Escribo esta columna con mucha tristeza por la repentina partida de Álvaro Belin. Me unieron a él, muchos momentos en mi vida, algunas veces trabajamos juntos y puedo decir también que fuimos amigos.

Recién egresado de la carrera de ciencia política, en el año 1990, regresé a Xalapa porque había decidido dejar el monstruo del ex Distrito Federal, y Sergio González Levet tenía la revista “Línea” donde empecé a escribir mis primeros artículos. Ahí conocí a Álvaro e inmediatamente nos identificamos porque ambos habíamos conocido a Jean-Christophe Demard, un historiador francés que escribió sobre la migración francesa a Veracruz de mediados del siglo XIX con la que se fundó Jicaltepec. Así que siempre que nos veíamos en ese entonces conversábamos sobre esos lazos de nuestros propios ancestros franceses en San Rafael y la región de Martínez de la Torre, y nos compartimos los libros de Jean-Christophe.

Álvaro tenía una sonrisa espectacular, y una voz (al escribir esto la escucho clavada en la memoria como si lo estuviera escuchando en este mismo momento) que, junto con sus ojos amables y sus lentes, traslucía una curiosidad innata, te preguntaba de todo, lo cual no hacía más que confirmar al periodista que llevaba siempre consigo.

Años más tarde, a mediados de los 90, nos volvimos a encontrar cuando trabajábamos juntos con Juan Maldonado Pereda y Francisco Loyo Ramos, y en esas largas jornadas laborales conversábamos sobre libros y novelas que, además de la política, eran otra de nuestras grandes y afortunadas coincidencias y pasiones. Sin duda, Álvaro era un lector voraz, mucho más que yo, y no pocas veces me aconsejó qué y a quién leer. Bastaba ver su biblioteca para comprobar lo que digo, biblioteca que él mismo te enseñaba orgulloso.

Tengo una anécdota un tanto divertida que seguramente Álvaro recordaba, aunque nunca volví a mencionarla con él. Era mi primero o segundo aniversario de boda y para celebrar invité a mi esposa a comer al mejor restaurante de ese entonces, el “María Enriqueta”, dentro del hotel Posada Coatepec. Yo le dije a Olga que pidiera lo que quisiera, así que comimos mucho y delicioso, y bebimos buen vino y digestivos, pero cuando me trajeron la cuenta no me alcanzaba (en esa época no usaba tarjeta de crédito o débito) y recordé que mi amigo Álvaro vivía en Coatepec, así que me paré avergonzando y fui a la recepción a llamarle por teléfono (no existían los celulares todavía). Al principio él pensó que lo estaba bromeando, pero cuando se convenció de mi angustia, me dijo que lo esperara en la calle. Unos minutos después llegó y me prestó el dinero que me faltaba para pagar la cuenta. Olga rio por mucho tiempo después, no sé qué tanto lo hizo Álvaro, a quien agradecí y pagué puntualmente. Cada vez que voy a ese lugar recuerdo al buen Belin y su generoso rescate.

A Álvaro le gustaba la política, mirar la política, observar a los políticos. Era un observador y un analista político. A la mayoría de los políticos y gobernantes en turno los cuestionaba duramente, pero también podía admirar o reconocer a un buen político o un buen funcionario público. Belin nos mostraba frecuentemente sus fotos como reportero y en entrevistas de grandes personajes locales, nacionales y hasta internacionales de la política y de la literatura. Su crítica y su análisis eran audaces, y con los años fue puliendo su estilo y escritura. En los últimos tiempos lo hacía con mucha madurez y maestría.

Álvaro tuvo muchos amigos y amigas, era muy querido. Le gustaba el son jarocho y el ambiente cultural y artístico. Nos veíamos seguido en conciertos y festivales. Festejaba y alentaba la música y la cultura. Trabajó en la Universidad Veracruzana como Director de Comunicación Social y desde ahí impulsó mucho la difusión científica y cultural, algo que siguió haciendo en Formato Siete.

En estos últimos años pude ver más o menos frecuentemente a Álvaro, quizá no como hubiera querido, y como siempre pasa en estas partidas tan sorpresivas e inesperadas, lamento mucho no haberlo visto más o habernos tomado más cafés en el centro de Xalapa, como siempre decíamos cuando nos comunicábamos.

Por eso agradezco que en estos últimos años tres cosas me acercaron más o menos a él y las cuales le agradezco eternamente. La primera es que me invitó a escribir a este medio Formato Siete, donde lo he podido hacer con toda libertad. Lo segundo es que se hizo amigo y trató siempre bien a Paty Ivison, con quien platicaba y discutía frecuentemente porque, Álvaro, al igual que Paty, fue un apasionado e intenso de “todas” las cosas que le parecían mal y de las injusticias de este mundo, además de aborrecer a los gobernantes idiotas o corruptos. Y lo tercero es que por él llegamos a la casa donde ahora vivo y conocimos a Valentina Sandoval que se convirtió también en nuestra amiga.

Por todo ello, esta nuestra Xalapa, así como San Rafael, Jicaltepec, la cuenca del Filobobos, Veracruz se quedan sin un gran periodista, y nos quedamos sin un gran amigo y ser humano. Te debo ese café mi querido Álvaro.