmente a Muñoz Ledo en una plática que dio en un aula de la facultad en 1987. Él, junto con Cuauhtémoc Cárdenas, Heberto Castillo, Ifigenia Martínez, y muchos otros, acababan de fundar la Corriente Democrática del PRI. Nosotros, los que asistimos a esa charla, éramos un grupo de estudiantes de ciencia política de la UNAM y de la Ibero (UIA), quienes veníamos del movimiento estudiantil del CEU (1986-1987) y que simpatizábamos con la idea de ese rompimiento que finalmente se daría pocos meses después con la postulación a la Presidencia de Cuauhtémoc Cárdenas por parte del Frente Democrático Nacional, encabezado por el Partido Mexicano Socialista.

Emocionados por esos movimientos políticos y alentados por nuestro profesor Gabriel Díaz, mis compañeros y compañeras formamos una agrupación que llamamos “Convergencia Democrática”, y pasamos todo ese año de 1988 apoyando la campaña y más tarde defendiendo el voto. En esos meses estuvimos en muchas ocasiones con Porfirio, Cuauhtémoc, Ifigenia, incluso en sus casas, donde nos invitaban a participar en la planeación de las actividades.

Ahí estuvieron Raúl Flores, quien tiempo después sería dirigente del PRD en la Ciudad de México; Ricardo Álvarez, que se convertiría en un experto trabajador parlamentario y asesor muchos años del mismísimo Muñoz Ledo; Tere Atrián, que sería luego coordinadora de asesores de Laura Itzel del Castillo; Tere Chaires que se convertiría en aguerrida militante perredista y delegada en Milpa Alta; Lorena Villavicencio, militante y legisladora de primer nivel; Isabel Wences, quien junto con otros se volvieron académicos y son ahora investigadores y profesores de ciencia y teoría política; Karla Fesler que creo que ahora es poeta.

En Convergencia Democrática organizamos foros y pláticas donde Porfirio asistía como principal orador. También hacíamos eventos, fiestas y boteos para recabar fondos. Una de esas fiestas fue en casa de Julio Fesler, gracias a su hija, Karla Fesler, quien era parte de nuestro grupo. Muñoz Ledo convivió esa noche con nosotros como si fuera uno más entre todas y todos esos jóvenes, pero reverenciado como un profesor o, más bien, como un ídolo de la revolución democrática.

También acudimos a muchos mítines de Cárdenas, y recuerdo que cuando estuvo en Xalapa, me invitaron al templete en una pletórica Plaza Lerdo, donde no cabía ya nadie, y donde me sentía, en mi propia ciudad, parte de ese gran caudal de mexicanos y mexicanas hartos del PRI y demandantes de la transición democrática que ya en todo el mundo venía gestándose.

Paralelamente a toda esa actividad política, hicimos dos revistas, con otros compañeros y compañeras de la facultad de ciencias políticas, pero también de la facultad de derecho. Una que llamamos “Con-ciencias políticas” más orientada a la denuncia y activismo político, donde escribía también entre otros Ivonne Melgar y Cesar Romero, otra “Vértice” un poco más académica y donde participaba por ejemplo Jesús Silva-Herzog Márquez, Hector Santana, Lorena Villavicencio, así como los hermanos Judith y Cesar Hernández Ochoa. En una ocasión fuimos a entrevistar a Porfirio Muñoz Ledo a su casa en San Jerónimo, y ahí nos mostró su gran biblioteca, y más que responder a nuestras preguntas, nos dio horas de cátedra de política, historia, relaciones internacionales, sociología política, etc.

Recuerdo muy bien que Porfirio, en todas las ocasiones que conversábamos con él, o mejor dicho que lo escuchábamos a él, hablaba de Willy Brandt, quien fue Canciller de Alemania y Presidente de la Internacional Socialista. Muñoz Ledo se asumía como integrante y líder de esa corriente socialista democrática, y presumía siempre su amistad y simpatía con Brandt, Olaf Palme y Felipe González.

Porfirio siempre se ha asumido como fundador o impulsor de una izquierda democrática, de un socialismo democrático, y ha afirmado a lo largo de su vida la opción de la socialdemocracia. En aquellos entonces, previos a la elección presidencial del 88, y luego en la fundación del PRD, él se asumió como el ideólogo de esa corriente en México. Quiero pensar que él quiso ser el Willy Brand de México.

Sin duda Porfirio es un hombre inteligentísimo, culto, e intelectualmente fuera de serie, y en eso quizá se llevaba de calle a todos los demás integrantes del movimiento democrático de izquierda. Uno de sus argumentos reiterados ha sido la distinción entre izquierda y derecha. A diferencia de muchos de los políticos europeos que fueron abandonando esa dicotomía para quedar en un centrismo desdibujado, Porfirio no se cansaba de recordar que la búsqueda y persecución de la igualdad sería siempre el objetivo de la izquierda.

Pero a diferencia de Mitterand, de Felipe González, de Willy Brandt (de quienes Juan María Alponte hacía análisis exhaustivos y maravillosos en sus cátedras y artículos), y también a diferencia de Cuauhtémoc Cárdenas o de Andrés Manuel López Obrador, todos los cuales han llegado a ser jefes de gobierno o jefes de Estado, Porfirio Muñoz Ledo nunca ha sido estadista en el sentido de encabezar o ser titular de un gobierno o de un Estado.

Porfirio ha sido y es un hombre político, un “zoon politikón”, pero no ha sido ni es un hombre jefe de Estado. Si bien ha sido Secretario de Estado, Presidente del PRI y del PRD, senador y diputado, líder camaral y diplomático, en estricto sentido, nunca logró ser un gobernante. Ese aspecto es quizá el que paradójica e irónicamente, resulta ilógico, dramático y hasta triste, en un hombre con la vocación política como la de Muñoz Ledo. Él, quizá hasta un poco voluntariamente, se asumió en numerosas ocasiones como un ideólogo o reformador legal más que como un gobernante.

Indudablemente Muñoz Ledo se va a quedar en los libros de historia política de México como uno de los grandes ideólogos de la izquierda y luchador político por la transformación democrática del país.

Sin embargo, a sus casi 90 años de edad, no creo que tenga la energía, vitalidad, vigor para ser el líder que necesita un partido con la vocación de convertirse en el nuevo referente histórico de la izquierda mexicana o del socialismo mexicano. Desde luego convertirse en líder de Morena podría significar o interpretarse como el cierre o culminación de una trayectoria y una biografía política de un hombre como él. Un final perfecto en su carrera hubiera sido mejor haber logrado ser por lo menos Secretario de Gobernación.

Si Porfirio logra ser Presidente de Morena será un cierre perfecto en la carrera política de un hombre como él. No estoy seguro si será lo que ese partido necesita en este momento donde deberá consolidarse como partido político gobernante y el nuevo referente de una izquierda democrática, con vistas a conservar sus escaños en el Congreso, y a convencer a más ciudadanos de su opción política.

Porfirio Muñoz Ledo es, de entre todas y todos los candidatos a la dirigencia de Morena, el que tiene más méritos, pero no estoy cierto si es el más idóneo, en términos de fuerza y energía, para impulsar una organización nacional hacia y movilizarla, de crear consensos y acuerdos que se presenten ante la sociedad como un partido de izquierda moderna y transformadora.

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