La globalización no afecta la raíz del son jarocho porque se sigue tocando en las comunidades, ranchos y pueblos del sur de Veracruz, “lo que nos afecta son las mafias culturales” que se valen de eso para lucrar, consideró Alberto Ramírez Guillén “El Sajo”.

Peor aún, indica que hay gentes que desde hace muchos años recorren el mundo con la bandera del son jarocho y con el apoyo de esas mafias culturales, sin embargo nadie los conoce en las comunidades de Veracruz.

En comunidades la expresión viva del son

Orgulloso de sus raíces, señala que es en esas comunidades, algunas de las más alejadas del estado, en donde pese a la migración, todavía se mantiene la expresión viva y pura de tocar el son, y a donde no llegan institutos de cultura.

Y es precisamente el abandono en que se encuentran, lo que ha permitido preservar la música y los modelos de organización, pues la comunidad es lo realmente importante y no la individualidad.

Originario de Coatzacoalcos, Veracruz, constructor de instrumentos jarochos, percusionista y músico especializado en la jarana, es heredero de una tradición aprendida de generación en generación y en las comunidades del sur de Veracruz.

“Yo vivo de tocar, dar clases, pero de alguna u otra forma, como lo aprendí de la comunidad, mi compromiso es ir a la comunidad, tocar en las fiestas patronales, ir a un cortejo fúnebre con que enterramos a nuestros muertos, o festejamos a los vivos, en cumpleaños o bodas”.

Migración

Hace años los huapangos eran cosa común en los poblados veracruzanos, sin embargo al llegar la luz, la televisión y la radio, llegan también influencias musicales como el rock o la música disco, y se pone de moda la migración a las grandes ciudades o el extranjero, con lo cual el son se deja de tocar y de bailar y en cierta forma se rompe la línea.

“De repente emigraron de los poblados hacia las urbes más grandes, como Coatzacoalcos, ahí nació mi madre, mi abuelo bailaba y decía versos, mi abuela era bailadora de fandango, pero dejaron de bailar porque en la ciudad no se bailaba tanto”.

No obstante señala que su generación es de ruptura porque tuvieron la fortuna de conocer a gente ejecutante de esta música, que la tocó toda su vida y lo sigue haciendo y desgraciadamente están muriendo o ya fallecieron.

Chuchumbé

En este trabajo de rescate del son, Ramírez Guillén reconoce a los integrantes de Chuchumbé el trabajo realizado en el sur de Veracruz, viajando por toda la geografía serrana y llanera, recopilando y también actuando con los viejos soneros, ejecutando y preservando sellos musicales, con los que ha podido interactuar y recibir cátedra.

Chacalapa

Pero además otra fuente de conocimiento fue la comunidad negra de Chacalapa, municipio de Chinameca, donde, precisa, no se realizan encuentros de jaraneros y tampoco se hacen presentes institutos de cultura por su lejanía.

En cambio allí se adoptó el modelo de tequio, que da a la comunidad todo el peso y la pauta para que la música siga viva en sus fiestas comunitarias, sin seguir políticas separatistas, neoliberales, que solamente segregan a las comunidades.

A diferencia de Tlacotalpan en donde sus fiestas se realizan con aportes federales y estatales, y sin dicho recurso no se pueden realizar, hablando de son jarocho, en el caso de Chacalapa, no hay dinero y la fiesta se realiza desde hace cientos de años.

“Aparte de la calidad de música y ejecución, nos enseñan un modelo de compartir y un modelo de vida y un modelo musical totalmente comunitario, porque ahí lo más importante no es la música ni la ejecución ni el virtuosismo, sino la comunidad”.

Los pobladores se organizan, donan animales, las mujeres ayudan en la cocina, los hombres realizan la matanza, ni los bailadores ni los cantadores reciben sueldo, la misma comunidad aporta el hospedaje, y ese sistema se ha mantenido vivo hasta el día de hoy.

“Nadie conoce ese lugar, solamente la gente experimentada que le gusta el son jarocho, hay grandes ejecutantes, gente virtuosa, investigadores, etnólogos, antropólogos, sociólogos, y el pueblo, que no se ha movido, metiendo mano, para realizar su fiesta”.

Candil de la calle, oscuridad de su casa

Ramírez Guillén hace hincapié en que hay mucha gente que anda de gira por todo el mundo, tocando son jarocho, con una bandera de la música tradicional pero no los conocen en la comunidad.

“Desgraciadamente estas gentes llevan más de 30 años trabajando con las mafias culturales, dando a conocer el son jarocho pero no llegan a la comunidad ni aportan a la comunidad, solo se valen de la comunidad”.

Agrega que los que crecen a pasos agigantados son pequeños grupos y quienes trabajan con las mafias culturales, porque desgraciadamente la gente de las comunidades no baja proyectos ni lo hará nunca porque no fueron a la escuela, no saben redactar ni les interesa tampoco.

“Les interesa que llueva, que su siembra esté bien, que la parcela esté bien, que sus animales estén en buena condición y forma de vivir, pero a ellos nos les interesa, son soneros que siempre han mantenido en hombros la tradición”.

¿A dónde va el son jarocho?

Al cuestionarle cual es el futuro del son jarocho, sin pensarlo responde que no va a ningún lado.

“No va a ningún lugar porque tiene su lugar, tiene su geografía y sus lugares en donde se ejecuta la música”.

Fandango fronterizo

Expresa que lo bonito de la música y la comunidad es que así puedes llegar a otros lados, como la frontera con Estados Unidos, país en que grupos de veracruzanos viven, desterrados prácticamente, atrapados por cuestiones capitalistas extremas, pero que a la vez son hermanos que te ayudan y te dan la mano.

Gracias a células organizadas y comprometidas con el pueblo, es que hace cuatro años pudo llegar a la zona de playas de Tijuana, en donde se realiza en el mes de mayo un proyecto binacional llamada “fandango fronterizo” y se realizaron talleres de zapateado, percusión, jarana y verso.

“Allá te recibe la comunidad jaranera del otro lado, se interacciona con la gente de aquella nación, no es un rollo gubernamental, sino rollos comunitarios, intercambias tus saberes con la población, aquella gente que tiene esta identidad y se la intentan cambiar día a día, se organiza y se encuentra con sus hermanos, se identifican y empiezan a ser parte de un movimiento jaranero, jarocho en otra nación”.

Lo mismo sucede con los movimientos chicanos en el estado de Texas, descendientes de mexicanos separados por banderas políticas, que ahora son de Estados Unidos, pero siempre han estado en resistencia.

La música nos permite decir quiénes somos

Ramírez Guillén precisa que las músicas que dan identidad dan voz para decir quiénes somos y gritar al mundo “que siempre hemos estado, siempre estaremos y aquí vamos a estar tocando, haciendo lo que nos gusta, hablando de la gente negra, hablando de los pueblos originarios, y de lo que nos da identidad y por eso toco”.

Y aunque expone que vive de esto y le da un capital para comer e ir y venir, en realidad lo que lo hace tocar es la identidad y sus amigos, pues a donde quiera que va tiene amigos de esta tradición, “por eso nos hacemos más fuertes y por eso es que no se ha acabo, aunque haya muchas influencias”.

AVC

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